Siempre me ha gustado esta escultura. La ví por primera vez hace años en la Plaza de la Soledad en el suelo, sin ningún texto que explicase nada sobre ella. Yo pensé que estaba allí, dejada de modo provisional, en espera de ser colocada en su emplazamiento último. Pero no hubo nada de esto. Ni explicación ni traslado. Parecía que aquel sitio, en medio de la plaza, era el suyo definitivo. Y en cuanto al texto explicativo, nada. Tal vez dejado a que las mentes de los lucenses mandásemos nuestro pensar al sol y viésemos e imaginásemos lo que la escultura nos inspirase.
Entonces me hubiese gustado saber quién era su autor y qué quería expresar con ella. Sigo sin saberlo, aunque alguna vez lo leí en algún sitio, vaya uno a saber dónde. Una de las características de las obras de arte es suscitar sentimientos, y estas placas, cortadas, plegadas y juntadas, han generado mucha controversia en nuestra ciudad. Eso me parece bueno, generar diversas opiniones. A mí me gusta la pieza y siempre me hace pensar en múltiples imágenes, diferentes entre ellas y siempre con un denominado común, la serenidad.
Alguna vez la he defendido y ha recogido múltiples comentarios, casi siempre menospreciándola desde diferentes puntos de vista. Tampoco pasa nada. 

 No todo ha de gustar a todos y no son pocos los que confunden escultura con estatua. La cosa nunca ha ido a más.
Después de algunas de estas obras que ambientan nuestro centro histórico, la escultura se trasladó al fondo del jardín de la plaza de Santo Domingo, muy al fondo, casi escondida de miradas inquisitivas y pareciendo que con una presencia tolerada.
Mientras, maravilla lucense, se decide trasladar el monumento a Juan Montes, el que estaba en el jardín de San Roque, y pasarlo a la Plaza Mayor. La obra iba a durar poco tiempo, pero vino el confinamiento por la pandemia y duró mucho más de lo previsto. Se colocó, al fin, el monumento cara a la pared, cuya causa conviene explicar a quienes preguntan y aquí no ha pasado nada. Desconozco si entre mis paisanos gusta o no gusta este traslado, la verdad es que tampoco lo he preguntado. Hay cosas más importantes de las que hablar.
Pero con este cambio de sitio, en San Roque había aparecido un lugar en el que colocar algo que no fuese cualquier cosa. Se colocó esta escultura de la que hablo y que ha venido dando tumbos ciudadanos desde hace años. Según mi opinión, ha sido un acierto colocarla allí por varios aspectos que comento. En primer lugar, se ha colocado algo alzada en relación al espectador, lo cual le confiere una perspectiva de la que careció hasta ahora. Pero es que, y este es el segundo aspecto, se puede observar en todo su entorno, lo cual permite encontrarle muchos planos diferentes y, en un principio, inesperados. Por otra parte, la modernidad de la escultura encuentra un acomodo muy adecuado en un jardín cuyo diseño viene siendo romántico.
Pero ese pretendido romanticismo del jardín hace tiempo, años diría yo, que se perdió. Esa parte se ajardinó con tejos, árboles esbeltos y de coloración oscura que requieren un cuidado continuado. Cuidado que no se les aplicó, de modo que los delgados y altos tejos iniciales hoy son ejemplares rechonchos que han perdido casi todo su valor ornamental. Necesitan un buen repaso de podadoras para recuperar la función ornamental que se les encomendó al plantarlos.
Lo mismo ocurre con dos ejemplares con aspecto de arbusto, plantados para ser recortados y que no lo fueron. Al crecer cercanos. fundieron sus copas formando un volumen difícil de interpretar. La fusión de las copas no fue íntegra, dejando a ras de suelo un hueco que bien parece la cueva de alguna alimaña.
Estos detalles se resuelven con voluntad de hacerlo y programando las actuaciones a realizar. Cerca de la capilla hay otro tipo de vegetación, que también merece su comentario por su variedad y, en este caso, el buen cuidado que manifiesta. En general, es uno de los jardines urbanos más bonitos y que nos gusta a todos los lucense.