El exconcejal lucense Julio Méndez Menéndez de Llano relata sus vivencias
cuando realizó el servicio militar en el continente africano
Septiembre de 1969. Después de dos prórrogas, por cuestiones de tipo familiar y personal, llega el momento de cumplir el servicio militar, obligatorio para los españoles al cumplir los 21 años (explicación necesaria para quienes no conocen el tema). La vida de un joven de Lugo está a punto de dar un vuelco radical.

En cada Caja de Reclutas, una por provincia, se sortea por letra inicial del primer apellido, para ir a los distintos campamentos (CIR) dispersos por toda España. Cada año hay expectación el día del sorteo. Algunos se quedan muy cerca de casa, otros un poco más alejados y yo estoy entre los que se van más lejos. A África, pero no a Ceuta o Melilla, que son ciudades, me toca ir al Sáhara, al desierto. De entrada, ¡qué horror!.
En unos días tenemos que hacernos a la idea, y preparar las cuatro cosas que has de llevar contigo. Despedidas de la familia y de los amigos.
El viaje: dudas, temor y un tren de largo destino
El día llega. Me subo a un tren donde ya vienen cientos de jóvenes de mi edad. Caras de duda, de temor, de ganas de olvidar el destino... He de atravesar la península de norte a sur, más de 1.000 kilómetros.
Varios trenes van recorriendo toda España, recogiendo a "los del Sáhara". Parada en todas las estaciones y el tren se va llenando, un día, dos días...
La verdad, eran tantas dudas, tanta pena por lo que dejabas en tu casa... No recuerdo si estuve en el tren dos o tres días, ni lo que comí, ni por donde iba...
Un día llegamos a Algeciras. Desde la estación de tren, al puerto. Un barco. Subimos y a las bodegas, allí tirados en unas colchonetas, que cada uno se iba buscando... Unas horas después el barco se mueve, vamos a cruzar el Estrecho de Gibraltar, camino del desierto. Las horas pasan, los carteristas actúan en aquel caos de jóvenes; algunos se marean, vomitan debajo de su propia colchoneta y todos nos agarramos a nuestro interior y al apoyo colectivo, pensando que tenemos que salir de allí, que vamos a ver pronto el sol, y que nada será tan duro como este viaje...
Un par de días después notamos que se acaba la travesía. Nos movilizan y vamos subiendo a la cubierta, poco a poco, vemos el sol, mucho calor
Estamos en el Sáhara y el desembarco no es fácil
Con nuestras pertenencias, muy pocas, hemos de desembarcar por un lateral del barco, bajando por unas cuerdas. Como no hay calado, nos recogen unos vehículos anfibios que nos van trasladando a tierra firme. Por fin. Nos llevan un par de kilómetros y entramos en un espacio muy extenso rodeado de alambrada y con vigilancia militar. En la puerta un arco que dice B.I.R. y una barrera con soldados de uniforme.
A medida que vamos llegando nos van distribuyendo por zonas de barracones, donde se nos toman los datos personales, la filiación, y se nos entrega un macuto y ropa militar. Lo primero, corte de pelo al cero. Y ahora a distribuirse por los barracones, por el orden que establecen los militares. Estoy en la Primera Compañía. No sé, somos alrededor de 300... Se nos asigna litera. Los próximos meses allí íbamos a descansar...
Al día siguiente me incorporo al equipo que toma las filiaciones y voy cubriendo los impresos de los futuros soldados. A comer, a formar, a organizarse, a formar, a cenar, a formar...
No sabemos quién manda en la Compañía. Lo que si sabemos es que hay unos auxiliares de instrucción, algunos de los cuales son auténticas "joyas". Un par de canarios y un madrileño que, sin duda ninguna, tienen madera de delincuentes, lo llevan escrito en su mirada. Los otros, se van defendiendo como pueden.
Tuve la suerte de enterarme desde el primer día de que el soldado que llevaba la oficina era gallego, Lolo, y que por razones que desconozco, se convirtió en mi "padrino". De su parte también se puso el furriel, vasco, Echeverría, y tuve dos personajes que evitaban mis posibles problemas con los personajes que tenían de compañeros.
Uno a uno por separado
En menos de un par de días ya sabíamos que había un Capitán, un Teniente y otros mandos de inferior graduación. He de referirme a ellos por separado. Capitán Manuel García Vieyra de Abreu. Enérgico, respetuoso con los reclutas y buena persona.
Teniente Fernando Sancho Sopranis, recién salido de la Academia, muy militar, inteligente, con mucha psicología para conocer a los futuros soldados... Excelente persona.
En menos de una semana ya había "echado el ojo" a quienes nos íbamos a quedar con él en aquel lugar, hizo un equipo a su medida. Sargento Andrés Bodas Muradas. Recto, serio y muy buena persona.
Poco a poco fuimos asentando, conociendo a nuestros compañeros y, por afinidad fuimos creando grupos que nos servían de alivio en aquella soledad, muy lejos de familia y amigos y sin otros sistemas de comunicación que el correo postal.
Con el paso de los días nos vamos acercando a nuestros compañeros, vamos contando confidencias, estados de ánimo
Sabemos que no tenemos más remedio que adaptarnos para sobrellevar el tiempo que hemos de estar allí. He de confesar que, a pesar de mis circunstancias familiares, que eran complicadas, me adapté de inmediato a todo aquel mundo diferente. Tuve munchos ratos muy malos, pero había que sacar fuerzas y superar aquella etapa.
Un grupo de doce antes de la Jura de la Bandera
El período de aprendizaje se fue desarrollando con normalidad, con esfuerzos añadidos de aquellos que tenían más facultades para aprender o para los ejercicios físicos, pero el que más y el que menos, fuimos saliendo adelante. Y pasaron tres meses. E hicimos amigos. Serios amigos casi todos. Se terminaba el período del campamento, de la instrucción, del aprendizaje.
Antes del acto de Jura de la Bandera, ya habíamos conocido los que nos íbamos a quedar allí. Un grupo de doce, que después nos convertimos en amigos para toda la vida, que nos fuimos reuniendo periódicamente y que nos hablamos a menudo. En este relato he de señalar sus nombres porque creo que es lo que procede.
José Andrés Ocaña, de Madrid
José Manuel Arcos Tejada, de Madrid
Teodoro Barea Cercós, de Teruel
José Delgado Jurado, de Castellón
J. Eugenio Díaz Manteca, de Castellón
Victorino Juárez Herrero, de Burgos
José Martínez Agrelo, de Guipúzcoa
Martín Martínez Urquiri, de Guipúzcoa
Leandro Melle Parajúa, de Lugo
Julio Méndez Menéndez de Llano, de Lugo
Leandro Serrano Jiménez, de Cáceres
Antonio Torres Villarreal, de Sevilla.
Nos quedamos en el BIR, en la Primera Compañía, unos de auxiliares de instrucción, uno en la furrielería, otro en la oficina, otro en la carpintería y mantenimiento.
Estábamos a 300 metros del mar, lo que ayudaba mucho a que la temperatura fuese mucho más suave. Por las noches había que abrigarse bastante.
Compartimos muchas cosas; quince meses, día a día, convierten al grupo en tu apoyo permanente. Cada uno de nosotros con nuestras peculiaridades, pero todos unidos.
En muchas ocasiones, largas, larguísimas charlas nocturnas, en las que participaba uno de nuestros mandos militares, donde se hablaba de casi todo lo que en aquel momento preocupaba, ETA, el Frente Polisario, los inicios de apertura política que asomaba por la puerta del futuro inmediato, etc.,etc.
En otras numerosas ocasiones, en épocas que no había reclutas, fiestas, canciones, alegría...
Cada cuatro meses (enero, mayo y septiembre), llegaban nuevos reclutas y había que volver a empezar todo el proceso de adaptación al campamento y a la vida militar.
El Ejército sabía quien era quién
Obviamente en el Ejército había informes de aquellos que eran delincuentes, eran simpatizantes de ETA o de partidos políticos que existían en la clandestinidad o de otros movimientos independentistas o separatistas. El SMI, Servicio de Investigación Militar tenía la información necesaria. No suponía nada, era sencillamente una precaución. Nuestro grupo de auxiliares conoció algo de todo. Tuvimos algún delincuente, algún simpatizante de ETA y algún simpatizante de sistemas políticos no autorizados en aquellos momentos...
En el mes de julio de 1970 hubo un momento en que se nos ordenó estar alerta, tener los Cetmes a mano y munición. Estábamos preocupados y mucho. No sabíamos lo que pasaba, pero había miedo...
Al final había sido una de las refriegas periódicas del Frente Polisario en El Aaiún. Pasó el susto.
Muchas anécdotas, muchos reclutas singulares, cambio de Capitán y de Teniente... y así fueron pasando los meses. El último Capitán con el que coincidí, se llamaba Manuel Piñuel Vázquez. Un hombre muy singular que dejó bastante descontento entre los soldados.
Años después, un hijo de Piñuel, Guardia Civil, fue asesinado por ETA en Álava.
He de reconocer que la relación con los militares profesionales, salvo algunas desavenencias, fue muy buena. Esencialmente en el seno de nuestra Compañía. Con el resto no había casi relación. Nos limitábamos a vivir en nuestro pequeño e íntimo espacio.
El tiempo de dejar el desierto
Y llegó el final. En fechas cercanas, cada uno a su casa. La vuelta se hizo en avión desde el aeropuerto de El Aaiún. Nosotros fuimos los últimos que hicimos el viaje de ida en barco, aquel viaje tan indigno al que no se puso fin, porque quienes tenían que dar la orden, miraban para otro lado.
Con el paso de los años seguimos en contacto, nos reunimos periódicamente, mantenemos una amistad inquebrantable y disfrutamos de ella. Con el paso del tiempo hubo alguna baja por fallecimiento y alguna otra porque no todos tenemos el mismo recuerdo de aquella etapa de nuestra vida.
He de decir que conocí otro mundo, otra cultura y otra circunstancia de las que aprendí muchas cosas. Mi respeto por el Sahara y por los saharauis, un pueblo sereno, generoso y hospitalario.
Mi respeto por los militares profesionales que allí conocí, cada uno con sus singularidades, pero que los recuerdo con agrado.
Mi respeto y mi profundo aprecio por todos y cada uno de mis compañeros.
Y el recuerdo de muchos otros que con el paso del tiempo hemos perdido el contacto, pero que llevo para siempre sus nombres en mi mente.
El papel de Pedro Sánchez
Paralelamente a este breve relato, he de dejar constancia de la sensación de vergüenza ajena que me produjo ver como el Gobierno de España en diciembre de 1975, indeciso y vacilante, abandonaba un territorio, dejando por el camino la dignidad y el honor, aparte de la profunda decepción que dejó en todo el estamento militar. Muchos antiguos soldados del Sáhara nos hemos quedado con esa imagen
Y para completar esa vergüenza, el presidente del Gobierno de España en 2025, Pedro Sánchez, en 2022 fue a presentar la humillación de un país ante el rey de Marruecos para decirle exclusivamente a nivel personal que el Sáhara era marroquí. Sin acuerdo del poder legislativo ni ejecutivo de España. Bochornoso e indecente.
Todo ello sin tener en cuenta que hay pendiente una resolución de la ONU para realizar un referéndum: La resolución 690 del 29 de abril 1991 reconoce el derecho del pueblo saharaui.