Arte 'sacro'
Alén, Pilar - jueves, 13 de noviembre de 2025
A toro pasado: un san Martín aguado. Sin su veranillo hemos quedado. En el Pinario he entrado y me he topado con una de las novedades de este año: la colección de arte del Museo Diocesano Compostela Sacra, todavía en ciernes, aunque ya bastante organizado. Reúne algunas piezas emblemáticas, como son varias de nuestro santo apóstol y peregrino a caballo. Del destierro ha salido uno que estaba condenado a no ser muy visitado: el Santiago Matamoros de José Gambino (¿1770?); estuvo en la catedral en la nave de la Azabachería discretamente semi tapado, con parte de su cuerpo velado por unas flores por miedo a un altercado; luego pasó a un lugar desamparado, en una capilla situada en el claustro. Por fin puede verse de cerca, al alcance de la mano; dinámica y realista escultura, monumental conjunto bellamente tallado y policromado.
Al entrar en la iglesia de s. Martin me he sentido sobrecogida de nuevo, como si fuese la primera vez que la hubiera visitado. Cada retablo es una obra de arte. Pero no fui allí para admirar tanto tesoro acumulado por metro cuadrado. Acudí para escuchar un par de piezas musicales a cargo de las voces y la Orquesta Terra A Nosa. Una en primicia: el «Magnificat en dom» de G. B. Martini (1706-1784) y la otra en el polo opuesto: el «Réquiem» de W. A. Mozart, obra de calado, que han interpretado en versión para cuerdas y órgano de H. R. von Spengel. Sorprendente el resultado en ese marco incomparable. Miraba alrededor y pensaba qué estaría pasando por la cabeza de los que tenía al lado. Hoy en día escuchar música supuestamente religiosa, o con pretensiones de asemejarse a eso, está bastante sobrevalorado. Lo cierto es que desde mundos distintos y épocas diversas muchos han buscado crear un clima místico para llegar al fondo del ser humano. Ahora se ha puesto de moda sin saber qué ha pasado. Personalmente creo que es lo de menos; lo bueno es que por diferentes vías hasta ahí se ha llegado. Véase el último disco de Rosalía («Lux»), tan barroco como contemporáneo y pienso que, en exceso intenso, recargado y emperifollado.
Llama la atención todo lo que de golpe ha ido despareciendo o solapándose como por arte de magia: ese halo de misterio que hay detrás de lo que es la vida y el caminar por un mundo que decimos conocer y que, sin embargo, no deja de dar sorpresas que descolocan a supuestos sabios y a muchos profanos. Frente a esto, ahí está la IA que parece saberlo todo, dando respuestas a lo que se le plantea y contestando normalmente con acierto. Todo junto, un cóctel preocupante: el pasado, el presente, lo de siempre y un futuro enigmático. Se recurre a la religión, a las creencias y a algo que nos salve, sea terrenal o divino, y se buscan experiencias y tendencias a veces delirantes, como vestirse de monja con hábito blanco. Para algunos, Rosalía ha dado en el clavo. Puede que razón no les falte. Decía ella ya en 2023: «Cuando hago música, pienso mucho en Dios y me pongo a su servicio en el estudio y en el escenario. Dios es el mejor artista y del que más aprendo. Está en todas partes. No necesito mucho para hacer música, solo sentarme, escuchar y mirar a mi alrededor».
¡Vaya! A la altura de Mozart se ha colocado, Amadeus (amado de Dios) es el nombre con el que fue bautizado, pero Wolfgang no se jactó de ser por la divinidad enviado. Su pluma no escribía bajo ese dictado, sino por deleite o por la necesidad de subsistir algo holgado. De ahí surgió el Réquiem: un tentador encargo que dejó inacabado.
¿Qué hará Rosalía después de este 4º trabajo? Prefiero no especular en asunto tan vano. En lo personal deseo que siga creciendo en valores y como artista que mantenga los pies en la tierra por si acaso.

Alén, Pilar
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