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Timiraos, Ricardo - lunes, 27 de octubre de 2025
Murió "Tranquilo"

En la frutería me acaban de informar que murió Manolo," El Tranquilo". Todos coincidimos y murmuramos entre dientes, una reflexión: "de trabajar no murió"... "y de cansancio tampoco" recalcaba Justo "Camisitas". Él, como su sobrenombre indica, era tranquilo. Sí, sosegado, inmutable, sin prisa para nada, ni siquiera corría cuando llovía. Parco con los pies y lento en tal grado que se cansaba uno sólo mirarlo. Era tan desganado que parecía pedirle permiso a la garganta para toser. Evidentemente, siempre andaba, o eso decía, sólo. Llegaba a donde fuese cuando cuando su ritmo se lo permitía. Creo que nunca lo vi agacharse, ni salirse de su carril imaginario. Por supuesto, que podía caer el mundo que él no se apartaría. Jamás lo vi agitado. Era hierático como un san Luis. Él siempre tenaz en su pasito..."Para no ir a ningún sitio, llego con tiempo suficiente"; "Ayer ya estuve aquí y mañana quiza vuelva"; "muchos viven para las prisas y les dan infartos"; Si al que madruga Dios le ayuda, que le ayude, yo no protesto"; "al que madruga se le hace más largo el día"... Eran frases rebuscadas para justificar una filosofía derrotista que formaban su repertorio habitual de una manera que aparentaba ingeniosa. Su cabeza le dedicaba mucho tiempo a esos chascarrillos. Por las mañanas paseaba y por las tardes no hacía nada, excepcionalmente veía la televisión. Y cuando alguien le preguntaba que iba a hacer al día siguiente, respondía: "Por la mañana pasear para corregir el paseo que hice mal ayer. Y por la tarde sentarme en el sofá para amortizarlo". ¡Lo que me cuesta a mí entender es este tipo de gente que dice estar derrotada sin haber hecho nunca nada!. Quizás fuese herencia, porque decían las malas lenguas que quien constaba como su padre, no lo era, porque era tan vago que ni siquiera cumplía con su mujer. Esas cosas son habladurías de pueblo y las cuestiones de alcoba dan mucho juego a la maladicencia y muchas veces esconden envidias terribles.
Manolo jamás supo que era correr. Al menos no lo practicó. Por lo visto, había decidido vivir así, a pesar de los reproches de su madre. Y créanme que lo logró. De ahí que todo el mundo lo conociese por "Manolo Tranquilo", como si tranquilo fuese su apellido. Últimamente los chavales lo vacilaban y le cantaban: "Despacito, no corras Manolo, despacito y le seguían el ritmo: "pasito a pasito...". Y eso sí, aunque aparentaba que le hacía gracia, pero se notaba que lo mosqueaba un poco. Les decía: "Para morir tengo tiempo bastante". Pues bien, hoy llegó "bastante".
No está bien hablar mal de un muerto, pero el hecho de que no lo conozcan, me permite explayarme y contarles mi verdad, que seguramente no coincide con la de Menchu, su mujer. Manolo vivió como quiso, comió y bebió lo que quiso, paseó cuanto quiso y murió como quiso. Pasó por esta vida como uno más. Tan sencillamente como sin gran duelo. Seguramente que él, para morir, tampoco tenía prisa.
Lo conocía porque ambos habíamos ido a la escuela pública. Después Le perdí la pista y, cuando pregunté por él, contaba que había ido "algo" al mar. Por lo que pude deducir después, posiblemente salio a la tarrafa una o dos noches, no más. Manolo era muy exquisito, había nacido para rico en casa de pobre, pero iba sobrado de ademanes altaneros y aspiraciones a rico. Le encantaba alternar con los señoritos, que no sólo lo invitaban -no tenía cartera- y ellos se reían con sus ocurrencias, que no eran otra cosa que chascarrillos en la línea apuntada. Lo veían como el típico espécimen pueblerino con el que vacilar y eso les resultaba gracioso. Manolo decía que aspiraba a trabajos mucho más reconocidos, y sobre todo, más cómodos. Era el típico tío al que ínfulas no le faltaban y que en el Facebook quizás hubiera sido ministro. Hay más de uno que lo sueña. Y como quien la sigue, la consigue, Manolo lo consiguió. No ser ministro, que para entonces ya Ábalos practicaba el kamasutra y el resto de plazas estaban ocupadas. Pero lo de no dar palo al agua, sí que Manolo lo consiguió. Hay hernias, tenedores en la columna y jetas a mogollón no, a mogollones y "Tranquilo" no quería ser menos. Así que pasó la juventud paseando, bajando al muelle que estaba muy cerquita, de picaflor, discutiendo de lo divino y humano, sobre todo de los derechos laborales... Se apuntó al paro como demandante de trabajo para "abrirse un camino" y cobrar algo mientras vivía bebiendo y fumando lo que fuese preciso y asistiendo como un clavo, a la una de la tarde, a las tertulias de la taberna. Tertulias en que era especialista en hablar mal del gobierno de turno y de los altos que eran los impuestos. No, no tenía ideología alguna sino que andaba al sol que más tazas de vino le pagase. Eso sí, lo de los impuestos lo decía siempre como si él hubiese pagado alguna vez alguno. ¡Pobres de nosotros! ¡Cuánto paria!
Un buen día lo llamaron del paro y le ofrecieron el puesto de conserje de un colegio. Dijo que sí, que estaba muy contento. Cuando lo comentó en la tertulia del bar, un compañero le dijo que tenía que levantarse a las ocho de la mañana y él contestó: Bueno, ya veremos como hago. La ambigüedad era típica de él. Pensó, sin comentar, una estrategia: decir que "aquel trabajo era poco adecuado a su perfil"; pero el responsable del paro, al que la fama de Manolo ya le había llegado, le respondió que aquella disculpaba no valía, y como llevaba mucho tiempo cobrando sin trabajar, o aceptaba o dejaba de cobrar. Así que se comprometió a ir de conserje "a ver si le probaba". Llegado el primer día, con las llaves del colegio en el bolsillo, no apareció. Se había quedado dormido. La directora del colegio, mosqueada, le dio una nueva oportunidad. El segundo día, tampoco apareció porque "le dolía la garganta" e iba a ir al médico a buscar la baja. Pensaba él: "Me la van a dar, como se la dieron a los municipales de Viveiro, que cogieron una depresión contagiosa y se tiraron un año cobrando sin trabajar. "A mi, primero me dan tres días, y después me sigue doliendo". Así pasó siete días. Cuando la directora del colegio vio que no solucionaba su problema, pidió otro conserje. Dicho y hecho. Manolo seguía demandando trabajo y a esperar. Todos los que lo conocían sabían que el dolor de garganta era en realidad un resacón de la borracheras habituales.
Y así Manolo había llegado a los treinta años. Como tenía buena planta, de labia se defendía y tiempo para enamorar no le faltaba, se dedicó a presumir de conquistar muchachitas, que tanto le llegaban como huían. Esa tarea de Don Juan no era baladí, puesto que su madre, ya mayor, podía morir en cualquier momento y él necesitaba a alguien que pudiese cuidarle y hacerle las cosas. La verdad es que, por más "gentleman" que pareciese, no había mujer dispuesta a aguantar a semejante joya.
Pero llegó el amor y de tanto usarlo, apareció Menchu, la joya de la corona. ¡Ay el amor!. Supera mis entendederas. No sé si es ciego, sordo, mudo, o tiene cuernos, quizás sea todo eso, pero lo que sí sé es que es supertolerante. No sé qué busca, ni el tamaño de su corazón, me parece que su magia no piensa... pero afirmo rotundamente que está muy zumbado. Eso sí, ya lo sabía. Tampoco soy de creer en los milagros, mas quizás los ruegos de Pepa, su madre, a santa Rita, abogada de los imposibles, diese fruto. ¡Y qué fruto!. ¡Menchu!. Las compañeras de ella, que decían ser sus amigas, empezaron a llamarle a escondidas Cenicienta y a Manolo el Principe de las Mareas, porque por lo visto sabía mucho de mar.... desde el muelle. El cachondeo era fino.
Menchu era la antítesis de Manolo. Él ya estaba cascado, el tabaco y la bebida habían cobrado sus impuestos. Además aquel porte juvenil se había trocado en un buen saco de panceta que necesitaba aparcamiento. Parecía el doble, en tamaño, de Obélix. Tenía generosas patas de gallo y las ojeras iban a la competencia en su degradación... En fin, que aquí no se podía decir que había un roto para un descosido, porque si bien Manolo daba un amplio roto, Menchu no era ninguna descosida, sino una enorme sábana que amortiguaba todas la miserias de su querido" Malolo". Hay muchas mujeres parecidas. Pero es que Menchu, además es una muchachita hacendosa hasta la extenuación, guapa, con una melena azabache preciosa, con unos ojos de miel que apetecía el tarro, con un cuerpo fino, garboso y una figura elegante envidiable, era un sol. Aquella belleza de mujer fue para su "Malolo" el complemento directo, indirecto y circunstancial. "Malolo", cariñoso modo de llamarle, para Menchu nunca tuvo defecto alguno ni nada que reprochar. Era buenísimo. Que no trabajaba, "es porque no le sale nada bien"; que bebe, "bueno eso lo hace todo el mundo"; que siempre está paseando, "es que se lo manda el médico para la depresión"; que anda despacio, "¿y para dónde va a ir con prisa?". Ella desde jovencita trabaja en una fabrica de conservas, después va a hacer labores a las casas, cuando termina y si tiene tiempo, cose ropa por encargos, pero, ante todo y sobre todo, que no le faltase nada a san "Malolo". No sabemos si virgen, pero por lo visto, y según Menchu, también mártir. "No hay hombre como él" decía su enamorada.
Eso sí, Tranquilo anduvo unos trece o catorce kilómetros a lo largo de su vida. La distancia más larga a la taberna de debajo de casa. Nunca tuvo prisas, hizo pausas, se sentó a descansar, evitó el estrés, vivió, bebió, comió, paseó, volvió a pasear, descansó, volvió a descansar para descansar, encontró a santa Menchu, no fue ministro porque no quiso, ni rico porque no le apetecía, ni albañil porque había que agacharse, ni conserje porque había que madrugar, ni marinero porque se mojaba y hacía frio... ¡Eso si, el mundo fue muy injusto con él! ¡Porque mira que buscó trabajo... y no lo encontró! ¡Porque hay gente con muy mala suerte y él era uno de ellos.! Eso al menos pensaba Menchu. A mi me parece que vivió mejor que los marajás esos que dicen que viven muy bien, pero seguramente Menchu difiere mucho.
Señores, cada cual cuenta la feria según le va en ella, y estoy seguro que Menchu llorará por él. Así que: "Arrivederci", Tranquilo, espéranos. Y como cantaban los chavales: "Despacito, pasito a pasito, suave, suavecito... yo no tengo prisa... pasito a pasito, suave, suavecito...".
Bailen tranquilos, lectores, que esta fauna no se extingue. También "El cielo puede esperar".
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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