A veces sentimos ganas o necesidad de desconectar del entorno y encontrarnos en algún lugar lejano que nos aísle de todo lo cotidiano. Puede ser una sensación necesaria en muchas ocasiones. Alguien sueña con algún punto inasequible, con una quimera inalcanzable y, por eso, todo queda en un deseo, más o menos secreto.
En realidad, no siempre se tiene la posibilidad de esos tipos de alejamientos, pero en Lugo disponemos de diversos lugares, muchos, en los que encontrar ese sosiego que nos parece necesitar en muchas ocasiones. En esto sí que hay un componente muy personal, pues estoy seguro que los lugares adecuados para algunos pueden no serlo para otros. Yo voy a comentar uno que me infunde una gran serenidad y sosiego siempre que estoy en él.
Me refiero a ese pequeño jardín que hay entre la muralla y la parte trasera del Palacio de la Diputación,

un espacio abierto al público hace relativamente poco tiempo y me imagino que casi desconocido para muchos de nosotros. Tal vez haya quienes sepan de su existencia, pero aún no han dispuesto del tiempo necesario para visitarlo, aunque lo tenemos cerca.
Lo conocía desde hace tiempo. En mis paseos por la muralla, estaba acostumbrado a ese espacio interior, casi imposible de descifrar debido al tupido follaje que lo guardaba. Una frondosa cubierta vegetal, de hojas coriáceas, grandes y verdes, a veces con flores, otras sin ellas, formaba como una celosía que impedía ver con claridad lo que había bajo ella. Eran las ramas exteriores de los muchos magnolios que adornan el lugar.
Como en otros lugares ciudadanos, su acceso nos lleva a la sensación casi mágica de haber traspasado una línea imaginaria, tal la cual hemos penetrado en otro mundo. Lo primero que me impresiona es el silencio que reina en el jardín, por mucho tráfico que haya fuera de él en la ronda. Luego, la amplia vegetación casi sorpresiva. Árboles muy altos y diversos llenan este espacio de un modo inesperado. Encontramos abetos, tejos, cipreses, araucaria y otras coníferas con porte alto, aspecto de no haber sido taladas nunca y, por tanto, alcanzando una apreciable altura. En la parte más próxima a la muralla están los magnolios que vemos desde ella con sus troncos verrucosos y porte elegante.
En el suelo encontramos detalles dignos de ser considerados. Muchos elementos de boj, bien recortados en esfera o en prismas., Grandes esferas de granito y macizos densos de azaleas que prometen generosa floración en su tiempo.
Pero el suelo no es homogéneo, hay desniveles, simulando montículos, con supuestas contenciones formadas por piezas de pizarra casi negra, de tamaños muy diversos puestas unas junto a otras dándonos un aspecto rústico pero muy cuidado y formando, en general, un remanso muy armónico.
La pared de la muralla, a la que difícilmente accede el sol, oscura y húmeda, presenta una vegetación peculiar, como de pared de pozo. Helechos de hoja pequeña y tallo oscuro. Y musgo, mucho musgo.
A veces, sobre el jardín bajan voces y susurros. Llegan y se van. Una veces en una dirección, otras en la contraria. No es cuestión de magia ni de aparecidos aunque, ya digo, es lugar es propicio a pensar en otros ambientes. Esas voces son de los paseantes que andan por el adarve de nuestro principal monumento.
Hoy el lugar es utilizado por paseantes y, también por quienes lleva a sus mascotas a pasear o a jugar. Sea con la finalidad que sea, se trata de un hermoso lugar al que ir con la seguridad de encontrar esa serenidad de la que, a veces, nos sentimos necesitados. Hay un amplio banco que casi rodea el pilón granítico de una fuente que ahora no mana agua. El conjunto de fuente seca y los bancos a su alredor resulta muy romántico y espontáneo.
A diferencia de otros lugares lucenses ajardinados, éste es de la jurisdicción de la Diputación, quedando protegido, fuera de otras administraciones locales, lo mismo que el jardín que hay detrás del Museo Provincial con acceso desde la Rúa Nova. Creo que es una suerte para esos jardines y para nosotros, los lucenses, cuando queremos disfrutar de otro tipo de jardín.