Ideas de ayer y hoy
Alén, Pilar - martes, 09 de septiembre de 2025
En un mundo en el que sobra sangre y se puede ver y hacer arte de mil maneras sin recurrir a fórmulas de antigua usanza, una tórrida tarde de este verano recibo un vídeo con un paseíllo de una corrida taurina de una conocida ciudad del sur de Francia. Conozco esa imponente plaza, pero ya había perdido la noción de si tenía o no uso alguno. Lo tiene: corrida de toros en su feria de verano. Lo primero que me llamó la atención fue la música que acompañaba al séquito de toreros, rejoneadores y banderilleros. Era un estrato de la ópera «Carmen» de Georges Bizet: la «Canción del toreador» entonada por un tenor. No se han devanado mucho los sesos para tal elección. Espero que entre las diversas reformas que sufrió ese recinto -el mayor en suelo francés- hayan reforzado las tribunas porque en agosto de 1910 seis de ellas, atestadas de espectadores, se derrumbaron causando cientos de heridos y gran estruendo. ¡Vaya traspiés!
Esa pieza lírica, ambientada en Sevilla, pero compuesta por un francés, está este año de aniversario: 150 años han transcurrido desde su estreno -accidentado y ensombrecido por abundantes abucheos- en el escenario del Opéra-Comique de París. Algunos tendrán la fortuna de disfrutarla el 5 y 7 de septiembre como parte del cartel de Amigos de la Ópera en el auditorio coruñés.
Es una de mis favoritas: por su singularidad, el desenlace trágico y previsible, la trama sencilla y realista. Y también por su vivacidad, la brillantez de la orquestación, el sensual color vocal de la apasionada cigarrera Carmen, la oportuna intervención coral. En fin, por casi todo. Una originalidad a destacar: es una ópera con partes dialogadas, lo que la acerca a una zarzuela, género siempre más fácil de llevar. Aunque tome clichés que podrían hacerla caer en el olvido, no deja de interesar. Mantiene la atención, desde el inicio hasta el final, suscita curiosidad y muestra una cruda y eterna realidad: la de la mujer que lucha por ser libre y acaba mal. La protagonista muere a manos de un ser cegado por una vana ilusión: pretender ser dueño y señor de un amor que cree que puede exigirse sin más. No abundo en ello pues, para sonrojo de todos, son temas de ayer y hoy. Lo único novedoso es el calificativo que recibe esa gitana: mujer 'empoderada'. Ni Bizet ni muchos otros lo hubiesen imaginado. Carmen sigue ese patrón, pero nadie hasta hace dos o tres décadas empleaba así esa palabra.
El montaje de Calixto Bieito no dejará indiferente a nadie. En el pasado otoño fue tildado por la prensa inglesa como 'provocador', término que él negó por considerarlo una tetra más para vender entradas. Por su formación y trayectoria no suele defraudar; lo de gustar es otro cantar. La ambientación situada en los años '70 puede ser más o menos acertada. Los solistas -Sofija Petrovic y Oreste Cosimo- cumplirán su misión. La OSC, dirigida por G. Martinenghi, está en boca de todos por sus continuos problemas, pero los instrumentistas lo darán todo. Y los coros podrán lucirse por la garantía que da que estén en manos de dos grandes de la profesión: F. López Briones y Pablo Carballido, buen amigo, maestro de maestros y buen cantor.
¡Quien pudiera contar en Santiago con un espectáculo semejante! El fallido Teatro da Música de A Cidade da Cultura ya tiene nuevo destino: ¡espacio logístico para usos varios! Y el Auditorio de Galicia no da para tener en escena 100 artistas en movimiento y meter en el foso una orquesta de estas dimensiones.
En espera de resultados, les dejo con una máxima de Bizet: «No pretendo hacer nada 'chic', quiero tener ideas antes de empezar una pieza». Buen lema para reiniciar el curso: pararse a pensar para no comenzar ya a improvisar.

Alén, Pilar
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