Por amor al arte
Alén, Pilar - viernes, 11 de abril de 2025
¿Una tabaquera de oro y diamantes o una sortija recibió de regalo? Ese fue el precio de una obra hecha por encargo. Fuese una cosa u otra no fue un obsequio barato ¿De qué les estoy hablando? Del resultado de un encuentro inopinado del que escasa prueba nos ha quedado, salvo el que trascendió por ser los protagonistas dos personajes de calado. Se trata de un italiano y un ferrolano, un hombre de mundo y un hombre de estado, una figura conocida en toda Europa y otra que no traspasó -ni física ni metafóricamente- las fronteras de España: Giaocchino Rossini (Pésaro, 1792-París, 1868) y Manuel Fernández Varela (Ferrol, 1772-Madrid, 1834). ¿Qué los une? Un «Stabat Mater». Vayamos por partes.
Cuando el furor rossiniano aún era imparable, el 'Príncipe de Pésaro', con apenas 40 años, dejó la pluma para vivir de rentas lo que le restaba de vida, tomándose un plácido y feliz -¿definitivo?- descanso. No se comprende bien el motivo: ¿lo causó el cansancio o fue por descaro? La cuestión es que, tras haber triunfado en un sinfín de lugares dedicándose casi en exclusiva a la composición de óperas y habiendo alcanzado una fama inusitada, puso su inspiración en 'pause' hasta ni él sabía cuándo. Mientras muchos le alababan y otros tantos le criticaban, alguien que le conoció de cerca resalta una virtud que no se sabe si es justo lo contrario: "En este siglo expeditivo Rossini tiene una ventaja: no exige atención. // Solo hace falta el más ligero grado de atención posible, y, circunstancia muy ventajosa, generalmente no es necesario tener lo que las personas románticas llaman alma" (Stendhal, 1824). Yo no diría tanto pues de «Il Barbieri di Siviglia» (comedia) a «Otello» (drama) hay notable distancia aun siendo realizadas en el mismo año. Pero, en efecto, pasa de la risa al llanto con facilidad suma, aunque él confesaba que solo estaba dotado para la ópera bufa.
Fue en ese oportuno momento de la retirada cuando apareció, como de milagro, un clérigo refinado y adinerado. Rossini nunca había pisado la península ibérica a pesar de verse siempre rodeado de amigos hispanos. Pudo hacerlo en 1831 gracias a un tal Aguado, con quien Fernández Varela tenía contacto. De este recibió la petición del citado «Stabat Mater». La condición impuesta por el italiano fue que no se vendiese o editase, ni se ejecutase salvo en lugar privado. Así se hizo en 1833 en la iglesia del convento de S. Felipe el Real de Madrid. Era Viernes Santo, día muy apropiado pues es obra que refleja el dolor de María ante Jesús crucificado. Rossini solo había escrito lo que le había venido en gana, dejando la pieza en manos de G. Tadolini so pretexto de no hallarse en buena racha y aquejado de dolor de lumbago. Falleció por el cólera el ferrolano dejando a su suerte la partitura de este canto mariano. Rossini se enteró de que iba a ser publicada, con lo que quedaría al descubierto su engaño. Por eso la rescató y concluyó según su agrado y la dio a conocer en versión reducida para cuarteto de voces y piano, con Pauline Viardot como reclamo (París, 1841). Hoy se interpreta con solistas y orquesta completa.
El ferrolano no pudo disfrutar del éxito alcanzado ni del talento para el género sacro del italiano, a quien el «Stabat Mater» le proporcionó un reconocimiento no esperado, agrandado por la expectativa que había generado. Fernández ('El Magnífico') y Rossini ('El Miguel Ángel de la música') quedaron siempre unidos por este relato. De su buen entendimiento surgió esta obra incomparable. Pena que no se interprete en Santiago. En su defecto, una ferrolana hoy nos hablará de su paisano partiendo de los intríngulis de su retrato. Y lo hará por amor al arte. ¡Así se hace!

Alén, Pilar
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