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Ernest Hemingway

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 24 de agosto de 2025
Premio Nobel de Literatura 1954

Dedicado al escritor José Luis González Ruano, quien sentía tal admiración por Ernest Hemingway
que siguió su estela por aquellos lugares que formaron parte de la vida y obra del Premio Nobel.
Por tantos recuerdos compartidos con José Luis en las calles de Pamplona y junto
a su plaza de toros, justo en el Paseo de Hemingway donde se encuentra el busto del escritor,
obra del escultor barcelonés Luis Sanguino.
Por la emoción con que mi amigo narraba su encuentro en Cuba con Gregorio Fuentes,
el viejo pescador que había inspirado en Hemingway el personaje de "El viejo y el mar".

¿Quién no conoce la obra de Hemingway, "El viejo y el mar"? ¿Quién no la ha considerado uno de los mejores libros leídos a lo largo de su vida? ¿Quién no dispone de un ejemplar de la novela en su rincón personal de lectura, en uno de los espacios más entrañables de su casa? Ernest Hemingway
Traducida a más de treinta idiomas, con millones de ejemplares editados y reediciones permanentes, esta novela corta que le valió el Premio Pulitzer en 1953 y el impulso definitivo para reconocerle como Premio Nobel al año siguiente, más que un clásico es un bálsamo para el espíritu pues narra la grandeza, la lucha y entrega sin límite del ser humano.
"El hombre no está hecho para la derrota -dijo-. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado."
Su narrativa es pura pasión. Su narrativa es parte de su vida. Sus personajes son parte de su realidad biográfica. En suma, no es aventurado afirmar que su obra, toda su obra es Hemingway en estado puro.
Nunca de un escritor necesité escribir tan poco. Hablan por sí solo sus textos.
"El muchacho salió. Habían comido sin luz en la mesa y el viejo se quitó los pantalones y se fue a la cama a oscuras. Enrolló los pantalones para hacer una almohada, poniendo el periódico dentro de ellos. Se envolvió en la frazada y durmió sobre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles de la cama."
Poco tarda uno en coger cariño a Santiago, el viejo pescador. En él se aunan todos los valores que se le presumen a un hombre que lucha con la vida a cada instante, que valora la amistad y la entrega del muchacho tanto como a sí mismo, cuya fortaleza, resistencia y espíritu de sacrificio le permiten enfrentarse al destino que le sonríe en forma de un enorme pez espada que se volverá pescado cuando quede atrapado en su anzuelo, porque el hombre gana la titánica lucha con animal tan colosal, pero la providencia es aciaga, sorda y cruel a su esfuerzo. No importa, Santiago, el campeón de pulsos de Cienfuegos, no ceja hasta arribar a la aldea aunque sólo sea con el espinazo del pez.
Es "El viejo y el mar" una obra magna, el relato de una odisea.
"Las nubes se levantan ahora sobre la tierra como montañas y la costa era sólo una larga línea verde con las lomas azulgrís detrás de ella. El agua era ahora de un azul profundo, tan oscuro que casi resultaba violáceo. Al bajar la vista vio el cernido color rojo del plancton en el agua oscura y la extraña luz que ahora daba el sol."
El muchacho ausente, pero que siempre está ahí, en su memoria, el muchacho que ya no le acompaña porque rumorean los otros pescadores que el viejo está "salao", el muchacho que lleva en el pensamiento la admiración que siente hacia su maestro. Hay un cariño inconmensurable en el muchacho, orgullo y respeto por el viejo pescador. Y yo lo vivo en mis propias carnes y soy yo, ahora, quien siente la lejanía del pescador y quien palpita, preocupado, ante la grandiosidad de un paisaje oceánico que se vuelve inabarcable, sombrío, oscuro, desafiante y siento la soledad, la pequeñez de un hombre sólo en medio de tanta inmensidad azul.
"Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza y del orgullo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez. Y éste se viró sobre su costado y nadó suavemente de costado, tocando casi con el pico la tablazón del bote y empezó a pasarlo: largo, espeso, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua."
Quise elegir cuidadosamente la segunda obra. Huir de aquellas que formaron parte directa de su pasión vital, de su rebeldía, de su desbordante, a veces insensata, valentía para estar en primera línea de guerra, en primera línea en la caza de los animales más fieros y en el torbellino emocional de la sangre y los toros.
Quise dejar "Fiesta", "Muerte en la tarde", "Adiós a las armas" "Por quién doblan las campanas", sencillamente porque siguiendo la peculiar costumbre que yo mismo me he impuesto, sólo dos obras les acercaré. Sé que tras su lectura desearán seguir tras la narrativa pasional y desbordante de Hemingway y leerán éstas y alguna más, una tras otra. Ernest Hemingway
Tuve mis dudas con "París era una fiesta", período de máxima exaltación del autor, con un Ernest crecido por la juventud -recién casado, con veintidos años, fechas navideñas, un veintidos de diciembre, llegando a un París desbordante en cultura, libertad y bohemia-, un Hemingway en gran medida ingobernable -él mismo reconoce "éramos muy pobres y muy felices"-, pero al final escogí uno de su últimos libros publicados en vida, un presagio de la decadencia del ser humano, una referencia clara y manifiesta al amor platónico por la vida cuando el impulsivo y arrollador propio de la sexualidad se va apagando lentamente. Su título: "Al otro lado del río y entre los árboles". Cuando lo escribe, Hemingway estaba a punto de cumplir medio siglo de existencia, idéntica edad que le aplica al personaje principal de su novela, un coronel de infantería del ejército de los Estados Unidos. Sería una joven aristócrata de diecinueve años, Adriana Ivancich, quien despertó en él un afecto especial, cuasi paternal que le llevaría a convertirla en la condesa Renata en esta novela:
"Observó el cielo que se iluminó más allá de la línea de los pantanos y, dándose vuelta en el tonel hundido, miró la laguna congelada y los marjales, divisando, a lo lejos, las montañas cubiertas de nieve. Desde aquel lugar tan bajo no se advertían las estribaciones, y los montes se alzaban abruptamente desde la llanura"
Frío, humedad y placer inmenso es lo que experimenta el coronel, en las primeras escenas, como cazador de patos. Una descripción que te trasporta a un idílico escenario italiano, los pantanos existentes en la desembocadura del río Tagliamento en el mar Adriático, región veneciana.
"Gacha la cabeza, apuntó cuidadosamente, abajo y bastante adelante del segundo pato, y disparó. Después, sin cuidarse del resultado, levantó el arma hacia arriba y a la izquierda contra el otro pato que se elevaba y, al apretar el gatillo, vió que se plegaba en pleno vuelo y que caía entre los señuelos colocados sobre el hielo desmenuzado."
Mis ojos se cierran con el recuerdo entrañable de una personalidad desbordante, de su pasión y sus obras. Y el incansable viajero recorrería España de arriba abajo, de fiesta en fiesta, de plaza de toros en plaza de toros, pero también recorrió, vivió y sintió la fuerza de lugares emblemáticos de mi tierra natal. Galicia le encantaba y desembarcó en Vigo y visitó Santiago y vivió en él. De Santiago dijo: "la ciudad más hermosa que he visto jamás", y se va de pesca al río Tambre y nunca deja de asombrarse por la catedral de Santiago, una joya arquitectónica que no admitía comparación alguna con las visitadas por él.
Ante este apunte final, recuerdo nostálgico de mi tierra natal que genera en mi interior una enorme gratitud hacia Ernest, me van a perdonar mis lectores, pero me puede la pasión literaria y no cumpliré esta vez mi deseo de presentarles dos obras nada más. La razón es de peso, a mis manos llegó otra obra del autor y, cual reportaje de guerra, libro filosófico, tratado de la vida, cuentos naturales, diálogos del corazón, tengo el deber de referenciárselo. Se titula. "En nuestro tiempo" y nadie, tras su lectura, podría creerse que se trata de su primer libro de cuentos, publicado cuando contaba tan sólo con veintiséis años.
"Un martín pescador remontó el río. A medida que la sombra del martín pescador se desplazaba río arriba, una gran trucha saltó del agua trazando una amplia parábola, luego perdió la sombra al acercarse a la superficie, fue iluminada por el sol y al volver a sumergirse reapareció la sombra, que ahora parecía flotar en el agua hasta un lugar debajo del puente, donde permaneció firme, afrontando la corriente y sus embates".
"El gran río de dos corazones", título de este cuento, se llevó también el mío, tras los pozos, los remansos, los rápidos y el pantano donde agoniza la corriente fluvial , tras los pinos que cubren las laderas, las húmedas praderas, los olmos y los abedules. Sentí la pasión existente tras los lances, procurando la captura de hermosas y ágiles truchas.
Y sentí el amor, la pasión, el placer de beber y de compartir el tiempo con el amigo, con el desconocido, con el padre, la emoción de la caza y de la pesca forjadas ambas desde el placer del acecho, el desencuentro, la violencia, el recelo, el miedo, el abandono, la soledad y la muerte a lo largo de unas lecturas, que se sucedieron con tal rapidez, que a su término, regresé al prólogo en la página novena y tras su relectura, cuento tras cuento, volví a saborearlos, a sentirlos dentro, a vivirlos de nuevo.
Si Ricardo Piglia, escritor y crítico literario argentino, en un excelente prólogo considera "In our time" -su título original-, uno de los mejores libros de cuentos que se han escrito, tanto por la calidad de su prosa como por la originalidad de su estructura, ¿qué les voy a aportar yo, más allá del placer de disfrutarlos?
Nunca nos abandonó Ernest Hemingway, sencillamente se quedó dormido, soñando como Santiago, el viejo pescador, con los leones marinos.

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector, escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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