Soltando amarras (4): Dejadme ir
Garrido, Juan Antonio - lunes, 23 de junio de 2025
La medicina actual proporciona la posibilidad de llegar hasta edades avanzadas. Pero, en paralelo, aumenta la probabilidad de que sobrevengan enfermedades degenerativas, crónicas e incurables como demencias, enfermedades cardiovasculares o cáncer. Estas enfermedades pueden acabar suponiendo un enorme sufrimiento físico, psicológico y emocional.
"Dejadme ir". Se trata de la frase que mejor resume lo que estoy narrando en artículos previos ("soltando amarras..."). La he escuchado así literalmente en varias situaciones. Pero, incluso en aquellas ocasiones en que estas dos palabras no fueron así pronunciadas literalmente, siguen siendo un buen resumen de esos casos. Y es importante el tiempo verbal porque de lo que estoy hablando es de personas con capacidad en el final de su vida para tomar DECISIONES COMPARTIDAS con los profesionales. Su capacidad permite escucharlas, alcanzar acuerdos y aceptar su rechazo a nuevos tratamientos. Otra cosa distinta es el "dejadle ir" del que quizá hable en otra ocasión. Es decir, personas incapaces en que sus representantes, generalmente familiares cuidadores, se dan cuenta, por propia iniciativa o asesorados por los profesionales sanitarios, que no tiene sentido seguir luchando por mantener sólo la vida biológica.
Recuerdo que el sentido de estas narrativas que ahora continúo es presentar relatos que ilustren la verdad subyacente a través de personas no identificables. Personas con las que he aprendido y que me han ayudado a entender y atender a otros. Mostrar la verdad que transita a través de relatos no detalladamente reales, por si a Vds. también les ayudan.
Julio acababa de cumplir 90 años cuando lo conocí. Tenía un largo historial médico de problemas cardiovasculares, con cirugía cardíaca incluida y colocación de un marcapasos, habiendo luchado y apostado siempre por mejorar su salud y seguir viviendo. Esta vez ingresó en el hospital en insuficiencia cardíaca grave (edema de pulmón) que mejoró parcialmente y nos permitió hablar con él. En estos días le acompañaban sus hijos. Nos dijo que si no conseguíamos mejorar su malestar y evitarle los episodios de dificultad respiratoria, que tenía cada vez con más frecuencia, y recuperar alguna capacidad funcional (en estos días no podía levantarse de cama) no quería continuar con el tratamiento. Le animamos a dar todavía un margen al tratamiento instaurado. Tras unos días sin cumplir esos objetivos nos pidió, acompañado por sus hijos y satisfecho de su vida y lo peleado hasta ese momento, que le retiráramos el tratamiento y le proporcionáramos solo medicación para estar confortable.
Ramón, en la década de los 70, lleva meses ingresado entre unos y otros hospitales por reiteradas cirugías y complicaciones. Desde hace unos meses requiere nutrición por vena y tiene episodios de dolor abdominal e infecciones. Satisfecho con lo vivido, especialmente por haber llegado a tener nietos, no quiere seguir viviendo de esta forma, encamado, hospitalizado, sin poder comer, con ciclos antibióticos reiterados. Hemos hablado varias veces sobre ello en las últimas semanas, con su esposa e hija compartiendo nuestras conversaciones. Lo tiene claro. Quiere volver a ver a sus nietos y nos pide que después dejemos de pelear por su vida.
Elisa tiene 82 años. Durante su ingreso hospitalario le acompaña su nuera con la que vive. Está encamada por un ictus previo. Ha ingresado con frecuencia por infecciones en los últimos meses. Explica a su nuera y a médicos y enfermeras que no quiere seguir viviendo así. Si tiene una nueva infección no quiere que volvamos a tratarla nada más que con medicación para no pasarlo mal.
Al igual que Julio, Ramón y Elisa lo hicieron en fases previas de su enfermedad, otras muchas personas deciden a diario seguir los tratamientos que les podemos ofrecer para su enfermedad de base y sus complicaciones. Pero estas decisiones de aceptación no generan habitualmente conflicto. Sin embargo, el rechazo de tratamientos por personas autónomas, es decir con capacidad para entender las consecuencias con trascendencia vital de esa decisión, es algo que nos ha costado aceptar como sociedad y como profesionales. Esta comprensión de la trascendencia de estas decisiones queda bien ilustrada en casos como estos por el hecho de ocurrir en personas que previamente han aceptado múltiples tratamientos, que han peleado por su supervivencia, que conocen efectos beneficiosos (ya para ellos no suficientes) y perjudiciales de esas terapéuticas que se les ofrecen. Se trata de uno de los medios de que disponemos para conseguir una muerte "apropiada", en el sentido de que incorpora en lo posible la voluntad de la persona protagonista. Afortunadamente hoy el RECHAZO DE TRATAMIENTO es una decisión no sólo aceptada éticamente sino protegida por nuestra legislación. Y digo afortunadamente porque se trata de un medio mediante el que personas con sufrimiento intolerable pueden ser acompañadas en su despedida.
Juan Antonio Garrido, médico y especialista en bioética.

Garrido, Juan Antonio
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