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Camino de Santiago entre volcanes

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 18 de mayo de 2025

Dedicado a todos y cada uno de los cientos de peregrinos de todas las razas y continentes
que, año tras año, sea o no Año Santo, recorren esta ruta jacobea, bien en dirección
al santuario de Tunte, bien al templo de Santiago de los Caballeros de Gáldar.
Al equipo de coordinación y gestión de la publicación "Un canto a Galicia"
por su generosidad a la hora de publicar este texto.

Frente a mí, el Gran Azul.
A mi espalda los dorados reflejos de un arenal infinito.
Una laguna escondida entre palmeras canarias y tarajales.
Cientos de aves descansando, fieles a su ciclo migratorio anual.
Camino de Santiago entre volcanes Camino por el cauce del barranco de Fataga, barranco arriba, en busca del valle que lo vió nacer, en pos de las barranqueras que gestaron su periplo.
Gitagana, Arteara, Fataga, Tunte... Huellas son de un pasado lejano, nombres vernáculos de antiguos pobladores.
Santiago el del Pinar o Santiago el Chico de Tunte, Santiago Ápostol de los Caballeros de Gáldar. Jubilosos son sus templos jacobeos.
Una escultura ecuestre de madera. Apóstol es y símbolo cristiano. Tras la promesa de unos marineros, el inicio de una ancestral leyenda.
Los pinos canarios, orgullo de esta tierra, señorean las cumbres de Tirajana. Verdaderos titanes botánicos, han aprendido a sobrevivir al fuego y a la furia de los volcanes.
Inicio el Camino de la Plata, senda ancestral que me exigirá un ascenso continuo.
A nadie sorprenden las presas colgadas del abismo pues es el agua el bien más preciado de la isla.
Frente a mí se abre la ventana del Nublo. En ella, espectacular formación geológica, definiéndose en la bruma, la silueta del majestuoso Teide se define en lontananza.
Llanos de Pargana, Llanos de la Pez, Corral de los Juncos..., transito entre pinares plenos de esencias aromáticas. Sólo en la umbría, el botón de oro acaricia mis piernas al paso por la senda que se esconde bajo las coníferas copas. Su brillo céreo y porte delicado, evocan pureza y belleza en forma de flor.
Un cruceiro en la cruz de Tejeda. Arte en piedra, originalidad propia. Sus labrantes y el afamado escultor son nativos de Arucas. Su presencia me transmite serenidad, paz y amor.
Tras el Parador, de singular arquitectura, inicio una dura subida en pos del cielo.
Tras el ascenso, un mar de nubes oculta un sonoro rebaño de cabras y ovejas.
Sus esquilas me traen relatos antiguos, recuerdos son de la Santa Compaña. Detengo un instante mi caminar pausado. No siempre son leyenda imaginada las férreas creencias populares. Camino de Santiago entre volcanes
Humedad y frío azotan mi rostro. Es el norte de los alisios, la cuna de los manantiales y los ancestrales bosques de lauráceas.
Ahora, frente al Montañón Negro, siento su estremecedor vacío mientras escucho el desgarrador grito del volcán herido.
Ágil camino sobre su manto de picón, envuelto en un centenar de esencias aromáticas. Los pies amortiguan su paso al contacto con las cenizas volcánicas.
Incienso, salvia, orégano salvaje, poleo, hinojo, marrubio, tomillo... embriagadores son los aromas de tanta planta salutífera.
Ante mí, la impresionante hondura de la caldera de los Pinos de Gáldar no deja de ser una fuga en el paisaje, una quimérica inmersión en el abismo de lo eterno.
Cañadas, abrevaderos y rutas trashumantes anuncian el encuentro con paisajes verdes, ondulados pastizales, trochas de ganado ovino, de rebaños caprinos. Son paisajes ganaderos.
¡Ultreia! Allá al fondo, bajo el mar de nubes, se oculta Santiago de los Caballeros.
Me encuentro una sucesión de pequeños pagos. Lucena, Saucillo…Aquí, la oveja y la cabra heraldos son de singular mesa. El camino sigue. Tegueste, Hoya Pineda, Montaña de Guía. Es aquí, en su falda, donde se siente el peso de la inmensa mole de su figura. Mientras, en silencio, nuestros pasos discurren entre un campo florido de guaydiles y tajinastes blancos.
Hace tiempo que se observan las apuntadas copas de cuatro enormes araucarias y entre ellas se definen ya las torres de la iglesia jacobea.
Anzo y el barranco de Anzofé nos dirigen a las inmediaciones de la ciudad. Serán las calles empinadas de la urbe quienes me conduzcan hasta la fachada del templo.
Llego al fin. Elevo la vista. Arriba, en una hornacina del frontis, luce con todo su esplendor, un Santiago Peregrino en bronce. Se trata de la última escultura del magistral artista galdense Juan Borges Linares.
Santiago de los Océanos es inspirador. Su fuerza expande la ruta del mundo jacobeo hacia otros continentes, otras miradas, otras leyendas.
Deposito la mochila en el suelo y cierro los ojos.
Justo frente a mí, el Gran Azul.

José Manuel Espiño Meilán. Escritor, viajero de caminar pausado, educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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