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Escoltas

Mosquera Mata, Pablo A. - martes, 24 de junio de 2025
Desde 1990 hasta 2002 hube de ser protegido frente a ETA y sus cómplices mediante un servicio policial de escoltas. Fue convertirme en prisionero o en libertad bajo vigilancia policial por haber adquirido la condición de objetivo criminal del terrorismo vasco.

La policía nacional con sede en la Comisaría de Vitoria y a través de su unidad de información fueron los primeros a los que se encargó proteger mi vida incluso con un coche blindado que me cedió el Delegado del Gobierno el socialista Aguiriano. Era un Citroën blanco reconvertido para evitar las balas con unos cristales que actuaban como lupa dando lugar a un calor insoportable, unido al peso del vehículo que obligaba a su conductor a esmerarse en cada curva.

La amenaza se produjo por la gestión que hicieron un profesor del conservatorio de Vitoria y otro de Periodismo en Lejona ante la dirección de ETA para que me dieran "un hostiazo" en mi domicilio. Aquellos policías me cuidaron con excelencia. Todavía recuerdo algunas anécdotas...

Una mañana a la salida del Hospital dónde iba cada día a trabajar en mi servicio, estábamos parados en un semáforo cuando una moto que se nos había colocado detrás del vehículo hizo una extraña maniobra que nos hizo temer los peor. El conductor puso su mano en la parte superior de la carrocería con fuerza. Consiguió que los tres ocupantes del vehículo saliéramos apresuradamente del mismo pensando que nos habían colocado una bomba lapa.

En un momento dado las competencias que asume la policía autónoma vasca conllevan el servicio de escolta a los amenazados por ETA y de ello se encarga la unidad de élite BERROTXIS. Magnífica preparación, dotación de medios y capacidad sin límites para movilizar recursos de toda índole. Un seguro de vida dentro del ambiente en el que yo era objetivo de los comandos mandados por la cúpula de ETA. Eran equipos quincenales que conformaban una unidad de ocho policías con al menos cuatro vehículos los que tenía asignado por el Departamento de Interior para mi seguridad.

Llegué a tener una excelente relación con la mayoría. Entrenábamos en el gimnasio ATLAS y descansábamos en San Ciprián dónde ellos paraban en el hotel Castelo y disfrutaban del cariño y hospitalidad de mis amigos. Se bañaban en pleno invierno como yo. Acudían a los mismos lugares dónde transcurría mi asueto. Casi me pedían venir al pueblo. Lo mismo que les enseñaba el Museo Nacional de Arqueología. Estuvieron invitados a la mariscada con la que inauguré mi piso de San Ciprián.

Lástima no haber sabido cual fue la actitud cobarde de ciertos vecinos. Quisieron expulsarme del edificio. No soportaban las medidas de seguridad que practicaba la Guardia Civil para garantizar como vanguardia nuestra llegada al pueblo. Se vengaron perpetuando durante más de una docena de años una gotera del tejado sobre el salón de mi vivienda.

Dada mi extraordinaria relación con la comandancia de la Guardia Civil en Vitoria, era fácil saber la postura de cada pareja de escoltas en relación con el benemérito Instituto. Si se quedaban a las puertas del acuartelamiento estaba claro que no les gustaba tal relación. Si entraban y acudían con normalidad al bar de jefes y oficiales estaba claro que consideraban a los "beneméritos" sus hermanos mayores. Incluso llegaron a informarme sobre hechos que sabían llegarían a mis contactos de toda índole con los servicios de información.

Estaban claras algunas cuestiones. Yo no tenía miedo. Estaba dispuesto a pelear hasta sus últimas consecuencias, Había escoltas que me demostraron estar dispuestos a correr riesgos y otros no. Fue el caso del asesinato de Buesa. Tuve que salir de casa, armado, pero sin escoltas que habiéndolos llamado no vinieron a buscarme. Los últimos que me designaron estaba claro que tenían instrucciones de hacérmelo pasar mal y así, convencerme para que me marchara de una vez por todas del país de los vascos.

Siempre evité salir de noche a divertirme en Vitoria y la única vez que lo hice el asunto terminó en batalla campal en la calle San Antonio con unos nacionalistas talludos que se empeñaron en provocar. Otra vez en plena campaña electoral sufrimos el acoso de unos chulos que dieron varias pasadas al autobús de nuestra propaganda. Se bajaron dos de nuestros policías y seguro que se arrepintieron. Lo mismo que aquel día de Reyes en que salí a dar una vuelta y al regreso me estaba esperando en la casa vecina de mi portal. Otra batalla campal en la que salieron heridos y huyendo. O cuando en Donosti tenían cercados a Ibarrola y señora y nos encargamos de romper el cerco a puñetazos. Durante un cierto tiempo circulaba un cartel en el que se me veía en el "operativo".

Catorce años bajo vigilancia y en grave peligro. Éramos demasiados los afectados. A los policías especializados se añadía la corte de escoltas privados pertenecientes a la seguridad privada y pagada con los fondos del departamento de Interior del Gobierno Vasco. Y así en una reunión de la Mesa en Ajuria Enea, Xavier Arzalluz le puso furiosamente encarnado a Jaime Mayor Oreja al señalar que una de las empresas más beneficiada por la contratación de los servicios de seguridad pertenecía a la familia del que luego sería Ministro del Interior.

También fui testigo de cómo las Haciendas Forales permitieron descontar los gastos en seguridad de las personas amenazadas. Y es que a medida que unos adquirían modernos dispositivos para asesinar a distancia, los demás adquirimos herramientas que inhibían a tales dispositivos.

En cualquier evento siempre ocurría lo mismo. Había más escoltas que vips invitados. Y aun así trataron de hacernos volar con una bomba colocada en un macetero en el día de la inauguración del Museo Guggenheim con la presencia de sus majestades los Reyes de España.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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