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Sensaciones veraniegas

Timiraos, Ricardo - miércoles, 20 de agosto de 2025
Estoy en mi pueblo disfrutando del verano y mi otoño. Son días en que el dios Ra abre la ventana y recuerda de que en el País de las nubes también goza de adoradores. La vida en la ciudad es una muchedumbre en frenesí de prisas, algarabía juvenil y desfile incesante de canes. Es el último postureo de la soledad, de la tuerca capitalista que acogota a la gente joven y del miedo a tener hijos porque amenaza el lobo de la pobreza. Es la primera puerta a la marginación.
Los jóvenes, igual que antaño hacíamos nosotros, se afanan estos días con toda la ilusión para disfrutar del Naseiro, la mejor fiesta del mundo, mal que les pese a los envidiosos. Lo dijo el poeta: "A imitación do Naseiro fixo Deus o Paraíso". Y este poeta, Noriega, era de fiar. Después están los pseudopoetas decoradores de aire y escaladores de egos, pero eso es otra historia.
Así que, preparada la parcela, conviene llenar la despensa para que el dios Baco no pase sed. Naseiro es un dios menor, alegre, tolerante, humilde, sencillo, servicial... de buen rollo que no da opción a la avaricia, la ira, soberbia, la envidia y es condescendiente con los demás pecados capitales. Para desinformados advertimos que en Naseiro el tiempo es futuro, la comida gula aderezada y la lujuria improvisación y creatividad. Allí hay sobredosis de meneito, amor juvenil y testosterona, no exenta de efluvios etílicos. Naseiro es la ribera del rio Landro donde el agua acaricia el ingenio para regocijo de espectadores. Naseiro es el edén donde los sueños vuelan sin retorno. Allí algunas veces llueve para que no olvidemos que estamos en Galicia, pero ni siquiera moja, aunque bailemos en los charcos. Otras veces la llovizna es sudor de fiesta o si acaso rocío de los ojos de los ausentes. Música, canciones, gaitas y charangas, bailoteo, y que no falte marcha, ni que llevarse al gaznate. Naseiro es un dios que adoramos todo el año.
Pronto el pueblo volverá a su rutina con los mismos problemas sin resolver: faltarán médicos porque los negocios se imponen al bienestar público; también seguirán mandando los intereses económicos y ni siquiera san Roque será día festivo. Son tiempos donde la avaricia no da tregua ni la política le pone coto. Seguirán nuestros vecinos llamándoles bárbaros a los forasteros, pero ellos aparcarán también encima del césped. Por su lado pasarán esos pobres hombres maltratados por el estrés, policías locales, camino de los bares para encontrarse con colegas de otras fuerzas que velan por nuestro bienestar. Es lo que tiene la comodidad y la permisividad. También calles y aceras serán escaparates y apéndices de negocios que impedirán el correcto tránsito de los vecinos... No, no son cuestiones de siglas políticas, sino abusos sin corregir por falta de verdadera voluntad. Hay un viejo refrán al respecto: cambiarás de capador...
Los pueblos se pueden morir de indolencia, de desamparo, de marginación, pero se agota la adrenalina del esfuerzo, se cansa el alma que echa el bofe para salvar el barco. Pero lo peor es la desidia. Ese vivir zombi de sentirse ajeno al futuro de los propios. Ese egoísmo atroz de inmóvil cansancio. ¡Qué distintos somos los hombres!
¡Cuánto añoro el esfuerzo, el trabajo altruista, la gente que se brindaba al trabajo solidario! Todavía no entiendo los pagos o prebendas por servir a los demás! Evidentemente, perdóneme el lector, vivo en el otoño, aunque sueñe con la primavera.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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