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De cine...

Alén, Pilar - viernes, 07 de noviembre de 2025
Hay asignaturas en la carrera que se nos quedan grabadas para el resto de nuestros días, bien por sus contenidos, bien por otros variados motivos. Unas, porque se aprueban a la primera y otras porque inopinadamente se atraviesan como piedras en el camino. Por su objeto de estudio, por su novedad y practicidad de lo que en ella se incluía, a mí nunca se me olvidará la que se impartía en nuestra universidad en cuarto de Arte Moderna y Contemporánea: la de cine. No había libros, ni manual al que acudir, ni cintas -mudas y en blanco y negro- para estudiar o visionar. Todo se libraba en un único campo de batalla: el aula, bajo la dirección de un profesor que, eso sí, nos hacía soñar. Su nombre, al final de la reseña para mantener el misterio de esta columna.

Enseñaba cómo diferenciar los planos, los montajes, la posición de las cámaras y mil cosas más y, en especial, cómo fue evolucionando lo que sería el séptimo arte, desde fines del s. XIX hasta cuando diera tiempo a explicar. Teoría y práctica iban de la mano. A cada paso que andábamos, nos ponía un film para ilustrarlo. Que si el expresionismo alemán: 'Gabinete del doctor Caligari', film escalofriante por entonces, claro, pues verlo hoy resulta casi relajante. Qué si había habido una revolución con la irrupción de Charles Chaplin, con su icónico bigote y bombín negro por montera. Que si los episodios históricos del cine soviético situando como pioneros los de Eisenstein. ¿Y qué decir de los Hermanos Marx y su abarrotado camarote? Risas a mandíbula batiente.

Los exámenes duraban horas. Incluían no solo las preguntas que el profesor -bastante previsible- nos lanzaba junto a la proyección de la película (no sé si entera o partida) que quería que comentásemos. ¿Se imaginan cómo estaba el improvisado patio de butacas durante la temida prueba? En efecto: poco o nada iluminada. Esa era la baza con la que jugábamos. No voy a proclamar a los cuatro vientos que unos a otros nos copiábamos o que a hurtadillas algunas ideas nos intercambiábamos. Pero algo de eso, ciertamente, se estilaba. Pienso que el condescendiente examinador no era ajeno a esta movida cada año, pero también dudo que no hiciera la vista gorda por benevolencia o porque no le prestara llamar la atención o expulsar del aula a los infractores de una norma tan irreverente. Es más, creo que nunca se alteró ni alzó la voz ante tal situación autoconvencido de que entre sus alumnos no podría existir tanto mal pagador.

Ahora, ese profesor presenta un libro que solo por el título yo ya reservaría en las librerías: «RETAZOS DE CINE. 50 años de cine y Compostela. 1965-2015» (Teófilo Comunicación, 2025). Su autor -ahí va la revelación-: Ángel Luis Hueso Montón. Primoroso relator de historias, excelente docente e investigador y, sin duda, magnífico escritor. Como ven, no ahorro en elogios, pues de todos es merecedor. A ello se suma ser un nato comunicador, de fina ironía y humor que, para contar algún chascarrillo, con oportuna inflexión, bajaba o cambiaba la voz. ¡Buen actor! Todo se pega de tanto devorar películas y destriparlas sobre la tarima que le servía de altavoz.

Aclaro de entrada, como él mismo anticipó, que este libro no son unas memorias al uso, de las del montón. Su intención va más allá: aportar luz sobre una de las etapas más relevantes para la historia del cine en Compostela. Todos los que en ella hemos vivido, nos veremos reflejados en cada línea. Y, en Santiago, de nuevo, quienes fuimos sus alumnos podremos mirar con otros ojos la próxima maratón que nos espera en el Festival «Cineuropa 39». Pena que él no haga sesiones de cinefórum paralelas, con la perspectiva que le da tener tantas horas de cine en sus venas...
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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