¿Por qué Santiago?
Alén, Pilar - lunes, 20 de octubre de 2025
Santiago, Mateo, Compostela, el Medievo. Estas son las coordenadas que entran en juego cuando se quiere contar una gran historia que muchos han narrado ya desde perspectivas distintas según sus conocimientos, intereses, gustos o pareceres. Cada término encierra verdades, leyendas, realidades y una buena dosis de misterio. Los mismos o parecidos ingredientes que confluyen en todo lo que rodea al Pilar de Zaragoza, tema en el que no me adentro, salvo para desear de corazón un feliz día a quienes, como yo, lo celebramos de manera especial en la próxima jornada dominical, como no podía ser menos.
Compostela, la ciudad que lleva el nombre del hijo mayor del Zebedeo, de sobrenombre Boanerges, es el lugar en el que el maestro Mateo dejó una huella indeleble. Es el locus Sancti Iacobi al que han mirado miles de gentes de una Europa emergente. Es la urbe que disputó la primacía, el poder y el protagonismo a una Roma que no cesaba también de requerirlo. Es la Jerusalén de occidente que hace atisbar la Jerusalén Celeste. Es el marco idóneo para esculpir en granito la antesala del anhelado y etéreo Cántico Nuevo. En ella ponen sus ojos peregrinos, visitantes, eruditos y poetas.
En Santiago destacan tesoros como el imponente Pórtico sobre el que un periodista enamorado de Compostela aseguraba que estaba lleno de sugerencias: «El Pórtico de la Gloria es tan hondamente teológico, tan frondosamente bíblico, tan turbadoramente apocalíptico que el sabio investigador que osase afirmar "me lo sé de memoria", mentiría»(J. L. Bugallal, 1961).
Y no solo eso: Compostela conserva un grandioso coro salido del taller de un hombre con asombrosa sabiduría e ingenio: Mateo. Reconstruido, de nuevo luce gracias al impulso y desvelos del tristemente fallecido D. Ramón Yzquierdo Perrín (1948-2025), buen profesor y compañero. No es, como puede pensarse por su ubicación actual, una pieza de museo. Para este incansable investigador, compostelano hasta los tuétanos, ese singular monumento sigue siendo un rompecabezas. En él fue encajando multitud de piezas dispersas sin que del todo llegase a rehacerlo según lo que en verdad creía que era. Así se refería a ello: «El antiguo coro pétreo diseñado y labrado por el Maestro Mateo y su taller sigue abierto, qué duda cabe a nuevas investigaciones y aportaciones tanto por parte de la arqueología como de los historiadores del arte ...» (1999). Confesión de un estudioso sincero, sabedor como nadie de los entresijos de esta obra; supo reconocer que su labor no fue el fin de un proceso, sino el eslabón de una secular cadena.
Retrocediendo a ese medievo, otro investigador más nobel nos adentra en una dimensión diferente, pero que atañe y complementa el ideario que hay que reseñar al acercarse a la vida cotidiana de la Edad Media. Y lo hace en una monografía que es de lo más atrayente: «Tiempo y viaje en la Compostela medieval». Detalla qué se entiende por noción del tiempo, la diferencia entre peregrino y visitante y mentalidad humana frente a espiritualidad vinculada a una experiencia única. Todo ello con el fin de ilustrar cómo han ido cambiando conceptos -como el tiempo- en los que la percepción del entorno - preparación y fin del viaje- es determinante: «En Compostela... el tiempo extendido del peregrino abre paso a nuevas formas de mentalidad medieval entre los muros de sus edificios. Camino, procesos y entornos son importantes, pero igualmente lo son el individuo, idea y comportamiento» (X. M. Sánchez, 2024).
¿Por qué me he detenido en Santiago, sus enigmas y su arte? Porque forma tándem con Zaragoza, ciudad que vivirá una fiesta muy querida también en Compostela y en otras partes, sea día festivo o feriado.

Alén, Pilar
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