Un día cualquiera, las ondas de mi navío
me llevarán al presentido allende;
y a lo mejor encuentro en ese arcano
el ideal de piedra y de palabras:
el sol al fondo, y en las ondas... el alma.
(Gonzalo Torrente Ballester)
Te digo. Persigo hoy que mis palabras naveguen sobre las olas de los dos mares y lleguen con ellas a todos los mundos habitados. Así, las humanas almas entenderán la

belleza del lugar que habitamos, donde el horizonte se pierde en infinitos azules, que aún es posible distinguir los matices de cada instante... cuando la luz penetra en el agua de sal.
De norte a sur, el Atlántico deposita suavemente su azul sobre los azules de la gran playa; y mirando hacia las hermanas tierras celtas, al Cantábrico le crecen aquí agujas cuando esculpe las rocas.
Uno es océano y el otro solo mar, pero ambos repiten cantos de ola cuando confluyen en el espléndido paisaje, bajo la misma bóveda celeste.
¿Sabes? Casi es verano y en el horizonte inalcanzable el viento marinero hace temblar los barcos que danzan entre olas, ebrios de sal, navegando hacia el puerto de la vida.
Por la arena de la playa atlántica el sol persigue la sombra de las nubes, mientras las olas cantábricas pronuncian su sinfonía contra la roca
Bajo el agua que ves bailan invisibles el pulpo y la nécora, y miles de peces corren enloquecidos por el espacio.
Es casi verano y en mi país hay un mar que esculpe estatuas de piedra y otro que se mece en la calma de la playa serena.
Frente a esa inmensidad, cabalgando sobre las olas, surgen del océano y del mar historias que a veces son leyenda, pero el paisaje de los cuentos es siempre un misterio, en si mismo incomprensible.
Aquel romano que conquistó la Gallaecia, cuando alcanzó el final del Camino, le dijo al mundo que había llegado al Finis Terrae, donde el sol se escondía en el océano como si fuera el hierro candente en la fragua del herrero.
Aquella sirena llamada Maruxaina era capaz de engatusar con su canto a los mariñeiros de la estirpe de Cervo, que la seguían hasta las rocas.
El buen Apóstol Santiago llegó a Galicia vivo y regresó de cuerpo presente en el barco de la piedra.
El Apóstol Andrés vino hasta Teixido, donde tú has de ir de muerto si no vas de vivo.
Las ciudades sumergidas, Atlántidas de nuestra memoria. Las invasiones vikingas y los milagros de Gelmírez. La Costa da Morte y los cuentos del Averno. La nereida que se desposó con Teucro, la propia Torre de Breogán, los

piratas de las Sisargas, el mar de las meigas, la bahía de los fantasmas...
Son los prodigios de otros tiempos que nos recuerda la imaginaria línea donde se acaban el mar y el océano, cuando la contemplamos en la casi veraniega tarde en calma.
Luego están quince hermosas bahías que disfrutamos. Entre el cantábrico Faro do Castro y el mirador atlántico del Tecla, los dos mares buscan refugio marinero en las rías, nacidas del sublime acto de amor que provocan los ríos principales cuando se entregan a los dos mares.
Las rías de Galicia son la esplendorosa hermosura del paisaje y al mismo tiempo la sal elemental de la vida marinera.
Esconden maravillosos misterios, leyendas imaginarias e imaginados tesoros, tan ocultos que nunca fueron hallados.
Tienen islas propias y playas de ensueño en el lugar donde duermen las mareas, mientras suena una sinfonía de paz inmensa.
En las rías, la luz de oro penetra en el agua procurando los moluscos, los crustáceos y el rey de los cefalópodos.
Las rías de Galicia son paisaje y literatura de un mar sereno, siempre propicio para el relato de un día de casi verano.
La meta final. Está en cien puertos a veces llenos de barcos azules, verdes y rojos. De los de hierro o de los que aún son de madera. Y sobre ellos... mariñeiros de piel curtida por las mareas oliendo a sal...
Ellos también forman parte del paisaje del éxtasis y cantan a coro con las olas de los dos mares.