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Aquela Maruxaina de Ontes (5)

Mosquera Mata, Pablo A. - jueves, 14 de agosto de 2025
La inmortalidad de las Sirenas con el paso del tiempo.

Me declaro sin ambages devoto del gran hijo de la inmortal ciudad de Mondoñedo, Don Álvaro Cunqueiro. Ese culto a la imaginación puso sobre nuestra tierra los ingredientes precisos para mostrar la magia de los sueños, pero mirando al paisaje y paisanaje de Galicia, dónde si uno quiere, puede encontrar, dialogar, escuchar, acompañar y viajar por tierra, mar y aire, sólo con el pensamiento.
Quiero empezar sentado en la playa de Esteiro, la del concello de San Tirso de Portocelo-Xove- en un día extrañamente soleado en este Reino de la Lluvía. Tengo entre mis manos un libro de Cunqueiro. "Fábulas y Leyendas de la Mar". Es una recopilación de artículos escritos en la revista mensual "La Hoja del Mar". Son
protagonistas: el océano, su geografía y todos esos seres míticos con sus leyendas y aventuras. Nuestro maestro mindoniense, a pesar de vivir entre las calles en piedra dónde la lluvia da una visión casi fantasmagórica de tejados, galerías y chimeneas,
mientras suenan La Ronda y La Paula, siempre quiso disfrutar con Mar do norde. Y desde luego sus novelas Las Mocedades de Ulises y cuando el viejo Simbad vuelve a las islas. Aquela Maruxaina de Ontes (5)
Esta vez será diferente. La Sirena tomará cuerpo de mujer.
Recorrerá esa ciudad horizontal que ve desde la salida a la puesta del sol.
Llega al puerto de Ribadeo. Y hará uso del caserón que fue testigo para las mercancías, especialmente aquellos linos de Riga. Es la antigua Aduana. Allí se despoja de sus escamas y se viste con uno de esos hermosos trajes de lino blanco. Se recoge el pelo con una cinta de seda llegada desde oriente. Como si de un peregrino más se tratara pone rumbo por el Camino más viejo de Europa, el que conduce a la Ciudad Santa de Occidente, y que se puede seguir por la costa norte entre hospederías hospitalarias, la primera en Porciñán. Coincide con la Gira a Santa Cruz. Romería en torno al
monumento al gaiteiro, evidentemente gallego, no asturiano.
Dejando muy claro que la ría por la que ha llegado en Lancha con vela latina es la Ría de Ribadeo.
Caminando por la orilla de la mar, visita una isla dónde asienta un faro. Es el vigía que desde Isla Pancha avista el horizonte y sirve para orientar la llegada de buques al puerto de Ribadeo.
En tal hermoso lugar tropieza con la obras que algún "propietario" ha logrado le autoricen para convertir una de esas catedrales sobre la Mar en oferta de hostelería, impidiendo el acceso a las personas que gustan de rendir culto a tales señales marítimas, cargadas de historias y con un pasado del que han sido testigos de cargo, por accidentes en una navegación que costeaba o pretendía entrar por el río Eo en su abrazo con la mar. Serán las gaviotas quienes le manifiesten a la princesa su tristeza por como la mano del hombre siempre interviene en la naturaleza promoviendo
impactos que afectan a los derechos de la humanidad sobre tales mágicos lugares.
Sigue su viaje. Le recoge una dama que le ofrece llevarla hasta Rinlo. Se entabla una alegre conversación entre ambas. La Sirena no sabe que su interlocutora es una Ninfa. Mientras conduce ésta le comenta que hay unas hermosas Cetáreas cargadas de historia y un banco dónde se reunían a comentar aventuras los antiguos lobos de mar, descendientes de balleneros, quienes en caso de necesidad usaban aquella tradicional "oración" de: "a la mar pongo por testigo". Desgraciadamente, el viejo puerto de Rinlo casi no tiene actividad pesquera, salvo aquella que hoy se denomina como deportiva. La juventud no aspira a mandar un remolcador en el gran puerto de Tarragona, como hizo el padre de la Ninfa. Hoy la hostelería para el turismo y el desplazamiento a poblaciones más grandes va despoblando los empequeñecidos núcleos parroquiales.
Llegan a la desviación que conduce desde una carretera ancha a otra más estrecha, pasando por delante de una iglesia cuya fisonomía recuerda los templos de otros lugares alejados de Galicia, quizá por los movimientos migratorios en busca de Las
Américas regresando como Indianos.
Pero la Ninfa quiere mostrarle dónde vive. Una casa de marineros que da a una histórica cetárea natural dónde se guardaban las langostas de todas las cetáreas de la costa norte.
La Ninfa invita a la Sirena a darse un baño entre aquellas rocas que cerraban las aguas marinas desde 1904, y dónde nadaban langostas y centollos. Le cuenta, mientras nadan lo sucedido una noche con un extraño viajero que vino desde el País Vasco...
Tras la delicia de aquellas aguas sobre pieles morenas, la Ninfa confiesa como la juventud abandona los pequeños núcleos de población.
No hay vocaciones marineras. No hay actividad pesquera. No hay conserveras. Sólo cabe hacer de intermediarios entre lonjas y mercados o grandes superficies comerciales. Todo parece orientado hacia el turismo. Pero las pandemias suponen un antes y un después que debería estimular a la reflexión y diseño de una vieja-nueva forma de vida, huyendo de las grandes aglomeraciones y estimulando el regreso de los fomentadores para actividad derivada de la mar y sus alimentos o productos industriales como las algas, que en otros tiempos fueron la base de cosmética y sopas que la familia Carulla creaba en Barcelona.
Se ha puesto el sol agosteño. Se han secado con la brisa. Son dos hermosos cuerpos. Peinan sus cabellos con un peine de nácar seguramente antiguo, de aquellos sacados de una ostra con perla. La Ninfa invita a la Sirena a visitar las sombras que la luna llena
deja en aquel arenal de "Auguas Santas", ya que la marea está a punto de alcanzar su momento más bajo.
Y así por la ribera escuchando la mar que apenas rompe, llegan al mágico arenal dónde mar y viento han sido arquitectos de bóvedas que asemejan los arcos góticos de un templo al Dios Neptuno o Poseidón.
Bajan las escaleras que conducen al atrio. Se adentran descalzas en los suelos húmedos. Hay algunas pisadas de los últimos visitantes que durante el día son plaga insoportable, salvo para los artesanos que en las escalinatas ofrecen collares de conchas marinas a modo de artesanía contra malos espíritus.
El recorrido resulta como caminar por las mullidas alfombras de un palacio episcopal, en dirección a la salida del sol, que está bañándose en las profundidades del océano por Fisterra. La luz de la luna reproduce sobre las charcas saladas las sombras alargadas de aquellas cuevas de roca pizarrosa. Mientras algunas sombras
humanoides se esconden en los recodos de lo más profundo de cada capilla.
La Ninfa de Rinlo camina delante mostrando la ruta a la Sirena.
Llegan al extremo más oriental del lugar. Dónde las aguas, mansamente, acarician el arenal grisáceo. Van escuchando el sonido de una guitarra. Alguien canta una Habanera. La Ninfa advierte a la Sirena que no diga nada, simplemente escuche. Es una canción de un marino que se enamoró de una mulata en la Perla del Caribe. Sólo se percibe la sombra del varón y su guitarra, así como una voz bronca cargada de nostalgias. Está implorando al Dios de las aguas, Lantarón, que le devuelva a las playas del Caribe dónde tuvo noches de amor con la mulata...
La luz del alba comienza por levante. La marea también avanza. Las dos mujeres deciden darse un baño en las aguas de tal lugar, mientras la luna las despide con su luz en un leve enfrentamiento con la luz del sol que intenta desplazar al satélite de la Tierra. Se despiden ambas mujeres. Ha sido una jornada intensa. La recordarán. Ambas han guardado su auténtica personalidad...
Siguiendo la ruta costera que huele a mar, la Sirena emprende el camino en dirección poniente. Las playas son inmensamente solitarias. Las mareas marcan distancias que nada tiene que ver con otras costas. Y así se encuentra con el río Masma, que desde Mondoñedo se transforma en otra ría del Cantábrico para formar un peligroso puerto con barra en Foz.
Las marismas que procedentes de Celeiro de Mariñaos llegan a Mañente, dejan espacios para toda clase de aves. Foz es la otra orilla de la costa que une el viejo puente de La Espiñeira. Fue el primer puente de peaje en España. Supo de aquellas industrias que cortaban madera en fragas y soutos y que eran la materia necesaria para las carpinterías dónde se diseñaron buques de pesca y cabotaje. Por estos lugares comienzan a escucharse leyendas del oro que atrajo a los romanos.
La Sirena no ha querido irse hacia el interior. Pero en una cantina de Finca Goleta, escucha varias historias. Desde poblaciones que fueron castigadas con una ola gigante y así anegadas para siempre, hasta la codicia que despertaba aquel oro que atrajo a los Normandos y que da lugar al milagro de San Gonzalo que con sus oraciones logra la tempestad que hunde a la flota filibustera.
La curiosidad queda estimulada con tales relatos que un viajero cada noche reproduce. A la luz de las estrellas, con la luna como testigo, mirando hacia la constelación de Perseo y de Teseo, el hombre toca una armónica y entre melodías procede a contar...
Mondoñedo es una ciudad dónde la lluvia interpreta su propia melodía al golpear en las calles gremiales, en los tejados de pizarra, en las galerías de madera, en los templos cristianos. Hay un Peto de Ánimas en la calle dedicada al Obispo Sarmiento, dónde
se detienen los feriantes para orar. El sonido del agua en A Fonte Vella, o en Os Muiños, muestran como agua, fuego de alfareros, tierra santificada por los pies de aquellos seminaristas que paseaban con sus breviarios, y el sonido de las campanas, confieren un ambiente mágico en el que se desenvuelve la sombra de Merlín. Quienes acuden a esta inmortal ciudad, deben saber que mientras una comitiva con salvoconducto trataba de atravesar A Ponte de Pasa Tempo, la cabeza del Mariscal Pardo de Cela y su hijo, caían al cadalso en presencia de la Catedral.
También llegarse por los pasillos de Santa Catalina hasta el patio dónde oraban aquellos jóvenes que habían iniciado sus estudios de teología, dominaban esa hermosa lengua universal que es el latín.
Lourenzá es otra ciudad tocada por Dios. Aquel que fue fiel paladín de su señor, Conde Osorio y su Cruzada para liberar al Reino Cristiano de Jerusalén, que al regreso, empeñó su vida en construir un Monasterio dedicado a San Salvador, que gira en torno a una hermosa capilla en la que dos gigantescos órganos, aguardan la llegada de algún peregrino a Compostela para que interprete la Marcha del Antiguo Reino de Galicia.
En esas estaban cuando llega un forastero. Su ropa, calzado, manoplas, gorro. Todo indica que se trata de un caminante. Y tras pedir una taza de caldo se acerca al fuego para calentarse.
Pregunta de inmediato. ¿Qué hospederías para peregrinos hay por aquí?. La respuesta la da el dueño de la casa rural. En Mondoñedo el Hospital de San Paulo y San Lázaro; y en las proximidades de Foz, San Martiño que fue de Mondoñedo. En este último se
acumulan diversos capítulos de la historia en Galicia. Primero Monasterio Episcopal que funda Maeloc, para constituir la Diócesis de Britonia. Más tarde Hospital de Peregrinos. Hoy Basílica. Pero sobre todo, un lugar encantado. Por la imagen que da el edificio según nos aproximamos a tal. Por los frescos que guardan sus paredes. Por se tumba de San Gonzalo. Y una hermosa fuente a los pies del templo con su Casa Rectoral. Fonte da Zapata por milagro de San Gonzalo quien con un golpe de su calzado hizo brotar agua en plena sequía y con propiedades medicinales, todo ello a la vista de un hermoso cruceiro con la imagen de la Virgen.
El misterioso hombre cuenta que viene desde Aquisgrán. Fue residencia capitalina del emperador Carlomagno. Y allí se coronaron los reyes alemanes. Lugar para la formación de los mejores europeos, por el prestigio de su Universidad, pero también
por sus manantiales de aguas calientes. Pero sobre todo, razones para acudir a la Britonia Dumiense, el hermanamiento entre pueblos de origen Celta.
Si algo comparten los pueblos Celtas es el recuerdo a los muertos,
de tal manera que los cementerios son siempre Campos Santos, y fiesta más importante del calendario la de Imbolc, cristianizada como de Todos los Santos. Y siempre presentes en las noches, la procesión de las Ánimas o Santa Compaña...
Los rasgos rubios de la Sirena, no han pasado desapercibidos para el peregrino.
Y así le confiesa como su fisonomía le recuerda a una princesa Normanda que a veces acompañaban a los guerreros llegados desde el norte de Europa para asolar las costas, Aquela Maruxaina de Ontes (5) y en algunos casos se quedaron prendadas de los habitantes de aquellos Castros Marinos dónde sin duda alguna comenzó la caza de las ballenas, si bien las más pequeñas, accesibles para embarcaciones de cuero.
Sus restos óseos pueden encontrarse en los denominados "concheiros".
A la mañana siguiente la Sirena se dispone para reprender el camino de la costa. Llega a Foz. Dónde el Masma se encuentra con la mar. Como de costumbre sigue las aguas y se guía por el ruido de las rompientes. Suenan las campanas con un tañido triste.
Alguien se ha marchado para siempre hacia el infinito. Dicen y comentan que se trata de un gran músico. Alguien que les hizo felices interpretando, enseñando y componiendo, melodías para varias generaciones. Un hijo del Valadouro. Ese valle que desde la sierra del Gistral introduce el término Ouro por doquiera que se trate.
Acude a la Casa de la Música. Dónde diferentes generaciones gozan del aprendizaje. Descubre como la Musa del pentagrama conforma la unidad de los intérpretes que siguen los dicterios de un profesor. Está siendo testigo del antiguo, inmortal y maravilloso punto de encuentro entre los seres humanos gracias a una virtud que nunca reclamó la Iglesia y que responde al nombre de SENSIBILIDAD. Por eso, queda ensimismada.
Por eso se atreve a interpretar una canción de amor a la mar. Y es que la voz de una sirena, es el primer instrumento de la gran orquesta sinfónica que tiene como escenario la naturaleza silente. A Vila Mariñeira tiene su centro neurálgico entre el muelle, la ría y
la playa de A Rapadoira. En sus cantinas se escuchan cantarines propias de las gentes de mar. Estamos ante aquella mar a la que se refirió Cunqueiro desde la barbería del Pallarego o en la rebotica de la farmacia de su padre, dónde las tertulias transcurrían ante aquellos hermosos Tarros de Sargadelos.
Del Masma al Ouro, que tras un fantástico recorrido llega a la playa de A Pampillosa. Ahí la Sirena nota que tuvo lugar, una noche, entre sus arenas, la entrega de una Ninfa a un caballero.
Ambos tienen una nueva cita, pero la vida impide que cumplan tal requisito para recuperar esos momentos dónde, piel contra piel, fueron capaces de parar el tiempo.
En este lugar, la Sirena descubre como los habitantes de tierra firme, pierden las grandes oportunidades que concede Cupido. Y temiendo que a ella le suceda otro tanto, se zambulle en las aguas saladas, para regresar a su hogar en las Islas, Ha visto bastante y ha descubierto que la felicidad tan sólo es un instante, una caricia, unas manos unidas paseando por una playa. Todo lo que en la eternidad de su mundo, controla y disfruta. El dolor, la angustia, la ingratitud, no tienen cabida entre los habitantes del Escaramelado donde las olas y el viento protegen su reino.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y
me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado y
parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges
de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y
te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante. Y
estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y
me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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