Xesuítas preguntan a Francisco
Cabada Castro, Manuel - miércoles, 02 de julio de 2025
Comentario a "Sé tierno, sé valiente. Conversaciones con jesuitas del mundo"
(Editorial Sal Terrae, 2024)
O que neste libro se pode ler non debería ficar clausurado no ámbito relixioso, más concretamente xesuítico, no que de feito se desenvolveron as conversas entre Francisco e determinados grupos reducidos de xesuítas de moi diversas partes do mundo. Isto non exime en modo algún da lectura directa deste interesante escrito, editado polo tamén xesuíta Antonio Spadaro.
Son preguntas preparadas polos constituíntes dos diversos grupos para o papa Francisco, quen, como tantas outras veces, non refusa pola súa parte pórse a tiro nas súas viaxes apostólicas. A mutua espontaneidade é sen dúbida un dos atractivos que a lectura destes textos poderá producir nos lectores, coñezan estes ou non os modos de pensar do finado Pontífice. Así pois, limitareime a aludir a determinados textos que pola miña parte considero que poderían ser máis pertinentes en relación con lectores en calquera caso para min descoñecidos.
Así, á pregunta que lle fan sobre o abandono da vocación relixiosa previamente iniciada o aceptada, Francisco comentará o seguinte: "El abandono de un religioso, el abandono de un sacerdote es un misterio [... Y no debemos desesperar nunca, porque el Señor es bueno e, incluso, yo diría, pido perdón por la palabra, 'astuto' [...]. Dios es astuto, Dios es astuto [...] Esperar siempre... es la misma frase que el cura de Ars dijo a la viuda de aquel suicida, angustiada porque su marido se había ido al infierno: 'Señora, entre el puente desde donde se arrojó su marido y el río está la misericordia de Dios" (p. 42).
Ante posibles resistencias á aceptación dos documentos do Concilio Vaticano II Francisco comentará: "trato de dialogar, cuando el diálogo es posible, pero algunas resistencias vienen de personas que creen poseer la vera doctrina y te acusan de hereje. Cuando en estas personas [...] no encuentro bondad espiritual, yo simplemente rezo por ellas. Siento pena, pero no me detengo en este sentimiento por salud mental" (p. 54).
En relación cun determinado tipo de moral "decadente" o tradicional Francisco comentará: "No sé si vós te acordás (y aquí el papa mira a uno de los presentes) de aquel jesuita colombiano que nos vino a dar moral al Colegio Máximo, cuando tocó hablar del sexto mandamiento: uno se atrevió a hacer la pregunta: '¿Los novios pueden besarse?'. ¡Si podían besarse! ¿Comprenden? Y él dijo: "Sí, sí, sí. ¡No hay problema! Basta que pongan un pañuelo en el medio [...] Y seguimos arrastrando las consecuencias" (p. 57)...
E ao Francisco xa se despedir do grupo xesuítico que lle fixera as anteriores preguntas, faino el con agradecemento e moi fonda paz así: "Les agradezco mucho. ¡Recen por mí! Les comparto una gracia muy grande. Desde el momento en que me di cuenta de que iba a ser elegido papa sentí mucha paz y no se me fue hasta el día de hoy. ¡Pidan para que el Señor me la mantenga!" (p. 71).
Atópase agora Francisco entre algúns xesuítas bálticos e proclama ante eles a necesidade da "proximidade" á xente. Coido que cómpre aducir aquí -pese á súa extensión- dada a relevancia tanto teórica como práctica que lle dá Francisco e que explica ademais -como é ben coñecido- os seus habituais modos de proceder coa xente, o seguinte extenso texto:
"La cercanía es la actitud más antigua de Dios. Él mismo se presenta así: cercano. En el Deuteronomio dice al pueblo: '¿Qué gran nación tiene la divinidad tan cerca de ella, como el Señor nuestro Dios está cerca de nosotros cada vez que le invocamos?'. Se presenta como Dios cercano. Y además se hizo todavía más cercano: se hizo uno de nosotros. La synkatábasis: Dios se hizo condescendencia, cercano en la carne. Cualquier pastoral que olvide esto está destinada al fracaso. Jesús se acercó a los marginados, a los muertos -a los que después resucitaba-, a los pecadores, a los publicanos, a las prostitutas... Los puros, los profesionales de la religión, se escandalizaban. Si un sacerdote ahuyenta bruscamente a un penitente, el obispo debe preguntarse si corresponde quitarle la licencia para confesar, porque el confesor debe expresar la paternidad. El confesor está ahí para abrazar al hijo pródigo, al hijo perdido. Y siempre, siempre, si eres padre, siempre encuentras la manera de perdonar. Un cardenal de la Curia, que confiesa regularmente en una iglesia de Roma, me dijo una vez: 'No entiendo cómo algunos confesores ahuyentan a la gente. Siempre trato de que el penitente se sienta cómodo, pueda hablar bien, nunca le pregunto cosas raras. Y si no puedo darle la absolución y me ruega que le perdone, dígame: ¿qué padre no perdona a un hijo?'. Este testimonio me impactó [...] En Buenos Aires hay un gran confesor capuchino. Se forma una cola muy largo delante de su confesonario. A él acude todo tipo de personas: laicos, sacerdotes, monjas, ricos, pobres... Y es un gran perdonador. Para ser un buen confesor hay que ser un gran perdonador o... ¡sordo! A veces este confesor se siente escrupuloso por ser demasiado padre, es decir, por perdonar demasiado. Y luego se pone ante el sagrario y dice: '¡Señor, excúsame, perdóname! He perdonado demasiado. ¡Pero tu me diste el mal ejemplo!'. Este confesor no es de manga ancha, pero es verdaderamente un padre" (p. 87-88).
Tras este logo texto, quero aludir aínda finalmente a un novo encontro de Francisco cos seus compañeiros xesuítas de América Central. Para min hai aquí unha lección especialmente importante desde as miñas persoais reflexións e consideracións ao respecto en diversas publicacións dende hai non pouco tempo. Refírome á decisiva importancia que as culturas, as linguas, e outras específicas e particulares experiencias humanas posúen en relación coa dignidade das persoas, dos países, das chamadas nacións etc. En tal sentido, a cuestión que lle formula a Francisco un dos pertencentes ao grupo de xesuítas centroamericanos é a seguinte:
"Tengo una pregunta sobre la inculturación con respecto a los pueblos de nuestra América. Hablo de ello en primera persona, porque pertenezco a la cultura maya. Qué piensa de aquellos sacerdotes y obispos diocesanos que tratan de homologar a los jóvenes desde los primeros momentos de la formación? [...] ¿Qué piensa de esos sacerdotes que ya no se sienten en sintonía con el pueblo del que salieron?" (p.108). Velaquí, pois, a lúcida resposta de Francisco:
"Mi abuela le daba mucha importancia a la catequesis. Nos explicaba que en la vida había que ser humildes y no olvidar que habíamos nacido en una familia humilde. Ella, que era del norte de Italia, nos hablaba de una familia de un pueblo italiano que había enviado un hijo a estudiar a la universidad. Decía que era un hecho que había ocurrido realmente. Se trataba de una familia campesina. El hijo no regresó hasta que se licenció. No había tenido la oportunidad de volver. Y una vez en casa, empezó a preguntar a su padre: '¿Cómo se llama esa herramienta? ¿Y cómo se llama esa otra?'. 'Esta es la pala, hijo mío'. 'Ah, la pala. ¿Y cómo se llama esa otra herramienta?". 'El martillo'. 'Ah, el martillo'. Había crecido allí, pero no recordaba nada. 'Y esta otra herramienta, ¿cómo se llama?". Y su padre se lo decía. También había un rastrillo. Y el hijo lo pisó distraídamente. El rastrillo giró y le golpeó en la cabeza. Y exclamó: '¡Caray con el rastrillo!' [Aquí el papa imita el gesto, provocando la hilaridad general].
Quien olvida su cultura necesita realmente un rastrillazo en la cara. Es terrible cuando nuestra consagración a Dios nos convierte en esnobs, nos hace subir de categoría social a una que nos parece más educada que la nuestra. Cada uno debe conservar la cultura de la que procede, porque la santidad que quiere alcanzar debe basarse en esa cultura, no en otra. Tú que vienes de esas culturas, no almidones tu alma, ¡por favor! Sé maya hasta el final. Jesuita y maya [...] Esto es lo que quiero decir: debemos inculturarnos hasta el final [...] Sois vosotros los que debéis decir lo que es la inculturación desde vuestra experiencia. Pero tú, por favor, no cambies de cultura. Acuérdate del rastrillo." (pp. 108-110).
Pola miña parte, quero engadir que o que aquí comenta Francisco en relación co seu propio contexto biográfico está moi en consonancia (por máis que o finado papa posiblemente non tivese información concreta ao respecto ao se referir aquí unicamente ao "norte de Italia") con algo que xa a mediados do século XVIII comentara o noso xenial frade bieito Martín Sarmiento, pouco despois da súa viaxe a Galicia de 1745, sobre a palabra "angazo". Efectivamente, trala súa indicación de que en Galicia se di do que ten os dentes longos e ralos que ten "os dentes de angazo" e no contexto do xeral "esquecemento" e "desprezo" da propia lingua -a galega- refire o noso frade a seguinte anécdota, tirando dela así mesmo as correspondentes consecuencias no que atinxe o emprego por parte dos galegos da súa lingua. Velaquí o texto de Sarmiento:
"Esta voz [angazo] es famosa en Galicia por un chiste que dicen sucedió con un gallego, que por haber andado por Castilla, había olvidado su lengua. Está en tal disposición el angazo que, si puesto en el suelo y tocando con las puntas de sus dientes en él, se pone el pie en la extremidad del mango o astil que hace cruz con el travesaño, del cual salen los dientes, al instante se levanta el mango y viene a dar con fuerza en la frente del que le tocó con el pie. Al chiste. Concurriendo el dicho gallego con su madre en una era, y viendo allí el instrumento, preguntó a su madre cómo se llamaba. Mandóle su madre que pusiese el pie en la extremidad arriba dicha. Apenas le puso, cuando el mango, vindicando su propio y nativo nombre, se elevó y dio en la frente una feroz testerada. Al punto dijo el mozo olvidadizo, ¡ay miña nay, o angazo! Ese es, hijo mío, dijo la madre, el nombre de ese instrumento. Convendría que este chiste se repitiese muchas veces en Galicia y en Castilla. No hay paciencia para oír que uno ha dejado olvidar su primitivo idioma nativo y ¿qué se dirá de los que han hecho estudio de olvidarle? Es necedad creer que pueda haber lengua, o viva o muerta, que sea mejor para explicar sus conceptos que la que cada uno ha mamado y con la cual se ha criado todo el tiempo de su juventud. Es muy útil que se estudien, se sepan, se entiendan y se hablen lenguas extrañas, pero sin olvidar la nativa; antes bien, se debe hacer estudio que las extrañas le sirvan para entender y penetrar mejor la propia. Y se irá viendo en este glosario que la lengua gallega, ni es para ser despreciada de los castellanos palurdos, que no la entienden, y que sólo hablan la suya como un papagayo aprendiz; ni merece ser olvidada de los naturales, aunque vivan muchos años y en regiones muy remotas" (Martín Sarmiento, Colección de voces y frases de la lengua gallega, edición y estudio por J. L. Pensado, Universidad de Salamanca, 1970, p. 267-268).
Respecto disto, L. Pensado indicará aínda pola súa parte que o "chiste" do angazo referido por Sarmiento vén sendo en realidade "un tema do folclore universal", que se atopa por exemplo, tal como o recolle Karl Bouda, entre os ghalghai, "xentes que falan o ingux, lingua caucásica do grupo oriental, situada entre o checheno e o oseto".
Non é, por iso, nada estraño o que o prestixioso escritor e filólogo vasco Gotzon Garate (1934-2008) -nobre e grande meu amigo dende os nosos comúns estudos de teoloxía nos anos sesenta do século pasado na Facultade de Teoloxía de Innsbruck- me comentase nunha das súas cartas, en relación coa miña información a el sobre o aquí dito por Sarmiento, o seguinte:
"He leído con interés la historia de ese gallego que olvidó el nombre del rastrillo. Para tu conocimiento te puedo decir que esa historia, exactamente como tú la cuentas, la escribió ya L. Tolstoi y la he leído yo en ruso".
De feito, a versión caucásica do angazo, practicamente igual á galega (agás a mencionada diferenza), pode lerse na páxina 53 de K. Bouda, Introducción a la lingüística caucásica (Universidad de Salamanca, 1960). Na versión galega de Sarmiento é, porén, a "nai" quen instrúe por medio do angazo o seu fillo na lingua propia, mentres que na presentada por Bouda esta función é cumprida polo "pai" (Ver Pensado, El gallego, Galicia y los gallegos a través de los tiempos (Ensayos), La Coruña, La Voz de Galicia, 1985, p. 231-233).
Quen queira, pois, aprender da lucidez de Francisco, da súa apertura de pensamento, do seu respecto ao ser humano e da súa nova e vella sabedoría divino-humana, velaquí ten un escrito que non lle defraudará.

Cabada Castro, Manuel