La educación no es sólo transmisión de conocimiento
Suárez Sandomingo, José Manuel - miércoles, 16 de julio de 2025
Hace unas semanas publiqué un artículo en el que argumentaba que ser pedagogo, educador o maestro no siempre implica estar capacitado para ser un buen padre. Hoy, aunque seguiré un razonamiento similar, el tema que abordo es algo distinto.
Para comenzar, me referiré a una noticia que ha sido ampliamente difundida en diversos medios de comunicación y que, sin duda, evocará en muchos el recuerdo de casos similares. Se trata de dos profesoras han sido condenadas a siete años de prisión por haber humillado a niños con síndrome de Down en un colegio privado de Madrid.
La problemática que revela es, lamentablemente, transversal a otros centros educativos: desde escuelas infantiles hasta institutos de secundaria. Que algunos alumnos tengan conflictos con sus profesores puede considerarse hasta cierto punto parte del curso normal de la convivencia educativa. No todas las situaciones ni todos los momentos son propicios para que las relaciones funcionen sin roces.
Sin embargo, lo que jamás debería aceptarse es que profesionales de la educación adopten conductas sistemáticamente negativas hacia aquellos con quienes trabajan. Este tipo de comportamientos suele tener dos raíces principales: o no les gustan los niños, o no les apasiona la profesión que han elegido. A veces, lamentablemente, se dan ambas circunstancias.
Ser educador, maestro, pedagogo o psicólogo infantil implica mucho más que desempeñar una labor técnica. Es creer en los niños como personas en proceso de crecimiento, disfrutar acompañándolos en ese desarrollo y comprometerse con su formación integral. Para quienes lo sienten de verdad, estar rodeados de niños y jóvenes es tan apasionante como para los mecánicos de Fórmula 1 trabajar afinando motores antes de una carrera. Se trata de poner lo mejor de uno mismo para que el "vehículo humano" alcance su mayor potencial. Eso se llama vocación y también altruismo.
Por ello, siempre he sostenido que quienes desean dedicarse a la docencia deberían pasar pruebas que vayan más allá del conocimiento teórico o de las prácticas metodológicas en el aula. Es imprescindible evaluar aspectos como la empatía, la capacidad de ser flexibles o la tolerancia frente a la frustración.
Además, todo docente novel debería contar con el acompañamiento de un guía (otro profesor con experiencia o un tutor) que lo oriente en la toma de decisiones en situaciones complejas durante, al menos, los dos primeros años. Los centros de formación profesional no ofrecen un aprendizaje verdaderamente práctico; sólo quienes han vivido el día a día escolar pueden ayudar a entender los procesos de las aulas.
Es importante considerar que cualquier profesional evoluciona a lo largo de su trayectoria, adaptando sus técnicas y enfoques. Pero los docentes, además, trabajan directamente con personas -alumnos- cuyas características biológicas y emocionales son únicas, aunque también constantes. Por eso, el nivel de comprensión del profesor hacia sus estudiantes debe ser profundo y coherente.
Permitir que cualquier persona ejerza la docencia sin entender las capacidades o limitaciones de los niños, y abusando de su posición privilegiada en el aula, puede llevar a cometer errores graves y censurables, que no sólo dañan el aprendizaje, sino también la personalidad y el desarrollo emocional de los alumnos.

Suárez Sandomingo, José Manuel
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