Proyecto FICOS - VII
Ávila Soto, Federico - lunes, 31 de marzo de 2025
Teoría de la vida y de la inteligencia - (2)
(viene del miércoles 26 de marzo)
En mis conversaciones con mi esposa, los dos lo tenemos muy claro: la fe que pregonan las religiones más poderosas, es un sometimiento de la inteligencia de millones de personas, a los dictados e intereses de unas oligarquías, que se conforman en el uso de palabras clave y de hechos determinados, que se escapan a la comprensión de las inteligencias poco desarrolladas.
Todos estos millones de personas que renuncian, -bien voluntariamente, bien presionados por el ambiente social en el que se vive- conforman ejércitos muy fáciles de manejar, que operan al servicio de esas élites y de sus intereses, nunca será, en beneficio de las masas porque, precisamente, al renunciar al desarrollo de la inteligencia con los valores y armas de la palabra, de la libertad expresiva, del debate necesario, de la opinión o crítica expositiva, de toda forma que aporte visiones contrarias y contradictorias, las masas quedan sin recursos inteligentes propios, ahogando todas las posibilidades de desarrollar todos los valores positivos, que en potencia cada persona tiene, empobreciendo su status particular, y también el colectivo. Sólo les queda, el instinto de supervivencia que, como cualquier animal, lucha por triunfar en la pelea de las especies.
La pobreza mental que el hecho religioso provoca es tal, que las posibilidades de desarrollo de la inteligencia, en el campo teórico filosófico de las grandes masas organizadas en estados o naciones, son muy reducidas pues, esas masas, carecen de las libertades individuales y colectivas, en un continuo peregrinar de lucha en lucha, guerra y más guerra, que las élites, tanto político-económicas, como religiosas, provocan para patrimonializar poderes materiales, como teórico-ideológicos.
El vacío intelectual o inteligente de esas masas, es la herramienta idónea, que se utiliza para los intereses de esas élites, que conforman mecanismos coercitivos, para obligar a los más remisos o lúcidos, a plegarse a los dictados y ensueños, que las oligarquías pretenden perpetuar.
Las posibilidades de un dialogo racional, sincero, respetuoso, mínimamente inteligente y abierto a la comprensión y entendimiento de lo posible, por parte de las personas imbuidas con la fe religiosa, con otras que aportan su parecer, sus convicciones, sus estudios, sus dudas, su libertad expresiva, son tan escasas que, de hecho, no se tienen ejemplos claros y continuados, de ese debate en todas las formas posibles comunicativas. En ámbitos familiares, y núcleos reducidos de personas que conforman el pueblo, es casi imposible la existencia de ese debate pues, la palabra Dios, párrafos de la Biblia o el Corán y la fe impuesta, es toda la argumentación posible, en la que se atribuye a ese Dios lo escrito, revisado y leído por un ejército de escribanos, que se colocaron interesada y cómodamente, en la posición elitista y remunerada, de representantes de ese Dios. Los pecadores o ateos que no creen en nada, no tienen posibilidad alguna de expresarse, de opinar en libertad, de discrepar de ese dios, de la fe, de los curas, de la iglesia, y de la misma historia que difunden y pregonan.
El confusionismo y desconocimiento de los valores propios, de los sentires e impotencias de lo humano ante el dolor y las incomprensiones, las infinidades de guerras que las gentes de lo común no entienden, y que padecen en sus carnes más íntimas, las impotencias propias en lo social y administrativo, en sociedades heredadas históricamente conformadas en estructuras piramidales donde, la base, la masa que sostiene y da vida a esas pirámides o élites oligárquicas, se refugian en su impotencia de la inteligencia poco desarrollada, para crear por sí mismo, el ilusionismo sentimental de seres superiores, en los que poder desahogarse -con lamentos- las propias penalidades e incapacidades, y, las colectivas. Se crea el mundo ficticio de lo posible, el ensueño que reconforte, se renuncia a pensar y a ejercitar el intelecto, a hurgar en las razones, en las realidades, que pueden tener miles y millones de coordenadas, todas explicables.
La inteligencia es el ser fundamental de la persona humana. Es la inteligencia la que nos conforma en personas, la que nos diferencia de los animales, la que nos da capacidades para desarrollarnos, es la que nos proporciona valores humanos, o nos convierte en depredadores de la existencia. Dentro del mundo cerebral inteligente, se encuentran unas energías; esas energías beben y se alimentan, de lo social, de la especie, del entorno, de lo familiar, de la etnia, del pueblo, de sus saberes inteligentes, particulares y colectivos, conforma en ese ser social, su particular estado inteligente.
La energía que desprende la inteligencia, tiene dos polos opuestos y complementarios, que conforman la personalidad del ser individual, es precisamente, la complementación de eses dos polos -positivo o negativo- lo que hace, que la inteligencia sea usada tanto para crear, como para destruir, para cultivar en el cuerpo de la persona la envidia, la avaricia, el egoísmo, la maldad o lo obsceno, como para dotarnos de la sencillez e inocencia, que la mayor parte de los niños nos ofrecen, del sacrificio y el dar de una madre, que con su dolor nos trae a este mundo, del trabajar en respeto y continuado de muchísimos padres, que pretenden asegurar futuros imprevisibles.
Cuando en la persona brillan con más intensidad las luces de la inteligencia positiva, su vida es más cómoda en lo íntimo, en lo familiar, en lo social, y desenvuelve con más celeridad, valores potenciales de futuras nuevas vías, ingenios, inventivas y formas que, en lo común, en lo social, son quién de desenvolver, y de poner al servicio de la colectividad. Se concretiza la inteligencia, y se suma a la herencia que iluminará nuevas vidas, nuevas inteligencias en un continuado relevo generacional. Si por contra, las luces que más brillan en una persona, ya desde pequeños, son de tipo negativo, veremos la mentira, la falsedad, la presunción, el egoísmo, la avaricia, la envidia y toda forma que trata de rebajar al otro, de dominarlo, de expoliarlo, de usarlo y explotarlo, de hacerse grande e importante con el uso y abuso de los demás. Estamos ante un depredador, que no se saciará con nada; y el mundo está, estuvo y estará lleno de ellos, porque aún no fuimos capaces, como personas e inteligentes, a crear un mundo humano y humanizado, en todos los resortes existenciales de la vida. ¿Puede alguien dudar de todo esto? Somos testigos diarios, de todas las depredaciones que se cometen, con dulces cantos (tergiversación interesada) y palabras muy engañosas.
En mi particular teorización de la vida y de la inteligencia, y para dar respuestas a los interrogantes que escribí en un principio, de: ¿el porqué de la vida?, ¿quién la creó?, ¿cuándo y cómo fue el principio?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay después de esa muerte?, ¿a dónde vamos luego de dejar la vida?, diré lo siguiente:
La vida existe, no hay principio, no hay fin. Somos parte de esa existencia en lo biológico y en lo inteligente. Hay miles, millones, trillones..., de energías desconocidas a la mente e inteligencia que hemos desarrollado. La muerte biológica, es un producto de la naturaleza que lucha por mantenerse en vida. El fruto que da la vida, es lo que riega las arterias de la existencia, tanto humana como animal, vegetal o mineral.
Lo que no muere porque no tiene biología, es la inteligencia. Esta queda, impregnada en los entornos inteligentes (personas) que tuvieran capacidades de asimilación. De esta impregnación de la inteligencia, se va conformando el saber, el escribir, el hablar, el transmitir, el comunicarse, el inventar, el disfrutar, el destruir, el aniquilar, el matar la vida misma; y todo signo positivo o negativo, que en herencia generacional nos transmiten o transmitimos a las futuras generaciones, en un proceso continuado, en el que, de no triunfar las energías positivas del intelecto, la vida de la persona humana de este nuestro planeta, desaparecerá, en partículas minúsculas en el océano del universo, donde pueda que alguna de esas partículas, encuentre una tierra más fértil, y donde la inteligencia, (de ser posible) se desenvuelva más plenamente positiva.
El pensar en la muerte como un fin, o decir qué hay después de esa muerte, es banalizar y entregarse a los malabarismos de las palabras, sobre todo, por parte de las oligarquías que dominan las creencias y fes religiosas. En el momento que una persona contraría a uno de esos doctos, se percata que fallan las razones. No habla la persona que se tiene delante, se acude a lo dicho o escrito por otros, añadiendo la palabra mágica que les justifica: ¡Dios! ¡Ahí está la gran mentira!, lo que escribimos los hombres o mujeres en cualquier tiempo y lugar, se saca del contexto en el que pudieron ser dichas o escritas -de ser ciertas- y unos, organizadamente, las amoldan a sus intereses del momento y de lo particular, dándole forma y manera, que pase por ser un ser supremo -inexistente- el que las pronunció o comunicó, a algún ¡elegido! Y esta forma, confunde y perdura desde años y siglos. ¿Dónde está la inteligencia?

Ávila Soto, Federico