Un grito desesperado contra la desidia y el abandono
Dedicado a los damnificados de todos los desastres naturales.
Un recuerdo especial para los damnificados en la isla de La Palma
por el volcán Tajogaite y a los damnificados por las inundaciones en Valencia.
Es triste que ya no sean noticias los desastres acaecidos, aún cuando sus efectos sigan sintiéndolos en sus carnes, familias enteras que no han podido recuperar el ritmo de sus vidas porque lo han perdido todo.

El desastre sucedido en las riadas valencianas no sólo ha cambiado la fisonomía del lugar sino el carácter de sus gentes que se han visto en la necesidad de reinventarse, comenzando por el titánico esfuerzo, la lucha y la ansiada esperanza que cada uno de ellos tuvo que afrontar y buscar al inicio de cada día, semana tras semana, mes tras mes y en algunos casos, pregúntenselo a los palmeros, año tras año.
Y es que similar situación vivieron los damnificados de la isla bonita. La siempreverde, la de los manantiales y nacientes, la del húmedo monteverde y pinares extensos, la de los cielos limpios, cuajados de estrellas.
De repente el caos en forma de ceniza nubló el cielo y la lava borró del mapa fincas, caseríos, pagos e historias humanas.
La respuesta dada a nivel institucional, al parecer, es la habitual en estos casos: indemnizaciones que siempre serán insuficientes, parcheo de los daños y correr un tupido velo sobre lo sucedido. Ya se encargará el tiempo de olvidarlo todo. Las fiestas se suceden, a la Navidad le siguen los Carnavales, a éstos la Semana Santa, luego llega el verano y tras él, se repiten los ciclos de éstos y otros festejos. Belenes, máscaras, procesiones, voladores, playas y chiringuitos van aletargando los recuerdos de unas y otras catástrofes hasta relegarlas, finalmente, a los baúles más escondidos de la memoria.
La vida sigue y es como si aquí no hubiera pasado nada. El nuevo paisaje ha sepultado al viejo y se trata de volver a empezar, siempre a la espera de una siguiente catástrofe que, en un lugar u otro, llegará.
Poco tardamos en olvidarnos de las negligencias institucionales imperdonables, de los daños irreparables causados a muchos seres humanos. No tiene uno más que hablar con alguno de los afectados para saber del alcance del daño, de lo irreparable del mismo, un daño que cada uno de ellos jamás podrá olvidar. Mientras tanto, las instituciones nunca llegan a abordar el problema de fondo que no es otro que un profundo análisis de las razones y de las causas que propiciaron lo sucedido. Así nunca planificarán y llevarán a cabo estudiadas estrategias para que lo sucedido jamás vuelva a repetirse o, de suceder, al menos que genere el menor impacto y daño posible.
Si afirmo esto es porque les voy a hablar de una inundación más pequeña debido a la consecuente riada. A más de uno puede parecerle anecdótica, pero ni lo fue ni lo es. Más allá de los daños que ciertamente no han sido cuantiosos ni han supuesto pérdidas humanas, su análisis nos ayudará a valorar las consecuencias y daños potenciales de suceder una riada de mayores proporciones. Si las intensas lluvias que ocasionaron la pequeña DANA -depresión aislada en niveles altos-, sufrida en la costa teldense, exactamente en el barranco de Sacateclas -un barranco que se genera en ambas vertientes de la montaña de las Huesas desembocando, tras breve recorrido, en la playa de Salinetas-, sobrepasara los quince minutos, no llegó a media hora de lluvia intensa, si el fenómeno metereológico llega a durar un par de horas, tal vez más
¿podríamos estar hablando de zona catastrófica?
A primeros de marzo del presente año, el barranco de Sacateclas, conocido en su desembocadura como barranco de Salinetas, se desbordó.
Arrastró un vehículo hasta el océano, se llevó una decena de contenedores de residuos hasta sepultarlos en el fondo marino, destrozó y se llevó al fondo oceánico una de las dos balaustradas que lucía el puente existente en su desembocadura e inundó varios garajes de la zona, provocando diversos daños, materiales todos ellos, pero no por ello de escasa consideración.
Digo de escasa consideración porque no hubo que lamentar muertes, digo de escasa consideración porque no hubo casas desplomadas a la manera de lo sucedido, no hace muchos años, en la desembocadura del barranco de Ojos de Garza.
Pero esa escasa consideración no lo fue para el dueño del vehículo siniestrado, tampoco para las arcas del Cabildo o del Consistorio en cuanto a destrozos del vial y pérdida de contenedores, y tampoco lo fue para los propietarios de los cuartos en los garajes, en cuanto a materiales, víveres, artículos de playa y objetos varios, inutilizados y destruidos por el agua, el lodo y la humedad, agravado todo ello por la imposibilidad de acceder al garaje, por la potencia del agua, hasta pasadas muchas horas, tras la riada.
Tal vez la creatividad que se les presupone a los que pintan, esculpen, componen música o escriben, tal vez el enfado o la rabia contenida, me inspiraron a llevar a cabo una protesta silenciosa. Es sencilla, nada agresiva pero reveladora de esta realidad denunciada. La protesta se puede observar, desde entonces y hasta que se agoten las existencias de los libros dañados, en el monolito dedicado a José Luis González Ruano, justo en el paseo marítimo, frente al bufadero de La Garita.
Mi protesta silenciosa se muestra al pie de este monolito en homenaje a José Luis, buen amigo, excelente escritor y comprometido ecologista, y se muestra en forma de varios ejemplares de libros personales, libros que sufrieron los efectos de la inesperada inundación pues se encontraban depositados en cajas y guardados en el trastero. El agua y el barro los alcanzó y así se muestran, sucios, mancillados, violado su albor original. Algunos, muy pocos, sus hojas apenas presentan un tenue color pastel, fruto de un agua terrosa apenas tintada, según se decantaban los residuos térreos del arrastre y ascendía la humedad por las cajas y libros afectados. Otros ejemplares, más deteriorados, fueron sometidos a un trabajo de más de ocho semanas dedicadas a secar al sol cada uno de ellos. página a página, limpiarlos, sacudirle el barro que impregnaba el borde de cada hoja, el canto de cada libro, prepararlos para que no le diera reparo a tomarlo en sus manos cualquiera de los paseantes que cada día hacen este trayecto peatonal.
Hubiera sido más fácil depositarlos al día siguiente en el contenedor de papel más cercano -el de Salinetas había desaparecido, arrastrado por las agua de arrollada-, pero no se trataba de tomar esa decisión, de llevar a cano la acción más fácil tras el daño acaecido.
Deseaba mostrarlos como elementos visibles de una rabia contenida, de una denuncia que fuera más allá de las palabras, más allá de la registrado en la prensa escrita, más allá de las tibias acciones institucionales.
Para muchos puede que se trate, simplemente, de algunas decenas de libros perdidos, pero son algo más que eso, son el grito desgarrador de la impotencia, un alarido emitido tras un desatre natural -uno más-, que jamás debería suceder, un desastre natural al que no se le ha dado respuesta alguna, un desastre natural sobre un espacio donde, a fecha de hoy, no se ha hecho nada y se había denunciado su abandono hace muchísimo tiempo.
Tras las inundaciones, las instituciones públicas esperan el olvido, cruzan los dedos y desean que la llegada del siguiente episodio de este tipo sea tardío y no coja a sus representantes en el chiringuito político donde se encuentran. Esperan que la

ciudadanía archive las espectaculares imágenes de lo sucedido y con ello, que las olviden también, algo que sucederá pues nosotros estamos sometidos a normalizar todo tipo de desastres a fuerza de una dosis continua de imágenes negativas y lamentables de hechos y fenómenos luctuosos sucedidos por todo el planeta. No de otro modo es soportable el genocidio en Gaza, la masacre en Ucrania y las muerte de miles de personas en ese espacio marítimo oceánico por donde navegan ilusiones, desesperaciones y superviviencia.
Yo me niego a bajar la cabeza, a resignarme al desgraciado sino de la inoperancia y de ese modo, convertirme en cómplice con mi silencio.
Me niego a las continuas imágenes dantescas de muertes, incendios, corruptores y corruptos, agresiones y asesinatos de género, violaciones, velándonos otra forma de proceder más armónica, más saludable, más respetuosa con la vida, de mayor convivencia y sosiego, otro modo de interpretar la existencia del ser humano, que es posible pero nos la escatiman constantemente.
Junto a mi denuncia silenciosa, a la protesta sin palabras que seguiré llevando a cabo bajo el amparo de los versos del poeta, tras la siempreviva de la esperanza que prospera y florece bajo ellos, seguiré alzando mi voz para denunciar que este barranco no tiene una salida al mar capaz de desaguar las aguas del mismo, gritar lo que todos ya saben, que este barranco carece de la superficie necesaria para un desagüe sin riesgos.
Se desbordó el barranco por falta de salida al mar. Se desbordó por una deficiente planificación, por una pésima obra de canalización, escasa y deficiente, por una obra tan improvisada que ha dejado consolidado un puente insuficiente e inútil.
Se desbordó el barranco porque se ha cegado su cauce a la altura del nudo de enlace de la GC-1, hecho que ha provocado la invasión de sus aguas sobre la calzada, creando un serio peligro para los vehículos que circulaban en ese momento.
Se desbordó el barranco porque no tiene amplitud suficiente el paso existente bajo la carretera de las Huesas, limitándose a dos tubos de hormigón con luz insuficiente para acometer con holgura el paso de las aguas de arrollada.
Se desbordó el barranco porque su cauce se encuentra ocupado ilegalmente en todo su recorrido, desaparecidos muchos de los bolardos colocados por el Consejo Insular de Aguas para definir y delimitar la amplitud del cauce público, ocupado ilegalmente por casetas dedicadas a la cría de aves, a redil de cabras, a depósito de basuras varias, por torretas de electricidad o de telecomunicaciones sobre el mismo cauce, por subestaciones para el impulso de aguas residuales, por estructuras y obras industiales que lo invadieron y lo desviaron...
En fin, se desbordó el barranco porque jamás he visto a un técnico ni un político de un organismo público que controle y vigile este barranco o cualquier otro -y son muchos años en ellos pateándolos -más de cuarenta y cinco años-. Jamás he visto alguien que denuncie, alguien que supervise, alguien que limpie, alguien que emita un informe. Nunca he visto a nadie.
Indigna la pasividad institucional, indigna que existan responsables y personal específico del Consejo Insular de Aguas cuya función es la de vigilancia y control de la red de cauces públicos de los barrancos y nunca haya observado persona alguna realizando tales gestiones. Indigna de igual modo que tamaña pasividad sea imagen y respuesta a la incomprensible pasividad ciudadana que sabiéndolo, nada dice, nada manifiesta, sólo calla.
Indigna porque seguimos pensando que eso es labor de otros, tal vez de unos seres extraños procedentes de otro planeta, que bautizamos como ecologistas, sin darnos cuenta que son nuestras actitudes y nuestra inquietante tolerancia quienes les otorgan el poder a los que desgobiernan.
Es esta impunidad la que les permite irse por la tangente y cuando se les pregunta por las soluciones dadas a estas inundaciones, hablan de otros riesgos de inundaciones en un futuro próximo, achacándoselos al océano, es decir que tiran de la famosa subida del nivel del mar, un futurible que les permite ganar tiempo y no pone en riesgo sus aspiraciones políticas más cercanas, pues en el peor de los casos eso afectará dentro de una decena de años, tal vez una veintena, acaso más.
Si les insistimos en que concreten en el problema del barranco de Sacateclas, nada no dirán que les comprometa y si acaso alguno lo reconoce como problema lo tratará como un problema menor o mejor, lo derivará -lean el artículo que les referencio a continuación-, a un problema derivado de una mala praxis de urbanisno, de una pasada mala gestión, lo que sea con tal de darle un carpetazo y eludir responsabilidad alguna por su parte. Si además te comentan que es un tema de Protección Civil, nos está diciendo que nos preparemos para la siguiente inundación. Es claramente, un aviso a navegantes. Esto es lo que hay. Ninguna actuación concreta y eficaz sobre la zona, un abandono absoluto.
El artículo reciente del Canarias 7 -domingo 27 de julio-, al que hago referencia fue titulado: Cinco meses después, Salinetas volvería a inundarse. En él, Gaumet Florido uno de los periodistas más íntegros que conozco y que más aprecio, reconoce que con canales cegados, barrancos ocupados y basura acumulada, el desastre volverá a repetirse.
Pero quiero destacar las declaraciones realizadas por el señor Miguel Hidalgo, consejero del Cabildo y vicepresidente del Consejo Insular de Aguas. De un modo incongruente, deriva las responsabilidades en un problema de urbanismo, que también, y en una llamada a Protección Civil para la puesta en marcha de medidas futuras. ¿Qué nos está diciendo? ¿Qué la riada volverá a suceder y lo importante es que Protección Civil sea ágil y eficaz? Dice también preocuparse por el cambio climático -ese que sucederá con su apoyo al permitir la desaparición de la sauceda existente en el barranco de la Mina al negársele el caudal ecológico al que tiene derecho histórico el citado barranco, pero que le han negado tanto la Heredad de Aguas como el Cabildo-, la subida del nivel de agua del océano, evitando así tomar las medidas necesaria que den respuesta a tantos desaguisados cometidos en el cauce y curso de éste y otros barrancos.
Al parecer desconoce Miguel Hidalgo que en el Plan de Emergencia Hidrológica del Consejo Insular de Aguas, organismo que preside como vicepresidente, está todo detallado. Si lo leyera con calma como es su obligación, encontraría respuestas tanto a lo sucedido como a lo que está por suceder.
Si lo hubiera leído, si hubiera consultado a los técnicos que lo elaboraron, sabría de las medidas a adoptar. Se trata del Plan Hidrológico Insular, y una de las medidas urgentes era la limpieza de los cauces. Sorprendente, ¿no?
Si hubiera conocido en profundidad el Plan Hidrológico Insular de la demarcación hidrográfica de Gran Canaria (tercer ciclo 2021-2027), publicado en el Boletín oficial de Canarias el 18 de septiembre de 2023, sabría que este barranco esta registrado como barranco de riesgo de inundación frecuente pero, con las declaraciones recogidas en dicho artículo, se ve que no tiene la más remota idea de ello.
El consejero afirma textualmente: Salinetas no está contemplada como área de riesgo potencial significado de inundación fluvial-pluvial (llegaría con que hubiera utilizado el término: pluvial, pues aquí nadie está hablando de ríos).
Ante esta información falsa, le recuerdo que no solo la realidad de esta riada ha demostrado lo contrario, sino que en el Plan de Gestión del Riesgo de inundación de la demarcacion hidrográfica de Gran Canaria recoge en la página 17, los mapas de peligrosidad y riesgo de inundación insulares y en ellos aparece en rojo, bien señaladas, las ARPSIs definidas en el municipio de Telde, es decir, las áreas de riesgo de potencial significado de inundación.
Las ARPSIs registradas en Telde son seis, número que lo convierte en el tercer municipio con mayor número de áreas con riesgo de inundación, tras San Bartolomé de Tirajana -10- y Mogán -6-, y según el consejero Miguel Hidalgo, no es para preocuparse.
Si seguimos leyendo este Plan, la potencial población humana afectada supera los dos mil individuos, sólo en nuestro municipio. ¿Son ustedes, lectores, conscientes de lo que están leyendo y de los riesgos existentes para la vida de estas personas?
No es alarmismo ni catastrofismo, sólo tienen que consultar el Plan de Gestión del Riesgo de Inundación en Gran Canaria -documento público que tienen en Google-, y verán como el barranco de Sacateclas y la zona urbana de Salinetas está registrada como zona de riesgo de inundación frecuente, contradiciendo las declaraciones de un consejero que debido a su cargo debería conocer al dedillo los estudios, planes y decretos emitidos desde su Consejo Insular de Aguas y, sobretodo, haber iniciado con carácter de urgencia las medidas necesarias para atajar el problema y evitar desastres futuros.
A tenor de lo expuesto por Gaumet Florido -y que corroboro personalmente-, la dejación en este barranco es absoluta y el abandono total.
Sólo las demandas judiciales, con nombres y apellidos de los responsables de tanta inoperancia, podrán mover algo sus sillones y sólo entonces, acaso incentivarles para proponer alguna medida. Pero estas acciones propuestas tienen que ser realizadas. Y es el momento del compromiso personal y social. El ejemplo de las plataformas creadas tras la DANA valenciana es un buen ejemplo, aunque los políticos responsables de no haber actuado a tiempo sigan en sus cargos -es ésta una de las mayores vergüenzas de nuestra democracia-. Deben ser las asociaciones vecinales, las comunidades de vecinos afectadas, los residentes en primera línea de playa y la ciudadanía en general quienes exijan y tomen medidas.
Si esta movilización no se lleva a cabo con sus correspondientes denuncias y registros de entrada en las instituciones implicadas, nada cambiará.
Mientras tanto, si ven nuevos ejemplares de libros junto al monolito en homenaje a la vida y al medio natural -en esencia es eso lo que representa el pequeño menhir volcánico levantado como recuerdo a José Luis González Ruano-, piensen que parte del barro que aún presentan algunos de los libros, de ese destrozo literario que supone las hojas pegadas, las ilustraciones sucias y veladas, las hojas canelas, a veces de un color achocolatado que dificulta su lectura, es fruto de cada uno de nosotros y lo es, por nuestra tolerancia, conformismo, pasividad.
De ahí que mi deseo más profundo no sea otro que no llegue el aciago día en que tengamos que lamentar desgracias personales. Lo cierto es que, si en algún momento esto sucediera, no lo olvidemos, todos seríamos culpables en mayor o menor grado, de no haber hecho algo antes, de no habernos enojado y salido a la calle, de no haber respondido con un grito unánime: ¡Basta ya!
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector, escritor y educador ambiental.