El agua, la dana y la nada
							Alén, Pilar - jueves, 30 de octubre de 2025
							  Hace un año comenzábamos a familiarizarnos con un término poco común en el habla cotidiana: la 'dana'. En mal hora llegó a nuestro vocabulario. Y, sí, un año nos ha pasado. Ha sido largo, especialmente para quienes en su día a día no han podido continuar con la vida que tenían programada. Ha sido, además, grosso modo, "El año pasado por agua", pero a diferencia de la decimonónica zarzuelilla, insulsa y mala -más correcto sería 'revista' llamarla-, no ha habido mucho espacio para bailes ni jaranas. Críticas no han faltado. Y se seguirán dando. Y se continuará hablando. Con más énfasis en los rifirrafes entre quienes nos gobiernan que de los verdaderos problemas que aquejan a tantas personas afectadas por irreversibles males.
No me detengo en la citada pieza de Federico Chueca y Ricardo de la Vega pues tampoco parece ser que se mataran al crearla. Es como la continuación o un epílogo de otra de sus obras, sin duda, más lograda: 'La gran vía', divertida y ácida donde las haya. "El año pasado por agua" (1889) particularmente no me hace demasiada gracia. Échenle un vistazo, en versión clásica o en la que ha puesto en escena el dramaturgo, actor y cantante Enrique Viana, más moderna con guiños al cambio climático, asunto que no estaba en la zarzuela originaria. Viana, según dijo, al enfrentarse a este espectáculo quiso reflejar un mundo en peligro, pero sin dejarse llevar por la falta de horizontes o una negatividad de la que estamos saturados, y que, añado yo, pocos estaríamos dispuestos a seguir viéndola, pagando, sobre un escenario. Sin embargo, la intención no era mala: «detrás de la zarzuela hay una crítica, una conciencia, un aviso, una llamada de atención para que el mundo de hoy sea mejor mañana».
Me ha llamado la atención el discurso del filósofo surcoreano Byung-Chul Han en los Premios Princesa de Asturias el viernes pasado. Indagando en su pensamiento, encontré unas palabras que pueden repensarse en momentos de zozobra, de ánimo o moral baja: «El antídoto a la angustia, es la esperanza. La esperanza nos une, crea comunidad y genera solidaridad. Es el germen de la revolución... Nos abre los ojos para una vida distinta y mejor. La angustia se nutre de lo pasado y del resentimiento. La esperanza abre el futuro. Lo único que puede salvarnos es el espíritu de la esperanza. Solo ella despliega el horizonte de sentido, que reanima y estimula la vida, y hasta la inspira» (2022).
La esperanza: gran tema para meditar en el día de Todos los Santos y el de Difuntos este fin de semana. Sin dejar la línea discursiva del galardonado, parecen oportunas otras palabras suyas aplicables a la polémica sobre la mal parada objeción de conciencia en la práctica del aborto y de la eutanasia (eufemísticamente llamadas 'interrupción voluntaria del embarazo' y 'muerte asistida'): «¿No vivimos hoy en un tiempo de lo no muerto, en lo que se ha hecho imposible no solo el nacer, sino también el morir? La natalidad constituye el fundamento del pensamiento político, mientras que la mortalidad es el hecho en el que se enciende el pensamiento metafísico (...) El mero vivir, que hemos de prolongar a todo precio, carece de nacimiento y muerte» (2014).
En realidad, este ha sido un año con mucha agua. A chorros ha caído. Ríos de tinta han corrido. Mares de agua nos han rodeado, al tiempo que muchas víctimas se han visto ahogadas y no precisamente en un vaso de agua, sino sacudidas por la dana, o por sus consecuencias, sin lograr todavía hoy ver un cambio de panorama. 
Recordemos, pues, de modo especial a quienes, con nombres y apellidos, fallecieron por esa catástrofe. Y, de paso, a los que, por muerte natural o causada, se les considera 'nada'.
							
							
Alén, Pilar