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Mi vida en un árbol

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 26 de octubre de 2025
Cuando la lectura de un libro y la escucha de una canción aportan algo de paz y esperanza
a la vida de uno y a la de todos los seres humanos.

Dedicado a todos aquellos arborícolas que, cansados de vivir a ras de suelo, hastiados de la necedad,
cinismo e hipocresía del ser humano, decidieron subirse a un árbol y siguen ahí,
sin más protocolo que trepar por sus troncos y dormir en sus ramas.

Muchos años ha que he leído la obra de Italo Calvino "El barón rampante", publicada un año después de mi nacimiento, en 1957. Reconozco que de la trilogía pergeñada por tan genial escritor italiano, "El barón rampante" fue la que más ha cautivado mis ansias de volar. Mi vida en un árbol
Tras su lectura, motivado tal vez por la curiosidad, había leído "El vizconde demediado" y "El caballero inexistente". Si de algo me sirvió fue para confirmar que me encontraba ante un fabulador extraordinario, un genio literario. Leería otras obras de Italo Calvino, caminaría junto a él por calles, barrios, pueblos y personajes cotidianos, gente corriente, personas entrañables siempre, tan dado Calvino a darles vida, a ponerlos ante nuestros ojos, respetarlos, quererlos y empatizar con cada uno de ellos.
Invitándoles a la lectura de su extensa creación literaria, centrémonos ahora en algunas observaciones sobre "El barón rampante".
Comienzo con una breve valoración sobre el uso poco acertado -está claro que es mi punto de vista, puramente subjetivo-, de tal traducción. Tendremos que buscar en el diccionario de la Real Academia Española, su tercera acepción donde leemos: "trepador", como sinónimo de rampante. El título sería entonces "El barón trepador", pero no sólo trepaba Cosimo Piovasco, sino que vivía en los árboles sin jamás bajarse de ellos.
Así pues, lo que en verdad era un barón arborícola. La Real Academia Española define perfectamente este término, arborícola: que vive en los árboles.
Trata la novela de un personaje que vive en soledad en los árboles desde su más tierna edad. Una vida rocambolesca llena de pasión, historia, locura, tristeza y la imaginación desbordante del escritor. Cosimo, su personaje, jamás bajará de los árboles.
Si traigo esta novela a colación es porque acabo de culminar mi último Camino de Santiago, a sabiendas de que la ruta más transitada no es por ello menos interesante para mí. Me refiero al Camino francés. Durante su recorrido, una sorpresa me aguardaba en las alturas y nada tenía que ver con el cielo, los ángeles, apariciones marianas, santos o apóstoles.
Fue exactamente el pasado veintiuno de septiembre, fecha en que de forma oficial daba inicio el otoño.
En verdad era un día hermoso para iniciar tan bella estación en contacto con la naturaleza, discurriendo desde primera hora de la mañana bajo frondosos árboles caducifolios, antes de que la llamada del invierno y las exigencias otoñales desnudaran inexorablemente sus ramas, privándolas de su follaje.
Me encontraba en la etapa que desde Portomarín, tras veinticinco kilómetros de sendas y veredas, me llevaría al encuentro con Palas de Rey.
Con un tiempo variable, donde a los fugaces momentos de un sol inclemente dotado de una luminosidad hiriente le seguían, sin previo aviso, una sucesión de nubes, llegadas de no se sabe dónde, capaces de cubrir la bóveda celeste, eclipsando por completo la luz del astro solar, arropando al peregrino, al caminante, al senderista, al deportista que bajo un dosel arbóreo la mayor parte del recorrido, proseguía imperturbable su camnino.
Recuerdos guardo de subidas y bajadas permanentes. No son muy acusadas, pero así definen los senderistas el trayecto que desde Portomarín les lleva hasta Palas de Rey. Un trayecto más o menos exigente, depende del caminante, pero llevadero siempre. Al final, siempre se trata de una cuestión de paciencia.
Se suceden las aldeas en el Camino: Gonzar, Castromaior, O Hospital, Vendas de Narón, Ligonde, A Eirexe, Portos, Lestedo, Vilar de Donas..., y se suceden los bosques que a ambos lados del Camino nos ofertan imágenes de centenarios robles, castaños, nogales, pinos y algún que otro bosquete de eucaliptos. Mi vida en un árbol
Los pastizales son habituales y las vacas, la mayoría de raza rubia gallega aunque también observaremos algún que otro hervíboro de raza suiza, nos acompañarán desde el comienzo hasta el fin del Camino.
Y de pronto surgió la sorpresa y sobre las sólidas y firmes ramas de un carballo centenario observé la casa que encabeza este artículo.
Curioso, me aproximé a ella. Se encontraba a unos tres metros sobre el suelo. Ninguna escalera a la vista. Tampoco cuerda alguna que permitiera el acceso a la misma.
Rodeé el árbol para observarla con calma. Se trataba de una obra sólida, bien hecha. La carpintería del techo permitía que las aguas de lluvia discurriesen sobre las tablas sin riesgo de mojarse su interior pues, ensambladas y dispuestas una sobre otra, formaban un tejadillo perfecto.
La construcción exterior de paredes y suelo había sido también realizada a conciencia. Las ventanas, cerradas a cal y canto, permitían observar los paisajes que se encontraban en orientación este, oeste y el soleado sur. Sólo la pared norteña no disponía de ventanas, en su lugar un férreo tablazón de madera defendía la cabaña de los vientos y fríos del nordés.
Disponía la cabaña de una puerta y ésta se abría hacia el sur.
Me retiraba ya para continuar mi Camino cuando creío percibir un crujido en su interior. Agucé el oído y escuché. Fue entonces cuando percibí una suave melodía, el tarareo de una canción de John Lennon y Yoko Ono que me resultaba familiar.
Me aproximé de nuevo al árbol y sin hacer ruido, dejé que la melodía y la letra me envolvieran, dulcemente:

Imagine there's no countries
It isn't hard to do
Nathing to kill or die for
And no religion too.
Imagine all the people living life in peace.
You may say. I'm a dreamer, but I'm nor the only one.

Mis oídos recibían la música y mi mente traducía sobre la marcha aquellas palabras, canturreando para mis adentros la canción Imagine.
Imagina que no hay países.
No es tan difícil de hacer.
Nada por qué matar ni por qué morir
Y ninguna religión tampoco.
Imagina a toda la gente viviendo en paz.
Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único.

Quien cantaba era una mujer. No quise molestarla y me retiré en silencio, extrañado aún ante aquel mágico momento, aquella cabaña en el árbol, aquellas palabras musicadas.
Seguí caminando. No tardé mucho en encontrarme un desvío que llevaba a la iglesia de San Salvador de Vilar de Donas, curioso templo románico que, al parecer, fue monasterio femenino en un principio, pasando luego a pertenecer a la Orden de Santiago -Priorato santiagués-, importante hito arquitectónico que en mi periplo literario incorporé en la trama argumental de mi novela "Ventayga, el enigma del nemeth". Recordé entonces el terrible pasaje en que el personaje Ovidio Buján se reconoce condenado a penar eternamente.
Rodeé de nuevo la iglesia y fue entonces, mientras observaba las arquivoltas y las figuras esculpidas en ellas, que forman la portada de tan original templo, cuando una señora de edad avanzada, vestida de negro de pies a cabeza, tomó asiento a mi espalda, descansando su cuerpo en el pétreo espaldar del recogido atrio.
No le presté mayor atención. Era hora de continuar el Camino. Fue entonces cuando escuché unas palabras que, sin lugar a dudas, estaban dirigidas a mí:
• Homes e mulleres baixaron das árbores e a elas volverán cando o fin do mundo alcance. A Rosiña de Ligonde forxou o seu futuro nun vello carballo. Seica sexa a primeira muller en sinalar o camiño os demais e non baixar endexamais dos árbores.
Era la anciana, sin duda alguna. Giré la cabeza y allí, donde hacía un momento se encontraba, sólo permanecía su negro pañuelo.
Recordé entonces la señora que había recreado mi mente en aquel mismo lugar hacía veintisiete años, vestida también con oscuro ropaje, dándose cabezazos contra la pared de la iglesia, penando por Ovidio Buján, el asesino huído que acabaría sus días en las riscaderas de un roque, el Ventayga, en una isla lejana, Gran Canaria.
Sin entender nada, regresé al Camino. Aún permanecían en mi memoria las armoniosas palabras y la suave melodía de la mujer arborícola:

Imagine all the people living life in peace.
You may say. I'M a dreamer, but I'm nor the only one.


José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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