Resulta preocupante para las personas de bien, las que solo aspiran a llevar una vida tranquila, el notorio avance de la ultraderecha y los populismos en esta Europa nuestra, viejo testigo de políticas fascistas, causantes del sufrimiento que padecimos durante las terribles guerras provocadas por el imperialismo protagonizado por caudillos genocidas de infausto recuerdo.
Los que fuimos capaces de superar los lavados de cerebro del franquismo en España, bien sabemos cómo se aprovechan de las miserias de los demás los dictadores que fueron y los que ahora aspiran a serlo. Aquellos, tras sembrar el hambre, nos despacharon con unas monedas sin valor del mal llamado auxilio social y nos robaron todo lo demás: lo material, lo espiritual, las libertades, la cultura, la educación y hasta nuestra propia identidad.
No quiero ni pensar que, en el futuro próximo, mis hijos y mis nietos tengan que sufrir las consecuencias de una locura colectiva como aquella.

Por eso creo que los líderes democráticos de la Unión Europea, tanto la izquierda como la derecha, han de hacérselo mirar: esto que les está pasando, el hecho de que los jóvenes se vayan con los malos, es culpa exclusiva de ellos, de su mala gestión, especialmente por no preocuparse de los problemas que afectan a la gente, lo que denota una desmesurada ambición de poder.
Por sus carencias, porque no ven un futuro digno, aceptan nuestros jóvenes las veleidosas propuestas de los caudillos de la extrema derecha, esos que, con la mentira por delante, han conseguido sentarse en casi todos los parlamentos. En España están en todos excepto en el gallego, lo que me llena de orgullo.
Pero que nadie se confíe porque, los fachas con más pedigrí fascista han conseguido convencer a tres millones de españoles para que les voten y sus colegas europeos, como bien sabes, han llevado la tensión política a todo el continente.
Galicia es sitio distinto, que diría Reixa, por eso gozamos de esa cierta tranquilidad que nos da ese muro de contención que hemos elegido: una mayoría para un Partido Popular bastante más moderado que el de Madrid -ya veremos que sale de ese cónclave del 5 y 6 de julio- y un BNG fuerte en la oposición junto a un PSOE que aquí cayó en decadencia.
Galicia vive pues una relativa normalidad política que debemos defender a toda costa. Hemos de pelear contra la penetración de los ultras cuyas consecuencias ya hemos sufrido durante cuarenta años de dictadura.