La casa de los horrores de Asturias trasciende lo profesional
Suárez Sandomingo, José Manuel - miércoles, 07 de mayo de 2025
Cuando un colega actúa de forma que desafía la lógica y se aparta de los procedimientos habituales de nuestra profesión, la incredulidad es inevitable. Así me sucedió al conocer el caso de la familia alemana que residía en Asturias desde 2021, donde el padre, pedagogo, mantuvo a sus tres hijos -de entre ocho y diez años- encerrados en casa, sin contacto alguno con el mundo exterior. Se trata de una situación de extrema gravedad legal y ética, agravada por la insalubridad: todos los miembros de la familia, incluida la madre, vivían rodeados de basura y excrementos.
Como menciono, resulta especialmente chocante que alguien dedicado a una profesión educativa pueda comportarse así con sus propios hijos. Sin embargo, si observamos a nuestro alrededor, veremos que no es un fenómeno exclusivo de la pedagogía: hay jueces cuyas actuaciones y sentencias desconciertan incluso a sus propios colegas, y lo mismo ocurre en muchas otras profesiones. Esto nos lleva a una conclusión fundamental: la formación y la profesión, por importantes que sean, siempre quedan en segundo plano frente a las características personales de cada individuo a la hora de explicar este tipo de anomalías.
Muchas personas anteponen sus obsesiones a su capacidad para interpretar la realidad, tanto en el ámbito personal como profesional. En el caso del pedagogo alemán, su obsesión era el miedo extremo a que el contacto de sus hijos con el mundo exterior los perjudicara. Por eso los mantuvo con pañales a edades en las que ya no eran necesarios, tratándolos como bebés y restringiendo su desarrollo. Este tipo de conductas tiene consecuencias graves: los niños no solo presentan importantes problemas psicológicos y emocionales, sino también médicos, como estreñimiento severo y ausencia de vacunación, lo que aumenta su vulnerabilidad ante enfermedades naturales y previsibles.
Si algo resultó determinante en este caso fue la lógica social que todos llevamos interiorizada y que no requiere de formación policial: cuando alguien adquiere cantidades inusuales de productos para una sola persona, es señal de que algo anómalo ocurre que debe ser denunciado. Así fue cómo los vecinos, alertados por detalles como el tamaño de los pedidos y los movimientos extraños en la vivienda, decidieron avisar a las autoridades sobre la situación de la llamada "casa de los horrores" de Asturias. Del mismo modo, debemos actuar los profesionales ante las conductas de los colegas que desafían la lógica de nuestra profesión: denunciarlas y rechazarlas como inaceptables. En un mundo saturado de bulos, este debe ser nuestro proceder, tanto frente a los intrusos en nuestro campo profesional como ante aquellos colegas que distorsionan su labor o la vida de sus propios familiares o de otros.
Ahora comienza la segunda fase de nuestra labor, junto con la de otros profesionales que trabajan con la infancia: ayudar a estos niños a adquirir y desarrollar las habilidades necesarias para integrarse en el entorno social en el que deben crecer. En cuanto a sus padres, la intervención no puede limitarse a las sanciones penales por sus negligencias y desórdenes; es fundamental ofrecerles un tratamiento psicológico que les permita comprender la gravedad de lo ocurrido, prevenir recaídas y facilitar su reintegración en la normalidad social. La psicoterapia, tanto para los niños como para los padres, es clave para superar las secuelas emocionales, reconstruir vínculos y garantizar un entorno seguro y saludable en el futuro.

Suárez Sandomingo, José Manuel
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