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La pócima de Elixio

Rodríguez, Xerardo - martes, 08 de julio de 2025
Os confieso que siempre fui menos tabernario que discotequero y en el caso del Bar Elixio, de Vigo, no era el excelente Ribeiro -ni siquiera las xoubiñas fritas- lo que me llevaba a un local demasiado pequeño para tanta gente grande que por allí desfilaba. Es que aquello era el epicentro de la intelectualidad viguesa. La pócima de Elixio Escritores, artistiñas, algún filósofo, periodistas y gentes de buen vivir, acudíamos a la cita con una cunca de vino para participar en una conversación más o menos trascendental, según quienes fuesen los interlocutores.

Mi visita era más de tarde que de mediodía, por cuestiones puramente laborales. El cuadro fundamental que guarda mi memoria es tan tradicional como lo eran las tabernas míticas de Ourense y de Ribadavia, incluso de Cudeiro, donde nací. Digo esto, porque a nadie se le escapa la dificultad que entraña convertir una tasca en negocio urbano en aquel Gran Vigo plagado de cafeterías, snacks y pubs confortables.

Pues él lo consiguió. Aquel hombrecillo delgado en cuyo rostro leías una vida de trabajo al servicio de los demás era sumamente inteligente. Con su mandil como uniforme y con la jarra en la mano para llenar tazas vacías, Elixio andaba siempre por en medio, pero nunca metía baza en las conversaciones de sus clientes. Era el colmo de la discreción. Recuerdo que quise entrevistarle en "Galicia de Noite" pero declinó la invitación...

- Eu non son mais que un taberneiro, Xerardo. Non perdas o tempo.

Fue a partir de entonces cuando empecé a verle en mis fantasías como si fuese un druida, porque aquellas tazas llenas de oro líquido me servían como espejo mágico dónde descubría mis propias imperfecciones personales, a medida que bebía la pócima. Hasta tal punto que hubo tardes que se me hicieron noches y terminaba indefectiblemente en la punta de la Estación Marítima, aparvado, contemplando el horizonte de Cíes y asombrado por cómo se dormía la Luna en medio de la ría.

Allí, frente al mar, guardaba los recuerdos de mis conversaciones de taberna que después contaría en la radio. La pócima de Elixio hacía milagros: uno de aquellos atardeceres vi al submarino del Capitán Nemo, otra vez me encontré a Hemingway y un sábado noche se me apareció María Soliña. La pócima dorada reconvertía leyendas en medias historias.

Uno de los colegas con los que compartía el elixir de Elixio era Lodeiro, el pintor del mar de Vigo. Llevaba yo un par de años en la ciudad y aún no conocía las Cíes.

- Los vigueses de ahora nacen con las Cíes en los ojos. Es lo primero que ven de Vigo desde la maternidad del Pirulí.

Las islas del Parque le tenían obsesionado porque su perfil, como guardianas de o noso mar, eran musas para Pepe Lodeiro, revolucionario indispensable, rupturista e inconformista, obseso... y esclavo de la luz de la Ría.

Es curioso, pero mi alterne tasquero se inclinaba más por la plástica que por las letras. De hecho, fue Pepe Conde Corbal el primero en llevarme al santuario de Elixio y el que me presentó al popular tabernero vigués. Un día, tomando el elixir mágico con Corbal, descubrí en la taberna de al lado al grupo A Roda, cuyo primer disco producimos en Xeira para enseñar a cantar a los gallegos las canciones más populares. Con aquel vinilo nació en Galicia la "canción de taberna".

La taberna de al lado era "La Viuda" y poco tenía que ver con el Elixio por una razón fundamental: El vino de Elixio venía de Leiro y "pasaba bien" con unas xoubiñas de compañía. El de "La Viuda", ni se sabe, pero junto a las patatas bravas parecía tensar las cuerdas vocales, a juzgar por lo que allí se escuchaba.

Carlos Oroza decía siempre...

- El vino habla, pero el agua canta.

La taberna de Elixio conservaba los muros de piedra y la de "La Viuda" no. Así que debía de ser por eso por lo que hasta la catedral tabernaria de Galicia solo llegaban las canciones como sonido de fondo y sin embargo predominaba el murmullo de los conversadores. O quizá fuese una perversión del poeta, que no todos los vinos son iguales. ¡Vete tú a saber!

Hubo algunos días que resultaron especiales para mí en la taberna del Elixio, como aquel 31 de diciembre de 1976, cuando los colegas más afines nos juntamos para despedir el año con una taza de aquel ribeiro tan sabroso por afrutado y suave, acompañando a las humildes xoubiñas fritas. Recuerdo que el final de todos los brindis lo hicimos Gerardo González Martín y yo... a las once de la noche. Ni que decir tiene como nos recibieron en casa nuestras mujeres, pero me alegro hoy de que, pasados tantos años, mi memoria refresque aquella celebración. Es que jamás volví a reírme tanto.

También lloré, en silencio, aunque sin lágrimas, el 18 de junio de 1979. De madrugada, el Nuevo Régimen cerró todos los periódicos del Movimiento Nacional sin discernir cuáles merecían el infierno y cuáles, por su historia, deberían ser salvados.

La pena por el cierre de El Pueblo Gallego, donde trabajaban mis amigos y que había sido fundado por Manuel Portela Valladares, la ahogué ese día en la pócima de Elixio. Su taberna era vecina de aquel rotativo que guardaba en sus ediciones las principales historias de un Vigo que pocos conocieron.

Por aquel entonces yo era un joven treintañero gozando de su década prodigiosa.
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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