El júbilo agustiniano
Alén, Pilar - viernes, 16 de mayo de 2025
Miraba de reojo la pantalla mientras realizaba otras labores. De pronto, una noticia muy esperada: fumata blanca. Al ritmo de la solemne marcha de Gounod desfila la cinco veces centenaria Guardia Suiza. Expectación suma, hasta que Robert Prevost se asoma a la ventana. A pocos le suena: medio suramericano, medio estadounidense. De ahí que me vaya por la tangente haciendo pronta y peculiar asociación de ideas, trasladándome con la mente a la distante ciudad de Santiago de Compostela. Pienso en una Bula de otro papa: 'Deus Omnipotens' de León XIII. Casualidad de la buena ya que fue promulgada para ratificar el redescubrimiento de los restos del apóstol Santiago, Atanasio y Teodoro. Fueron momentos de gozo. Me hacen recordar a Agustín de Hipona cuando escribía en el s. IV: «Canta en el júbilo. (...) ¿Qué significa cantar en el júbilo? Comprender y no saber explicar con palabras lo que se canta con el corazón. Aquellos que cantan durante la siega, o durante la vendimia, o después, o durante cualquier otro duro trabajo, primero advierten el placer que suscita el texto de los cantos, pero más tarde, cuando la emoción crece, sienten que no pueden expresarla en palabras y entonces se desahogan en una sola utilización de notas. Este canto lo denominamos 'júbilo'. // El júbilo es esa melodía con la que el corazón expresa todo lo que no puede expresar con palabras» (Enarrationes in Psalmos). El 'júbilo' es, por tanto, explosión de inefables sentimientos.
En esa línea, en el s. XIII, otro monje, el Dominico Tomás de Aquino, defendió que la música es útil en el contexto sacro, particularmente el 'canto gregoriano' y la 'polifonía clásica', a cappella o con instrumentos selectos.
Agustinos y Dominicos, órdenes mendicantes cuya espiritualidad se extendió por los cinco continentes, fomentaron la educación y la investigación, sabedores de que razón y ciencia no se estorban como algunos creen. En el s. XVI comienza su declive, pero fue a finales del XVIII cuando sufrieron un gran varapalo: la Ilustración y la Revolución Francesa, las desamortizaciones y la confiscación de muchos bienes eclesiásticos provocaron que atravesaran sus peores momentos. El apoyo manifiesto de León XIII fue entonces como un faro en el desierto para ellos. En su encíclica «Aeternis Patris» (1879), revitalizó el tomismo y la teología escolástica, basada en s. Agustín y Tomás de Aquino.
En esa época, tras años de incertidumbre, se reafirmó la veracidad de lo que parecía una leyenda. Mediante la Bula ya citada («Deus Omnipotens», 1884), Compostela salta a la palestra. Lean este texto de ese prelado: «Nós también, acabadas todas las dudas y controversias, por ciencia cierta y motu proprio aprobamos y confirmamos con Autoridad Apostólica la sentencia de nuestro Venerable Hermano el Cardenal Arzobispo de Compostela sobre la identidad de los cuerpos sagrados del Apóstol Santiago el Mayor y de sus Santos discípulos Atanasio y Teodoro, y decretamos que tenga fuerza y valor perpetuamente». A continuación, el papa anima a peregrinar a Compostela: «(...) de nuevo emprendan peregrinaciones a aquel sepulcro sagrado, según la costumbre de nuestros mayores».
En este clima, Gounod, autor del 'Fausto' y del 'Ave María', por razones desconocidas, compuso también un himno al Apóstol Santiago. Se conserva en el archivo de la catedral compostelana como ya he contado el pasado verano. Lo documento en un estudio que hallarán en https://catedraldesantiago.es/wp-content/uploads/2024/07/90.-Julio_.pdf.
León XIV, a todas luces sucesor de León XIII, tiene pues sobrados motivos para viajar a Santiago, pero cuando él quiera. Las presiones no son buenas. Busquemos la paz y no la guerra.

Alén, Pilar
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