Del 'journaling' y las 'silent reading parties'

Es notorio que al menos algo, aunque sea un poco, a mí me gusta escribir. Siempre lo he hecho, por obligación, por devoción y/o por distracción, pero tengo que reconocer que, como a una inmensa mayoría de personas, cada vez encuentro menos huecos para hacerlo. Para más inri, habitualmente recurro más al teclado que al bolígrafo y al folio. Craso error: lo estoy notando. Y no hace falta que sean cualificados expertos quienes me recuerden las bondades que supone hacer uso de la mano.

¿Quién no ha conocido a alguien que cumplidamente realizara el ritual de llevar a rajatabla su 'diario'? Tengo una prima que desde que tuvo uso de razón mantuvo esa costumbre de plasmar celosamente cada acontecimiento de su día a día. Apuntaba lo que le pasaba y, a mayores, enriquecía el relato con objetos de lo más variado: una hoja de un árbol del parque en el que había estado, el envoltorio de un bombón que le habían regalado, un folleto de una actividad que le había gustado. Puede parecer (como a mí me pareció al saberlo) un hábito cursi y desfasado, además de una pérdida de tiempo. Sin embargo, hoy ella sería un referente. El 'journaling' (así: 'in english') está en boga. Lo de toda la vida es, de nuevo, lo que funciona y retorna. El hecho de si es un beneficio para la mente, reduce el estrés, ayuda a conocernos, a expresarnos o a dar rienda suelta a nuestras emociones, lleva a una dimensión que no viene ahora al caso. Semeja que a ello contribuye, pero no es definitorio ni una panacea o remedio para todo. Mi tía abuela, que no sabía ni firmar (lo hacía con la huella dactilar), en verdad era elocuente y espabilada a rabiar, con una sabiduría que ya quisieran otros en su lugar.

Tan importante como escribir, sean recuerdos, sentimientos o sesudos ensayos, es leer, no solo a diario, sino tanto como sea posible, siempre que no nos lo impidan otras ineludibles ocupaciones cotidianas. Valoro positivamente una iniciativa que asimismo se ha puesto de moda y ha llegado recientemente a Santiago: 'Le Comigo'. Para los profanos: consiste en dedicar una hora a empaparse de un libro, no en el sofá de casa, sino en compañía de extraños y conocidos, en un lugar previamente escogido, guiados o acompañados por una persona que al final de la sesión propicia un espacio para verter lo que cada uno quiera contar en relación con la temática elegida o sobre lo leído. Son las 'silent reading parties' (así: 'in english')

En esa línea de promover y hacer una fiesta de las letras, del 3 al 12 de octubre se celebra otra edición de la SELIC (Semana del Libro en Compostela). Gran cita para los amantes de las novedades editoriales y para disfrutar, sin prisas, de interesantes propuestas y de sus autores. Sugiero que se ponga un stand especial con textos de siempre pues se está debatiendo si es oportuno que los adolescentes se enfrenten a Rosalía, Unamuno o Cervantes. Clamaría al cielo, pienso, si estos y otros autores clásicos sufrieran destierro. Ignoro si hay una a edad ideal para leer 'Cantares gallegos', 'San Manuel bueno, martir' o 'Novelas ejemplares', pero sé que cuando de entrada o por sistema se rebaja el nivel de exigencia flaco favor se le hace a nadie.

Tras este 'speech', dejo constancia de que Iago, con 7 años, goza por igual de las atracciones de feria como de la media docena de libros que se lleva a la cama, para desesperación de su madre, a la que reta con pícara gracia: «¿No decías que debo leer mucho? Pues lo hago ahora porque mañana no puedo». Y es que con tanta actividad extraescolar también tiene difícil diferenciar lo accesorio de lo necesario. Va por buen camino este, ya en ciernes, lector empedernido.