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Jandía. Fuerteventura.

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 21 de septiembre de 2025
Dedicado al más sabroso caldo de pescado que he probado en mi vida, gastronómica y
emocionalmente hablando, hace más de veinte años en la Punta de Jandía. Ya nada es igual en Jandía.

Jandía. Fuerteventura. Jandía era el lugar perdido en Fuerteventura a donde llegar dando tumbos el coche, de bache en bache, a sabiendas que al regreso era imprescindible llevar el vehículo a lavar si queríamos recuperar el color del mismo y la visión en unos espejos y cristales que regresaban cubiertos de tal cantidad de polvo y tierra en suspensión que era imposible ver más allá de nuestras narices.
Era entonces Jandía, pueblo de un bar. Era entonces el caserío de Jandía unas pocas casas donde habitaban pescadores, casas que asomaban sus precarias y pequeñas terrazas a la playa, justo al borde la marea. Casas cuya comunicación con la arena, una arena de suave color crema, se resolvía mediante un pequeño salto, justo el necesario para salvar el último peldaño inexistente, a pie de risco.
Era entonces un bar para degustar pescado fresco, el bar con el mejor caldo de pescado que se podía disfrutar en Fuerteventura, un caldo de pescado majorero con gofio escaldado, así le denominaban también. Era el bar del boca a boca, el bar que te sorprendía a la llegada de aquella manera tan propia:
- ¿Caballero, le apetece un caldito de pescado? o, simplemente -Tenemos un buen caldo de pescado -nada más entrar en el bar, de labios de un hombre que disfrutaba degustándolo, en ese preciso momento, junto a su señora.
La señora era quien se levantaba para servírtelo.
- ¿Un vino, señor, una cerveza? -preguntaba él, desde su mesa.
- Una cerveza está bien -respondía yo.
- Tropical, entonces, -confirmaba, sin necesidad de ordenar a su señora la bebida a servir.
Era entonces la cerveza habitual, la cerveza de la tierra, la de los Carnavales, los conciertos y fiestas, la cerveza que aún era de capital canario -al igual que la Dorada tinerfeña que ya tampoco lo es-, antes de que los grandes holding cerveceros mundiales la convirtieran en una marca más en su interminable lista de empresas y negocios.
Y he aquí que tras la cerveza bien fría, colocaba la señora una perola de las de antes, de aluminio y tamaño medio, con un caldo de pescado en su interior, imposible de dar cuenta del mismo dos personas.
Humeante aún, demandaba un poco de reposo sobre la mesa. La señora, tras colocar el caldero cuyos aromas eran el preludio perfecto a un condumio tan sencillo en su elaboración como inigualable en sabor, añadía a la mesa un escaldón de gofio en una escudilla, y un plato generoso en rodajas de cebolla cruda, de la tierra, bañadas en vinagre, completando tan apetitosa mesa un mojo majorero de mortero y puño.
- La cebolla para el gofio, cristiano, y para acompañar al caldito de pescado.-puntualizó la señora, cocinera y ama, ante mi acento peninsular y regresó a la mesa con su esposo.
Nadie más había en el bar. No eran muchas las mesas, acaso media docena. Sólo se encontraban, ocupadas, la suya y la mía. Recorrí aquel cuarto, local y bar a un tiempo, con una mirada franca, sosegada. No podían negar las paredes, cargadas de abalorios marinos, lo que en verdad era, un bar de pescadores. Ante la perola casi llena, pensé:
Jandía. Fuerteventura. - Prisa no hay, gallego soy y paciencia tengo. Comencemos con el escaldón.
Y fue así como, en silencio, al tiempo que degustaba aquellas sencillas viandas, preparadas con productos de la tierra y el mar -ahora eufemísticamente se les considera productos de cercanía, de kilómetro cero, de consumo responsable...-, tuve mi primer encuentro con la realidad física, humana y gastronómica de la península de Jandía. Horas más tarde, sin prisa alguna en retornar a Morro Jable, mi cuerpo necesitó de una sosegada siesta sobre una toalla, allí mismo, en la playita de Jandía. Del caldo de pescado y sus complementos poco quedaba en el fondo del caldero.
No había en aquel entonces aerogenerador. Llegaría luego. Sería anunciado a bombo y platillo. Que si cubriría la demanda energética del poblado, que si daría electricidad para el funcionamiento de una desalinizadora, una depuradora, una pequeña fábrica de hielo y un refrigerador para conservar el producto de la pesca, que si autosuficiencia, que si premios internacionales, que si abandono. Sólo duró cuatro años el funcionamiento y la ilusión del Proyecto. Luego, unos a otros se pasaron la pelota y ahí esta el aerogenerador inservible y oxidado -vean las fotos que adjunto-. Porque ese es el fin en esta bendita tierra canaria de proyectos vanguardistas que benefician a un tiempo a la población y al medio natural. El abandono y la pérdida de la inversión millonaria que fue necesaria para hacerlo realidad. El mal uso y el despilfarro de los caudales públicos. Nada nuevo. El interés en nuevos proyectos -nuevas partidas presupuestarias-, pero ningún interés en mantenerlos. Cuando esto escribo ya se está hablando de una nueva inversión -faltaría más-, un nuevo gasto millonario y, tal vez -aunque no lo digan-, alguien haya previsto, un futuro abandono. Lo cierto es que el tiempo pasa y lo que observo hoy, a finales de mayo del año dos mil veinticinco, es un aerogenerador viejo, herrumbriento, parado desde hace más de veinte años, sin mantenimiento alguno, olvidado de todos, hasta de aquellos que disfrutaron de la partida presupuestaria y del dinero europeo correspondiente, La misma que permitió elevarlo al cielo.
Pero sigamos con la Punta de Jandía. Tampoco, en aquel entonces, existía un faro herrumbriento, abandonado, sucio, cubierta su parte superior con deshilachadas redes de seguridad que dan la falsa imagen de evitar la caída de materiales pétreos y metálicos por abandono del mismo pero que hablan claramente de la absoluta desidia institucional, una desidia tal que fue capaz el pasado año, de devolver al Estado mil ochocientos millones de euros por falta de gestión e inversión, es decir, por no disponer de un plan de actuación bien programado y temporalizado. Y así, faro y aerogenerador amenazan ruina.
Si nos fiamos de la información existente en una de las paredes del faro, existía un centro de interpretación del Parque Natural de Jandía, tal como consta en el panel que lo confirma. No sé si porque era sábado por la mañana -aunque tal día y tal hora se encuentran dentro del horario establecido- pero lo cierto es que estaba cerrado y que, por el abandono que observé en todas las instalaciones, -suciedad en cristales y puerta, desmantelamiento del edificio del faro y de la casa asociada así como del bar que algún día debió estar abierto-, afirmaría que todas estas instalaciones han pasado a peor vida. ¡Son tantas las cosas importantes que se abandonan! Y, es curioso que siempre obedecen a la misma razón. Se cierran y relegan al olvido los centros de interpretación, las aulas de naturaleza y todo aquello que favorezca el conocimiento de la tierra, la valoración de lo propio y de la vida pasada. Es como si existiera una mano negra -es posible que la razón sea más simple y tenga que ver con la extrema ineptitud de las personas que toman tales decisiones-, que señalara el camino a seguir a la hora de diluir, difuminar, esconder, socavar los valores ancestrales de la población canaria, sus costumbres, sus rasgos identitarios, así como los valores asociados al paisaje y la biodiversidad, en beneficio de una globalización feroz y sanguinaria, donde todos pasamos a formar parte de una uniformidad castrante pues, desaparecidos los referentes que nos definen, nos convertiremos en simples peones desechables, mera mano de obra de bajo coste, abocada a un consumo barato, en sumisión perfecta para saciar la voracidad de una élite cada vez más rica y más insensible, y perpetuar el sistema imperante. El camino, no nos engañemos, está bien trazado, se trata de poner en valor la ignorancia y la incultura como bienes supremos -ejemplo claro es la telebasura que invade todas las cadenas televisivas, públicas y privadas y los personajes estúpidos e ignorantes que sin saber cantar, expresarse o dialogar berrean los unos, vociferan los otros y todos reciben parabienes y aplausos de un público cada vez más amplio y anulado en su voluntad de elegir, de reflexionar, de actuar.
Al mismo tiempo consideran raros, aburridos y anacrónicos hasta hacerlos desaparecer tanto los programas relictuales dedicados a la cultura y al conocimiento como aquellas personas que muestran inquietud y curiosidad por el saber, personas que se forman y practican un diálogo consistente en plantear diversos puntos de vista partiendo de la escucha y el respeto al otro, la educación como recurso básico para el entendimiento y, tras constructivas discusiones, lograr conclusiones válidas y consensuadas. No se trata de que quien más grita y es más vehemente defendiendo su punto de vista tiene la razón, se trata de consensuar, enriquecer las razones y puntos de vista propios y, tras el diálogo, lograr conclusiones válidas para todos.
Pero para aquellos cuya misión en la vida es la manipulación de personas y grupos a través de dotarles de banalidad y fuegos de artificio, de garantizarles una semana al año disfrutando de un apartamento turístico masificado, de procurarles mucho deporte en la televisión y los estadios pero no favorecer, potenciar y facilitar la práctica del deporte como propuesta saludable, las personas con inquietudes culturales, sociales o medioambientales son irrelevantes. Están tan centrados en mantener a la población sumida en la ignorancia, en ocultarles lo que en verdad importa, a volverla dócil y sin criterio propio que tildan de enemigos a todos aquellos que con sus críticas cuestionan sus mediocres resultados, sus nefastas soluciones.
Por eso no me extrañó que decenas de vehículos formaran una procesión en dirección a la punta de Jandía y que en el cruce que permite el desvío a Cofete, una interminable fila de coches formara una procesión similar. El caso es que todo esta marabunta humana está movida por un simple objetivo: sacar una foto o mil, bajarse del coche y volver a montarse sobre la marcha, sin reflexión alguna, sin ver y sentir el paisaje, sin interacción con la flora y la fauna que lo habita, con su singularidad, con su evolución, con su valía, con su historia, nada más allá del hecho físico de estar, para luego colgarla en las redes sociales. Así de simple y triste, sin más.
Mientras, sin que nadie quiera verlo, los empresarios de las compañías aéreas, los empresarios de los coches de alquiler, los grandes empresarios del negocio turístico, se frotan las manos pues convierten en partidas económicas millonarias el paisaje de todos. Un paisaje revestido con una falsa figura de protección bautizada Paraje Natural, pero de escasa vigilancia -yo no he observado en toda aquella jornada ni en la siguiente agente alguno, hecho que permite que miles de personas transiten cada día por Jandía al carecer de límite alguno en cuanto al número de visitantes. Lo pateen a diario, saquean su biodiversidad -una de las principales causas de la regresión del cardón de Jandía está en el robo y depredación de sus ejemplares más jóvenes, convertido en souvenir del turista menos concienciado-, hagan rallye, cubran de polvo las plantas del entorno condenándolas a muerte, aparquen en zonas no autorizadas que por su machaque continuo ya están convertidas en erial, abran nuevas pistas para acercar sus vehículos a los últimos lugares del litoral o circular por donde les venga en gana… Es cierto que la Ley de Espacios Naturales lo prohibe expresamente, pero lo cierto es que a finales del pasado mes de mayo, estuve en Jandía para confirmarlo.
No quiero olvidarme de las guaguas turísticas que se acercan diariamente a la Punta de Jandía. A su llegada, se detienen frente a uno de los tres bares existentes en el poblado, antaño de pescadores, ahora de decenas de roulottes que se han asentado allí para siempre -ver fotos-.
- Venga, venga, deprisa, deprisa -apremia el conductor de una miniguagua.
Mientras, se bajan una veintena de turistas de mediana edad y uno de ellos, queriendo ver algo más que el bar, manifiesta lo siguiente:
- Con calma, un momento, voy a hacer un par de fotos a esta escultura de un pescador cogiendo un pulpo y luego a ese chinchorro...
- No es posible -responde enojado el conductor, guía y también comisionado del bar, retirándole la palabra-. Ahora toca comer, las fotos luego, si hay tiempo. Aprisa, vamos, que ya llegamos tarde.
Tarde era para el conductor las doce y cuarto. Pero el sabía que era el momento de sentarlos a todos y cobrar su comisión. Comer y beber, pues el ruido -inaceptable es para mí llamarle música a aquello-, estaba en marcha y se trataba de comer rápido, regresar a la guagua y dejar las mesas libres para otro grupo de "guiris".
Mientras esto observo, una decena de quads llega entre una nube de polvo. Un grupo más numeroso de todoterrenos ya había subido a Cofete y se dirigía ahora hacia la Punta entre una nube similar de tierra y polvo.
- ¿Espacio protegido éste? -me pregunté.
No se trataba más que de un producto de consumo para el turismo. Y esto es, realmente, lo que está transformando todos nuestros espacios naturales, no sólo en Fuerteventura sino en todas y cada una de las islas Canarias.
No es de extrañar que no encontrara vestigio alguno de aquel mágico momento atesorado en mi memoria, como un grato y emocional recuerdo.
Descorazonado, regresé con calma, no deseaba hablar de Jandía pues los recuerdos del pasado eran únicos y extraordinarios.
Sólo quería encontrarme, antes de abandonar Jandía, con un viejo amigo, un superviviente a tanto trasiego motorizado. El amigo no era otro que el cardón de Jandía, símbolo natural de Fuerteventura.
Pánico me daba recorrer Jandía y no encontrarlo. Lo cierto es que el miedo estaba fundamentado. Sabía del saqueo sistemático y de la comercialización de pequeños ejemplares, también de los efectos devastadores de una pertinaz sequía y del trasiego llevado a cabo por personas, motos y coches abriendo nuevas sendas por sus dominios…
Tampoco ayudaba el que observara gran parte del arenal, tras salir de poblado de Jandía, pequeñas vaguadas y barranquillos sin encontrar ejemplar alguno. Respiré aliviado cuando en un barranco, desde el mismo pie de las descarnadas montañas, justo donde se iniciaba la ladera de derrubios, hasta la línea de costa, se extendía una buena población de cardones de Jandía. Me alegró observar abundantes ejemplares de buen tamaño, aunque algunos estaban secos, incapaces de sobrevivir a la pertinaz sequía.
Saludé a los sanos, con la mirada, sin tocarlos. Sus largas, finas y agudas espinas no son buenas razones para efusivos abrazos. El móvil me permitió fotografiarlos de mil maneras. Quería sentirlos cerca de mí, escribir sobre ellos, hablar de su existencia. Poco tenían que ver con el cardón canario, habitual imagen a la que todos estamos acostumbrados en las islas. No, esta no era la Euphorbia canariensis, elemento botánico símbolo de Gran Canaria. Se trataba de una euphorbia, cierto, pero era otra especie: Euphorbia handiensis, una especie exclusiva de esta isla, con sus exiguas poblaciones limitadas a los valles y barrancos de la vertiente suroccidental de Jandía. Se trataba pues de un endemismo de un valor extraordinario, un símbolo de nuestra identidad canaria.
Abandoné el parque con el pensamiento puesto en denunciar la masificación del lugar, en exigir una mayor vigilancia, en recuperar el centro de interpretación.
Cerré los ojos. Las imágenes de los cardones de Jandía, de varias cabras cimarronas confundida su librea con el suelo donde habitan y dos espléndidos ejemplares de palmera canaria desafiando la sequedad del lugar, lograron en mi rostro una franca sonrisa. No tenía duda, aquellas visualizaciones significaban una pequeña esperanza.

José Manuel Espiño Meilán, Presidente honorífico del Colectivo Ecologista Turcón-Ecologistas en Acción, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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