Pesadillas de pájaros y ruidos de explosivos

Parece como si estuviera reviviendo la pesadilla de los protagonistas de 'Los pájaros' de Hitchcock. Gaviotas, cuervos y muchas palomas me persiguen dondequiera que vaya. Y no es que haya migrado al Mediterráneo. No, sigo en las arenas y gélidos mares del extremo contrario. Pero vean. Me comenta la persona que tengo al lado que enviará a su nieta un libro de Pop-Up con mariposas e insectos alados, lleno de unicornios rosados. El autor de un libro recién presentado inicia el discurso hablando de las gaviotas que posaban sobre el tejado del Vaticano cuando en su lugar se esperaba la paloma, símbolo de la Luz Trinitaria. Enciendo el televisor y están informando de unos wasaps en los que se llama 'pájara' a una ministra veterana. Me entero de que el paseo de la Alameda está tan descuidado que ni los gorriones de los árboles ni los patos del estanque se salvan. Abro la invitación para el bautizo de una hermosa criatura, reina de su casa y, ¡vaya!, leo su nombre en medio de aves con alas desplegadas. Con razón, al observar el cartel de una de las fiestas más importantes de la capital gallega (las de la Ascensión) se me va la cabeza a la figura de Cristo elevándose bajo la representación del Espíritu Santo. ¿No es lógico que sospeche que tengo una paranoia o que ésta es una situación extraña? No lo sé con certeza, pero me siento desconcertada.
En un intento de huir de todo, busco distraerme y lo primero que me salta a la vista es un libro que releo de cuando en cuando: «Pájaros y luciérnagas» de Rabindranath Tagore, premio Nobel y pacifista donde los haya. Miro el ejemplar en el lugar señalado por un marcapáginas y aparece un pensamiento que da para reflexionar como quiso su autor al editarlos; me remite, de nuevo, a las aves: «Para los polluelos, volar por los aires puede parecer algo increíble, ya que la razón aparente les hace medir el límite máximo de sus posibilidades mediante el patrón limitado de sus nidos. Pero, mientras, se van dando cuenta de que su comida no crece en sus nidos, sino que se la traen a través del azul ilimitado. Y una voz callada les habla para decirles que ellos son algo más de lo que son, y que no deben reírse de ese mensaje sobre alas que planean alegres cantos de libertad». Lo cierro y, llena de avícolas estampas, solo quiero poner la mente en blanco. Anhelo un sueño reparador, tranquilo y sosegado. Lo consigo y ahí sí que hallo, sin pretenderlo, las bondades de pájaros y aves. Cada uno tiene sus propias características y, entre ellos, muestran aspectos semejantes, pero se distinguen perfectamente por sus colores y habilidades. Poco más recuerdo, pues me despierto al poco rato experimentando tal paz que contrasta con el temor sentido antes, cuando me veía superada por tantas plumas y picos de inquietantes aves.
Sin embargo, intuyo que todo se va a desvanecer en nada. Pronto estallarán las bombas de palenque y sonarán las notas de las charangas. La ciudad se irá llenando de visitantes de todas partes con el fin de disfrutar, entre otras cosas, de los Cabezudos que hacen paradas en las plazas deleitando con sus bailes y tradicionales pasacalles. Pocos saben qué representan ni el historial que tienen a sus espaldas. Solo perciben esa pizca de alegría y esperanza que aportan en un mundo complejo, politizado y polarizado. Ya es algo ¡Semejan vivir bien esos macacos, si es que vida tienen! Lo mismo sucede con el gentío que ahí parece entusiasmado. ¡Qué contraste con la situación de la población que, bajo otro tipo de bombas, continúa sufriendo en Gaza! Bien saben que: «su comida no crece en sus nidos, sino que se la traen a través del azul ilimitado» Si les dejan, claro...