
La muerte del Papa abre telediarios y periódicos, y no vamos a ser menos en este modesto blog que se dedica a tratar temas de Lugo pero que a veces, sólo a veces, se mete en cuestiones ajenas a lo que son asuntos exclusivos de nuestra ciudad... sobre todo cuando hay días que no sabes de qué escribir y la actualidad te acosa en cada rincón.
La economía marca el mundo y todas sus organizaciones, también la Iglesia Católica, que funciona como una gran empresa que vende fe y entradas al Paraíso, aunque también a muchos de sus templos que, curiosamente, arreglamos con fondos públicos cuando tienen goteras. En Lugo, sin ir más lejos, desde hace algún tiempo se cobra entrada para las visitas turísticas a pesar de que se estén haciendo en este momento reparaciones en su entorno que pagamos con nuestros impuestos. Un desequilibrio evidente.
Volviendo a la actualidad tras la muerte del Papa Francisco, la ficción en ocasiones nos marca muchísimo, y cuando pienso en el fallecimiento de la cabeza de la Iglesia y la elección de su sucesor no acudo a libros de historia o a sesudos estudios, sino a una novela llevada magistralmente al cine en 1968: Las sandalias del pescador. Si no han visto la película se la recomiendo, sorprendentemente más que la novela que me pareció menos atractiva, lo que creo que sólo me ha pasado con ésta y con El nombre de la rosa.
En la película Anthony Quinn encarna a Kiril Lakota, un obispo católico ucraniano encarcelado en un campo de trabajo de la URSS, que es liberado por mediación del Vaticano y acude a la llamada del Papa quien, por sorpresa, lo nombra cardenal. Al poco tiempo el Papa muere y, en un giro difícil de creer, el cónclave elige un papa ruso que intenta mediar entre las tensiones de potencias nucleares como China, URSS y occidente.
Tras reunirse con ellos y ser acusado por el líder chino de no arriesgar nada en su lucha por el entendimiento, el Papa electo acude a su ceremonia de coronación y, para pasmo de todos los asistentes, se quita la tiara y pronuncia un discurso inmortal:
"Soy el custodio de los bienes espirituales y materiales de la Iglesia.
En nombre del Espíritu enajeno todo el oro y piedras preciosas de los relicarios, y en primer lugar las que adornan mi tiara, para aliviar a nuestros hermanos hambrientos. Y si en virtud de esta hipoteca la Iglesia tiene que pordiosear como los mendigos, sea en buena hora. Yo no desmentiré esa hipoteca y por ningún concepto la reduciré.
Y ahora, invito a los magnates del mundo y a todos los acomodados a compartir su abundancia con aquellos que nada poseen."
Hablando ayer con un amigo me decía que hay una frase muy corrida de que "con lo que hay en los Museos Vaticanos se podría quitar el hambre del mundo". Eso puede resultar más o menos falso ya que si se vendiera todo lo que allí hay probablemente sería difícil encontrar compradores para semejante patrimonio... pero para el oro y las joyas sí hay siempre quien quiera comprar.
La Iglesia tiene un patrimonio muy difícil de evaluar, fruto de siglos y más siglos de donaciones y de privilegios económicos. El Papa ficticio de Las sandalias del pescador no renunciaba a los templos o los monasterios, pero sí al oro y las piedras preciosas que no tienen absolutamente nada que ver con el culto y que, sumadas, podrían aliviar enormemente los problemas de gran parte de la humanidad y dar credibilidad a su última frase:
"Y ahora, invito a los magnates del mundo y a todos los acomodados a compartir su abundancia con aquellos que nada poseen". Después de hacer eso y no de predicar una cosa y hacer la contraria...
Quizás esa sea una de las grandes tareas pendientes de la Iglesia, pero en esta ficción la cosa va mucho más allá. Ambientada en "la actualidad" de finales de los 60 el Papa trata temas como el perdón en la infidelidad, la soledad en el poder absoluto del Papa o la dificultad de buscar esa vida sencilla que el Papa Francisco también parecía desear y que es imposible en un puesto como ese.
Una película inolvidable e imprescindible, y quizás una guía de futuro para un cambio en la Iglesia que realmente abra las puertas para que los domingos los templos no estén cada vez más vacíos.