Tontos Club (8)
Timiraos, Ricardo - jueves, 11 de septiembre de 2025
Habrán observado mis lectores que llevo más de un año sin contarles nada de mis hijos, eminentes gilipollas. La razón no es baladí, pasé este tiempo con estrés psicológico porque necesitaba saber que ellos no eran tan tontos como me hacían ver, así que, después del episodio que les voy a contar, ellos cambiaron una barbaridad y hasta trabajan. Así que me prometí a mi mismo dejarlos volar y centrarme en otras situaciones, que haberlas hailas, con personajes y situaciones que les pueden resultar familiares. No fue difícil.
Así que les cuento como fue su reciclaje:
Maika, su madre y mi mujer, estaba contenta porque, después de soportar las averías de la vieja lavadora, había comprado una nueva que hasta tiene inteligencia artificial y una musiquilla simpática. Lo de la inteligencia artificial era algo en lo que ya habíamos pensado, no para la lavadora, sino que habíamos buscado un chip, como los de los animales, y que pretendíamos insertar a nuestros hijos, dado que creímos que les faltaban muchos hervores. Sabíamos que rematados no eran y que cuando Dios hizo el reparto de dones, ellos parece que estaban en "stand bay" porque es evidente en la rifa no entraron. Tampoco el cole hizo milagros ni las peregrinaciones como la ya contada de Eli a Lourdes.
Pues bien, cuando nuestro Antony llegó a casa y vio la alegría de su madre y lo que le contaba de la lavadora y su inteligencia artificial, no tuvo mejor idea que acercarse al gran ojo de la misma y meter parte de la cabeza para ver como era la inteligencia artificial que trae el electrodoméstico. Así que estando en esas, debió tocar alguna tecla sin querer y la lavadora lo succionó, se cerró y, a pesar de nuestra rápída reacción, se puso a dar vueltas y vueltas sin que nosotros pudiéramos evitarlo. La verdad no sé quien lo pasó peor, si Antony en el centrifugado, si nosotros que no éramos capaces de saber como se paraba la maldita lavadora. Así estuvimos como pánfilos tratando de leer las instrucciones y mirando aquel carrusel de vueltas del tambor de la máquina. Uno, que ya empieza a ser flemático, se temía lo peor y Maika empezó a llorar de tal modo que no sé como no se deshidrató. No había clines parta limpiarse. Yo ya comenzaba a pensar en mi nieta Carolaine. La cabeza tiene esas cosas que no para. Y hasta si podía tener suerte si su padre se moría y le quedaba una pensión. Son cosas que se te pasan por la cabeza mientras duraron aquellos terribles cinco minutos angustiosos sin saber qué hacer y temblando que se hubiera muerto. Cuando la corte celestial le hizo caso a Maika, paró la lavadora, y con sumo cuidado, la abrimos y sacamos a nuestro hijo tratando de evitar dejarle dentro alguna pieza y comprobamos que Antony estaba ileso y sequito y que en la boca llevaba un papel que parecían las instrucciones de la lavadora. Por supuesto, salio aturdido, pero eso no nos preocupó demasiado pues era estado natural. Apoyándose en nosotros, lo llevamos al salón y lo sentamos en el sofá. Así estuvo uso instantes hasta que Maika le preguntó si estaba bien. Tranquilizó a su madre: ¡Perfectamente!. Mientras el papel que traía en la boca, se cayó al suelo. Lo recogí y, creyendo que eran las instrucciones de la máquina, no le di demasiada importancia y lo coloqué en la mesilla, pero, para saber qué había hecho, leí el papelito en cuestión. Decía así: "El elemento centrifugado no reúne las características para las que está programada la lavadora, no obstante, la ropa ha sido sometida a una deshidratación rápida. Por su parte, el cuerpo humano que en ella se envolvía ha sido sometido a una transformación avanzada para que pueda reflexionar, trabajar, cuidar a sus vástagos, realizar trabajos sociales, alimentarse con mesura y ser mínima mente un individuo normal. Evidentemente, requiere labores de limpieza de bobadas, orientación humana, actividades de equilibrio mental y selección de amistades".
El susto todavía no había pasado, cuando apareció Eli, nuestra otra hija, y esa, que es muy echada para adelante, preguntó qué pasaba al ver nuestras caras de susto. Se lo empezábamos a explicar y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se acerca a la lavadora para intentar comprender aquello...¡ Y oímos que la lavadora ya estaba otra vez en marcha con Eli dentro! ¡No me digan que mis hijos no son unos cracs !
La lavadora ahora tenía un ruido grande y se oían tumbos como cuando algo falla. Temíamos por Eli, porque está bastante gorda, tipo paquidermo, y podía salir lesionada, pero no nos atrevíamos a pararla. No fuese peor el remedio que la enfermedad, al menos a Antony no le había pasado nada extraño fisicamente hablando. Y no sufrimos tanto. Cuando paró la lavadora, la abrimos y sacamos a Eli, tirando de ella con toda la fuerza que pudimos, y fue saliendo entera, lo cual resulta asombroso, pero en este caso los moratones en cara y cuerpo eran visibles. Nada grave.
Eli también traía su manual de instrucciones, que básicamente era parecido al de su hermano, pero aquí había una salvedad: "La intervenida necesita una dosis extra de realismo y se le recomienda que su local de negocio, El Vacas club, no tenga ambientación natural de excrementos de vacas y similares. Se procurará aire limpio, abrirá todos los días y se comerán productos naturales con raciones proporcionadas. La centrifugada tiene excedente de creatividad para dar de comer y su cocina con amor ha de completarse con productos y elaboración de calidad".
Pasamos unos momentos serenándonos, unos por su percance, otros por los temores, al fin y al cabo son nuestros hijos.
Comencé yo diciéndoles que lean los prospectos, pero Eli me interrumpió diciendo que tiene, no sé en dónde, supongo que en el móvil, una admirada influencer, llamada María Pombo, que dice que no le gusta leer y que tiene razón.
Yo ya estaba habituado a casi todo, pero se me desbordó el vaso. A mí, que me venía bien esta terapia de contarles mis desventuras, se me vino a la cabeza Donald Trump y no sé porque tuve esa asociación de ideas. Así que ya no les cuento nada, ni de él ni de de Gaza, ni de Ucrania... Me aterran tales intelectuales.
Antes rezábamos: "libéranos, Dómine". Mis ilustres presuntuosos de la ignorancia me recuerdan que debo releer el "Elogio de la locura" de Erasmo de Roterdam para reciclarme.

Timiraos, Ricardo