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Avaricia

Silva, Manuel - lunes, 13 de octubre de 2025
Según afirma el Padre Astete en su famoso "Catecismo de la Doctrina Cristiana", publicado en el siglo XVI, la Avaricia es uno de los "siete pecados capitales" y la define así: "un apetito desordenado de hacienda". Y añade que, contra este vicio, hay una virtud: la "largueza".
A modo de moraleja, creo que sería bueno concluir que es urgente construir una sociedad con buena gente. Con gente honrada, sincera, generosa y trabajadora, que trabaja por conseguir una vivienda digna, por vivir dignamente todos los días de la vida, por dar una buena educación a los hijos, por ser generosos y ayudar a los más necesitados.
La leyenda o refrán que dice: "la avaricia rompe el saco", quiere enseñarnos que el deseo desaforado de acumular más de lo que necesitamos puede llevarnos a perderlo todo. Esta leyenda nació a raíz de un ladrón que todo lo que robaba lo iba metiendo en un saco. Y fue tal la cantidad de cosas metidas en el saco que éste reventó y todo lo que había dentro se perdió.
El avaricioso es capaz de pasar algunas necesidades con tal de ir llenando el saco de dinero y otros bienes materiales. Y, por resguardar un billete más, lo que consigue es que el saco se rompa y buena parte de los dineros allí 'encarcelado' consigan su libertad y el viento los esparza por el espacio.
Un amigo mío, digno de toda credibilidad, me comentó en una ocasión, hace ya mucho tiempo, que un vecino suyo de un pequeño pueblo, para evitar que el saco se rompiera, empezó a guardar su dinero en un baúl.
Todas las semanas accedía al baúl para contemplar con cariño, con amor y, casi podríamos decir, que con ardor sexual, el dinero que allí iba almacenando. Y, antes de volver a poner el candado en el baúl, se despedía de sus dineros dándoles un golpecito, a modo de caricia, con la punta del bastón del que se ayudaba para caminar y les decía: ¡"que bien, seguís ahí..., eh"!
Toda su familia se reducía a dos sobrinos, de los que nunca se preocupó, a lo que ellos le respondían con la misma moneda.
El día que falleció, el párroco avisó a estos sobrinos por si querían organizar el entierro. Y allí acudieron. Hubo seis personas en el acto: el cura que ofició el funeral, los dos sobrinos y tres vecinos que tenían por costumbre asistir a todos los entierros de la parroquia, fueran amigos o no.
Tras el funeral, los dos sobrinos procedieron inmediatamente a llevar a cabo las gestiones pertinentes para heredar y repartirse el dinero almacenado en el baúl. También pusieron a la venta la vivienda de su tío para llevarse cada uno la mitad del dinero que se consiguiera.
El amigo que me contó esta historia me dijo que el párroco le había comentado tiempo después que los dos sobrinos del avaricioso le habían entregado una buena cantidad de dinero para ayudar a los feligreses más necesitados de la parroquia.
¡FRENTE A LA AVARICIA, LARGUEZA! (Astete dixit)
Silva, Manuel
Silva, Manuel


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