Los gallegos pagamos la luz más cara que nadie, pero "el uso industrial de los recursos hídricos para producción de energía eléctrica ha traído como consecuencia importantes alteraciones hidromorfológicas en los principales ríos. La construcción de presas y el elevado número de desviaciones de caudal alteran el ecosistema hídrico, comprometiendo el buen estado ecológico de casi cincuenta masas de agua".

Esto es parte de un informe de la situación de nuestros grandes ríos que puedes leer en la web de la Confederación Hidrográfica Miño-Sil y que bien define el empeño de aquel nunca olvidado régimen, cuyo caudillo tenía como afición favorita inaugurar saltos de agua o pantanos, como dicen por Madrid.
Así se ha llegado en este país a construir 106 instalaciones hidroeléctricas, de las que 36 son grandes centrales. La potencia total instalada alcanza los 4.402 megavatios y la producción por hora es de 14.143 gigavatios. Esto supone casi el diez por ciento de la producción total peninsular, suficiente para abastecer más de dos millones de hogares.
Pero da igual, porque a los gallegos, las empresas eléctricas, nos han tomado por primos y nos calcan en la factura un 6% más que, por ejemplo, en Cataluña.
- ¿Para qué nos hacía falta, entonces, destrozar los ríos principales y su ecosistema?
El embalse más grande del Miño es el de Belesar, con una capacidad total de más de setecientos hectómetros cúbicos. A finales de agosto estaba bajo mínimos, a menos de un 25%. Fue suficiente para que su escaso caudal nos recordase que habíamos inundado fértiles tierras y viñedos de gran calidad, pueblos enteros y hasta monumentos irrepetibles. Es decir, hemos echado agua encima de las zonas agrícolas más ricas de las comarcas de Lugo y especialmente de Chantada.
Entre los muchos tesoros sepultados por el salto de Belesar está el Castro Candaz, que la sequía dejó al descubierto hasta hace unos días. Se trata de un poblado castreño sobre cuyas ruinas, en la Edad Media, se construyó una fortificación que pertenecía al linaje de los Taboada. Del castro y de la casa-fuerte solo quedan visibles, cuando la sequía lo permite, algunas piedras.
Los arqueólogos que tuvieron la suerte de visitar el Castro Candaz dicen que su acceso debía de estar construido por plataformas a distintos niveles.

Lo visitaron cuando Fenosa tuvo que llevar a cabo ciertas obras en su central eléctrica, hace unos cinco años, y quedó al descubierto casi todo el emplazamiento de la antigua citania.
De la sequía de los embalses surge el paisaje del pasado y con él historias poco contadas en la actualidad. Por ejemplo, la resistencia de los habitantes de estos pueblos fantasma, apagada a golpes con los fusiles del dictador. Cada salto de agua tiene sus héroes y estos pueblos sumergidos permiten muchos relatos del abuso cometido por Fenosa en nuestros grandes ríos.
La historia más conocida es la del viejo Portomarín, cuando allá por el año 63 del siglo XX, las aguas del Miño cubrieron de muerte un pueblo que decían los peregrinos era el más hermoso de todos los pueblos por donde pasa el Camino Francés de Santiago.
Si quieres conocer esa misteriosa conjunción de la muerte y el agua, espera que se repita la sequía para que quede al descubierto, una vez más, la piel de las profundidades del Miño, por donde aún se pasean los fantasmas.
Como ourensano que soy ni te cuento la rabia que asoma a mis ojos cuando recupero la imagen del Miño de mi infancia, en el que aprendí a nadar, a besar y también a amar la naturaleza. El salto de Velle acabó con el ecosistema e inundó sus fértiles ribeiras. Llenó de niebla la ciudad y sin embargo seguimos pagando la luz más cara que nadie.
Pasados los días de tarifazos locos de las eléctricas me dije que nunca jamás. Que si por mi voto fuere no gobernarían más aquellos que permiten tales abusos a las empresas que mayor beneficio comercial obtienen a costa de nuestra impotencia. Porque para colmo, no nos permiten, buscar alternativas energéticas independientes.