Dedicado a la admirable sensibilidad de aquellas personas capaces de permanecer
escondidas varias horas en la procura de un placer infinito: la observación y disfrute
que supone la visión sosegada y oculta de las aves. Dedicado también a aquellas personas
capaces de desvelar en la mirada de un ave la armonía del universo.
Bien saben los que me conocen de mi pasión por la naturaleza. Aunque va para siete décadas de existencia y la pasión comenzó siendo muy niño, nunca la consideré desmedida.

Reconozco también que en su disfrute he empleado gran parte de ese tiempo vital, mas nunca me he arrepentido.
Siempre he sentido un agradecimiento infinito hacia las personas que me han acompañado en este tiempo de estudio, observaciones, salidas, realización de cortos y largos periplos, del tiempo dedicado a la escritura, la divulgación de mis inquietudes y la escucha de los paisajes. A unas porque con ellas he saboreado intensamente la vida salvaje, transitado caminos que fueron sendas tras recorrerlos, a otras porque no tengo duda alguna en que mi entrega desmedida ha supuesto ausencias familiares y han sufrido mi falta de tiempo a la hora de compartir otros proyectos, máxime si esas personas formaron y forman parte de mi entorno más próximo.
Lo cierto es que los seres vivos captaron mi atención desde muy niño, desde la minúscula planta hasta el árbol más impresionante y longevo, desde el insecto capaz de ser observado a través de una lupa hasta cualquier animal del mundo vertebrado donde anfibios, reptiles, aves, peces y mamíferos me han cautivado con la pasión que provoca la admiración, la observación y el conocimiento.

Y aunque tozudo a la hora de defender con insistencia los planteamientos en los que he creído, nunca he cerrado la mente a iniciar otros y aprender de los demás. Por mucho que me cueste hacerlo -aún no he sido capaz de interiorizarlo y aplicarlo al cien por cien-, es necesario escuchar. Es entonces cuando las verdades absolutas que creíamos inmutables, gran parte de ellas producto de una ignorancia supina, dejan de serlo.
Recuerdo un artículo emitido el veintidos de enero del pasado año, bajo el título: "Mis botas son mi camino". En él, mi estimado amigo y antiguo alumno Manuel Ángel Sánchez Santana disertaba sobre su periplo viajero y la importancia de tan esencial prenda protectora de nuestros pies.
"Mis botas tienen su destino en mi hogar. Son una reflexión sobre todos los sufrimientos y alegrías que he tenido todos estos años en la montaña, gozan de mi respeto y, por supuesto, para mí continúan andando."
Era tal su sensibilidad -lo sigue siendo-, su comunión con las botas que sólo él, con sus palabras, podía expresar adecuadamente su relación no sólo física sino emocional con dicho calzado. Les invito a releer dicho artículo en el inmenso archivo que oferta el link VER TODO, de GALICIA DIGITAL en su sección de OPINIÓN.
Traigo esto a colación porque me encuentro en este preciso instante, frente a este artículo, con una situación muy similar.
En este caso tiene que ver con la peculiar visión de un fotógrafo de la vida salvaje y de su interpretación emocional referente a la mirada de los animales que acecha, que siempre respeta con su silencio e inmovilidad y, que la mayoría de las veces retrata.
Su nombre, Diego Jesús Espiño Placeres, oculta tras tan cautivadora afición, su pasión por la fotografía y la naturaleza como escenario de su trabajo.
Neófito como soy en el campo de la fotografía, escucho con atención sus recomendaciones, la información sobre los parámetros a tener en cuenta a la hora de realizar una buena instantánea con máquinas tan actuales. En verdad, para un usuario de la cámara fotográfica del móvil como la panacea de una instantánea, más allá del disparo automático, nada sé.
Mi atención es mayor cuando comienza a hablar de las sensaciones percibidas cuando realiza las fotografías, de unos pensamientos que van más allá del mero control de la técnica fotográfica y del trabajo posterior a la obtención de la instantánea. Tiene que ver con la profunda conexión del autor con los seres vivos, en este caso aves aunque su deseo se encuentre tras el acecho y observación de grandes mamíferos, que contempla y fotografía.
En mi relación con el medio y los seres vivos que lo habitan sus reflexiones, sin duda de una dimensión más profunda, no las había sentido. En suma, en mis relaciones con los animales observados nunca fui capaz de expresarme de tal modo porque nunca me había puesto en la cabeza del ser vivo contemplado.
Es esta la razón de mi invitación a expresar alguno de sus pensamientos en pocas palabras, apenas unas líneas que sirviesen de acompañamiento a una selección de seis de sus fotografías. Aceptó la propuesta. Este es el texto que recibí:
"Ya hace unos días que salí a fotografiar aves durante la "Golden Hour" buscando esos tonos cálidos que transforman el paisaje en un manto dorado. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que esa tarde lo más impresionante no iban a ser sólo los colores, sino el ambiente que se respiraba. Era como si la naturaleza entera hiciera una pausa. Las aves parecían ralentizar su ritmo, incluso, como si quedaran hipnotizadas, como aceptando con una calma inquebrantable el fin del día, despidiéndose del sol y agradeciendo lo que la jornada les había ofrecido.
Observándolas, buscando una buena fotografía, me di cuenta de que ellas conectaban con un ritmo interno, que los seres humanos, en medio de las prisas y preocupaciones del día a día, habíamos olvidado. Es como si hubiéramos hecho "switch Off" en ese interruptor natural que nos permite conectar con el mundo que nos rodea.
Aun así, todavía hay quienes recuerdan, quienes buscan un atardecer en el río, en la playa o en la montaña, sin la intención de hacer algo productivo, simplemente de estar, de escuchar, de sentir. No se trata de encontrar en ese momento soluciones a problemas cotidianos, es mucho más simple. Simplemente conectar, resetear, agradecer.
Y al final, cuando el sol se oculta, la vida continúa. Las aves vuelven a sus tareas, algunas regresan a sus nidos, otras dan rienda suelta a la caza y las de hábitos nocturnos se despiertan.
Los seres humanos que han tenido la suerte de sumarse a este rito también vuelven a sus actividades, pero algo en ellos ha cambiado. Su rostro refleja un aire distinto, como si algo muy adentro se hubiera renovado. Porque pararse a acompañar la puesta del sol no es sólo un acto de contemplación es un acto de reconexión con lo más esencial del ser humano, del animal que somos, del ave, de la vida."
@d.espi.photography (RRSS: Instagram/500px).
José Manuel Espiño Meilán. Escritor, viajero de caminar pausado, educador ambiental.