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El silencio de los árboles en Telde

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 17 de agosto de 2025
Hacia un paisaje más gris y menos arbolado

Dedicado a Honorio Galindo Rocha, la única persona que vi luchar defendiendo la vida de los árboles, subiéndose a sus troncos, encaramándonse a su ramas, abrazándose a ellos.

Salinetas, talados cinco de los últimos grandes árboles, recuerdos vivos de un pasado agrícola aún no tan lejano, queda en silencio.
El silencio de los árboles en Telde En honor a la verdad, no es silencio lo que permanece, pues no es silencio lo que percibimos cuando de una manera consciente escuchamos.
Se trata del silencio de la vida animal que albergaban, pues perdieron cobijo las controvertidas tórtolas, los palmeros que siempre acompañaron con su monorrítmico piar casi medio siglo de mi existencia y los escandalosos, mañaneros y melodiosos mirlos. Con la tala se nos fue la escucha del sonido del viento al discurrir entre las ramas, acariciando sus copas, agitando las aciculadas hojas de los árboles.
Cierto es que silencio no hay, otros sonidos ocupan el nuevo mapa sonoro de la zona.
Ahora escuchamos con mayor nitidez los sonidos de cualquier vehículo motorizado. Las guaguas, los camiones, los coches y las motos se perciben con mayor intensidad, una vez la cubierta verde que ayudaba a mitigar la contaminación sonora va desapareciendo sin remedio. Cada vez quedan menos plantas que amortiguen el ruido de sus motores.
Se escuchan las voces y risas de los niños, jóvenes y adultos que, bulliciosas todas ellas, buscan la playa o se alejan de ella, siempre con la ilusión de regresar al siguiente día.
También se escucha la música de los grupos y Dj´s que los fines de semana dinamizan la avenida de la playa, en el único bar restaurante que se abre al paseo marítimo.
Pero el mirlo ha dejado de escucharse sobre los árboles talados y la algarabía incesante de los gorriones morunos también. Con la tala el repetitivo arrullo de las tórtolas turcas se escucha sólo en los laureles de indias de la mediana y las hermosas melodías de los canarios de monte que junto a los pintos encontraban en sus semillas una buena fuente de alimento, árboles que visitaban de cuando en cuando, ya no vendrán más. Seguirán encontrando su alimento en los pinos marítimos de la playa de Melenara, árboles costeros que suponen una importante fuente nutricia para los jilgueros.
Uno tras otro cayeron los recios pinos marinos plantados a principios del pasado siglo. Igual da que tuvieran ochenta años o un siglo. El desprecio a la vida vegetal por parte del ser humano es similar.
Treinta centímetros de diámetro, alguno cuarenta y su tocón, ahí se encuentra, a la vista de todos, demostrando que a pesar de su falta de agua, de sus podas salvajes, de su abandono explícito, de la condena irreversible por estudios técnicos que garantizaron afecciones por hongos y otros parásitos, podrían vivir muchos más años.
Cierto es que alguno presenta parte de su estructura interior dañada, otros están sanos. Mas ninguno había dado muestras de derribo natural. Si ante cualquier afección a los árboles, la tala fuera la única respuesta, el emblemático drago de Icod estaría talado y decenas de pinos canarios seculares que muestran con orgullo sus heridas y sus recuperaciones.
Visto lo visto, no me vale que alguno de ellos mostrase, una vez talado, una parte de su duramen afectada. El resto de la parte leñosa está en buen estado. La mayoría de las veces tienen cura si el tratamiento es el adecuado. Pero, al parecer no era esa la razón de mayor peso, existía un problema de mayor envergadura, acaso irresoluble. Los pinos centenarios se encontraban en un lugar inadecuado.
Inadecuado porque el ser humano cambió el uso del suelo que antes era agrícola a residencial ahora.
Inadecuado porque a pesar del abandono a que fueron sometidos durante las muchas décadas, se negaban a morir.
Inadecuado porque encorsetado su tronco por baldosas y hormigón, sus raíces seguían creciendo, dando firmeza y seguridad al árbol.
Inadecuado, porque su presencia es incompatible con unas aceras que presentan un ancho ridículo y se encuentran en la entrada de un futuro hotel.
Y así se llevó a cabo su condena a muerte. No es un suceso para extrañarse de una manera alarmante. Es la tendencia. Una tendencia, supuestamente auspiciada por la ciudadanía, los residentes y los visitantes pues no se manifiestan, no protestan y callando otorgan, que nos conduce hacia un paisaje gris y menos arbolado.
La explicación y los datos que confirman esta tendencia, son claros: calles enteras del sector urbano de Clavellinas han perdido todos sus árboles por talas indiscriminadas, no sujetas en muchos de los casos a enfermedad alguna, sino una estúpida respuesta a su tenaz resistencia a desaparecer. Al parecer, simplemente molestan.
Es esta la incongruente respuesta del ser humano a vidas que van más allá de su limitada estancia en la tierra. La respuesta demuestra escasas miras, conocimiento deficiente, nula sensibilidad y cuestionables valores.
Las fotos que acompañan este artículo muestran la tendencia que no es otra que la paulatina e irremediable desaparición de todo vestigio arbóreo en la zona costera. Recuerden este dato, el arboricidio programado no ha hecho más que empezar.
Es curioso como en la última década, da igual quien gobierne, sólo en el sector Clavellinas-Salinetas de un centenar de alcorques con árboles, la mayoría laureles del tipo Ficus benjamina, algo más del cincuenta por ciento han desaparecido porque han sido talados -45 aún siguen en pie, cierto es que muchos de ellos esperando su tala, de los 55 restantes, solo queda el sitio donde se encontraban, pues son alcorques cubiertos ahora por una plancha de cemento.
¿Cuántos árboles nuevos se han plantado en su lugar? Ninguno.
Vamos ahora con la tan controvertida rambla de Salinetas. Por histórica desidia municipal pues desde su plantación jamás tuvo una poda que limitara su crecimiento, ni un tratamiento de los alcorques que favoreciera el crecimiento en anchura evitando así que sus costreñidas raíces levantaran el suelo y las baldosas, ni se le dio tratamiento fitosanitario alguno que eliminara cochinilla y otras plagas, frecuentes cuando hay falta de mantenimiento y riego, los árboles están como están, creciendo frondosos a pesar de todo, luciendo su esplendor en altura. Se trata de ciento once ejemplares, frente a los quince alcorques donde había árboles que fueron eliminados. En este caso concreto y hasta la fecha, sólo el trece por ciento de los árboles plantados hace un par de décadas, han sido talados.
Pero no toda la rambla está así, pues si analizamos la rambla que en cuesta se encuentra a la altura del sector de Clavellinas, nos encontramos con más de medio centenar de alcorques sin árboles. En su lugar se plantaron hibiscos, un arbusto que sin cuidado alguno no crece y jamás orfertará sombra. De ahí su lamentable estado: unos secos, otros con plagas, otros sobreviviendo como pueden. Cuando pasa alguien, algo muy raro pues el solajero es brutal, uno entiende eso de la política realizada a espaldas del ciudadano. El silencio de los árboles en Telde
Y al igual que comenté antes en la zona urbana de Clavellinas sobre los árboles talados, aquí que podrían enmendarse, que podrían demostrar que sí piensan en la ciudadanía, ningún árbol nuevo se ha plantado en su lugar.
Para más inri, paseando estos días me encuentro y se encontrarán ustedes con el letrero que encabeza este artículo: "PINOS ABANDONADOS. LOS ESTÁN DEJANDO SECAR. SIN AGUA". ¡No doy crédito a lo que estoy leyendo!, Al parecer, la falta de riego y mantenimiento de los pinos marítimos de Melenara pone en riesgo el bosquete de árboles que ha costado tantos años desarrollar y mantener. El bosquete convertido en el único lugar con sombra natural en todo el litoral de Telde donde la ciudadanía puede celebrar encuentros familiares y de amigos en un ambiente relajante, agradable y sano.
Tras ver las copas y ramas secas de varios pinos marítimos me pregunto si estos son los representantes públicos que la ciudadanía teldense se merece. Me pregunto si ellos viven aquí y saben lo que está pasando o bien viven en un cuento de hadas o en otro mundo paralelo. Me pregunto, en fin, si hay corazón capaz de soportar el deterioro de estas zonas verdes emblemáticas sin tomar medida alguna.
En fin, tras esta exposición de hechos reales, dudo que cambie algo. No es pesimismo a ultranza, pues ya en un artículo de opinión anterior, publicado en este mismo medio, recogía la extraordinaria oportunidad de hacer algo por la costa teldense y por el municipio que sirviera para recordar a los gobernantes actuales como artífices de una obra digna de mencionar.
El caso es que les ponía el caramelo en sus manos. Más de 20.000 metros cuadrados de espacio público, destinado a ser ajardinado, que se encuentra a ambos lados de la vía que une el cruce de Melenara con el sector de playas: Salinetas, Melenara, Taliarte.
Más de un kilómetro de recorrido por ambos lados, con amplias franjas de terreno pública y disponible -ahora se encuentra limpio y allanado-, que esperan por un proyecto donde bancos y árboles traigan descanso y frescura a tantos ciudadanos que lo utilizan diariamente, tanto para caminar, hacer deporte o acercarse as las playas.
Entonces, hace seis meses, la callada fue la respuesta. Ni el grupo de gobierno ni la oposición, que yo sepa, lo convirtieron en proyecto realizable o lo reclamaron en los plenos, haciendo oídos sordos a una silenciosa demanda ciudadana.
Me entristece ver a tantas personas achicharrándose este verano al sol mientras bajan y suben caminando desde el cruce, en busca de las playas. Si esto no es una vergüenza, no sé lo que es.
A muchas personas nos da la impresión de que asistimos a una política de territorio quemado, anodino y feo, donde las basuras permanecen años en el mismo lugar -esperen a mi próximo artículo-, mientras para los árboles hay presupuesto y personal para eliminarlos.
Da la impresión de que buscamos un municipio teldense que se recree en terrosos y antiestéticos paisajes, es como si persiguiéramos esta imagen como identidad propia. Es como si todos nosotros le volviéramos la cara al verde, como si la presencia de una mayor y más amplia cubierta arbórea fuera un peligro, una especie de cáncer que era preciso extirpar. Es como si todos nosotros ignoráramos los enormes beneficios que los árboles reportan.

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector, escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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