Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Fran Santana

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 16 de marzo de 2025
Agente forestal

Dedicado a todas aquellas personas que lo conocieron, familiares, compañeros de trabajo, amigos.
Por todas aquellas virtudes que lo definieron en vida: bondad, lucha, perseverancia, entrega, compromiso, pasión, integridad, seriedad, fortaleza... valores que me revelan, a través de sus palabras y sus silencios, las personas que he escuchado o leído sus declaraciones, a la hora de pergeñar un artículo digno de su memoria.

Tres de agosto del año dos mil dieciséis. Son las tres de la tarde. Nos encontramos en un tórrido verano, nada infrecuentre en el sur de las islas Canarias. Fran Santana A punto está de suceder un desafortunado suceso que, no por fortuito dejará de convertirse en tragedia.
En el momento de producirse el hecho que voy a relatar, las condiciones climatológicas no podían ser más adversas: treinta y cinco grados de temperaratura, rachas de vientos entre cincuenta y setenta kilómetros, baja humedad y sequedad extrema.
La bomba de relojería estaba servida. Sólo faltaba un desgraciado incidente que la pusiera en marcha.
Y sucedió. La quema de unos papeles higiénicos iniciaron la tragedia en el monte. Con todo el entorno seco, encenderlo fue una soberana estupidez. Extraña tanta insensatez en pleno período estival a sabiendas de la prohibición expresa de llevar a cabo cualquier tipo de fuego en cualquier monte. Una persona se saltó la norma. La maldita idea concebida en su cabeza sin preveer el riesgo existente se sumaba a una incomprensible ignorancia y a una mayor estupidez.
De nada sirven las penas posteriores -privación de libertad y sanción económica-, si el daño irreparable ya está hecho.
En el municipio de El Paso se inicia el incendio. Un fuego que, sin control desde un primer momento, termina arrasando cinco mil hectáreas en cuatro municipios: El Paso, Los Llanos de Aridane, Villa de Mazo y Fuencaliente.
Se desalojan siete pueblos, llegan refuerzos de otras islas, se une personal de la UME de Andalucía. Se suman nuevos helicópteros y aviones… Lo cierto es que quinientos efectivos humanos llegan a trabajar en tierra y trece medios aéreos los acompañan en las difíciles labores de extinción.
La lucha es titánica y en la brega muere un hombre. Desde este momento el incendio se convierte en tragedia. Ya no hay marcha atrás, ya no nos consuela la regeneración del pinar, ya no es cuestión de tiempo, de décadas de recuperación, de mejores medios y mayores recursos, de repoblaciones masivas. Nada consuela cuando fallece un ser humano.
Así fue el devastador incendio que tuvo en jaque a la isla de La Palma durante nueve días, del tres al doce de agosto del año dos mil dieciséis.
Francisco José Santana, Fran para quienes lo conocimos, era un agente forestal de la Unidad de Medio Ambiente del Cabildo de La Palma.
Nada tengo que añadir a quienes, desde un mayor conocimiento y cercanía, le brindaron sus palabras en diversos actos de reconocimiento, llevados a cabo en su querida isla, la Palma, aquella donde decidió vivir, y en su isla natal, Gran Canaria.
Yo lo conocí apenas. Cuando él estaba en contacto con miembros y acciones del colectivo al que pertenezco, TURCÓN, yo me encontraba inmerso en la gestión de proyectos y programas de Educación Ambiental con la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, despertando conciencias, apoyando iniciativas docentes, recorriendo senderos y preparando rutas pedagógicas con mi estimado amigo Damián Esquivel Díaz, por las diversas islas.
Era conocedor en aquel entonces de su profundo amor por la tierra y los seres que la habitan, de su pasión por los espacios naturales de Canarias y su extraordinaria biodiversidad, del valor que daba a la educación ambiental como llave esencial a la hora de conocer, amar y proteger el entorno natural y cultural de nuestra tierra. Sabía ya entonces de su firme entrega y de sus enormes ansias de aprender y servir a los demás.
Vine a encontrarme con él, varias décadas después, en otra dimensión mucho más profunda: la emocional.
La primera vez fue en la isla de La Palma, tras atenuarse el fragor del volcán Tajogaite -curiosamente, el furor del incendio tendría su continuación, años más tarde, con el furor del volcán-.
Fue recorriendo los caminos de cenizas recientes, el oscuro picón que aún conservaba el calor propio de las entrañas del volcán. Se notaba en el suelo transitado, en el aire respirado, en el ambiente isleño.
No obstante, caminaba sin temor pues compañeros de Fran, agentes que como él desarrollan la encomiable labor de velar por nuestra seguridad, vigilaban el entorno del volcán, confirmándome la seguridad del paso y de la senda.
Había silencio en el ambiente, soledad y cenizas. Era como si la naturaleza próxima al volcán se encontrara de duelo, vistiéndose de luto.
De la negritud que lo cubría todo, brotaban sobre troncos quemados por las altas temperaturas, esperanzas verdes. Observé con calma los pinos canarios que comenzaban a dar una respuesta viva a la fiereza del volcán, al calor sin límite.
Me aproximé a uno de ellos y palpé su corteza. Sus cenizas recientes tiznaron mi mano al momento. Mantuve la mano sobre la zona carbonizada, bajo ella el tacto presentía como el corazón del árbol seguía vivo, en su interior continuaba circulando la savia revitalizadora. No se trataba de un milagro, se trataba de una simple adaptación a las circunstancias propias de una isla volcánica. Y allí estaba yo, observando nuevos brotes en viejas ramas quemadas y cómo surgían en otros puntos del tronco nuevas ramas, pequeñas aún, es cierto, pero rebosantes de vida.
Fran SantanaCon enorme y estudiada delicadeza, acaricié una de ellas que surgía frente a mí, a la altura del rostro. Sentí como me devolvía la caricia. Parecía disculparse por el tizne que la corteza muerta había depositado sobre los dedos que la acariciaban. Supe entonces de su enorme sensibilidad y de la extraordinaria fortaleza del árbol. Sonreí esperanzado y regresé a la senda.
Mis botas de montaña hacía tiempo que habían trocado su color marrón habitual por una coloración negruzca, provocada por los restos de los arbustos quemados y el suelo cubierto de ceniza, Me asombraba que las raíces de los pinos y aquellos troncos que se elevaban impertérritos al cielo, no hubieran sucumbido a las altas temperaturas del volcán.
Fue entonces cuando leí sobre una placa, el sencillo homenaje que realizaron sus compañeros al hombre entregado, al agente forestal fallecido, al amigo Fran.
Mientras otros
levantaban muros,
tu construías una catedral.
No pudiste terminar tu obra,
nosotros lo haremos opor ti.

A Fran Santana, in memoriam

Innecesaria palabra alguna, sobran los comentarios. Nadie como sus compañeros para rendirle homenaje. Sus compañeros y los montes de La Palma.
Tal vez el resurgir de la vida en los pinos canarios que lo rodean nos recuerden la nobleza y fortaleza de Fran, su entrega sin límite, su pasión por la vida, su inmortalidad. Pienso que Fran sigue allí, en cada rama nueva, en la pulsión inquebrantable del endemismo botánico que, tras la tempestad del volcán, resurge con determinación, con la fuerza que imprime la supervivencia.
Allí, en La Palma, no necesitaba más para sentirlo a mi lado.
A mi regreso de aquel periplo, sin palabra alguna, estreché las manos de los dos agentes que controlaban la seguridad de los curiosos visitantes que recorríamos las cercanías de los nuevos territorios del volcán.
Recuerdo que me encontraba de viaje cuando se realizó el homenaje en su isla natal. Supe del mismo por mis compañeros del Colectivo Turcón, por sus familiares y amigos comunes. No pude estar con ellos, allí.
El merecido reconocimiento de todas las instituciones que se unieron a los actos, tanto aquí como en la isla de La Palma, sigue vigente en los medios de comunicación. A ellos les remito si quieren indagar más en el desarrollo y declaraciones realizadas.
Yo me quedo con mis impresiones personales, acercándome para ello a una pequeña atalaya, un espacio situado junto al bosquete de casuarinas o pinos marítimos bautizado como Mirador de Francisco José Santana Álvarez. Situado en el extremo sur de la playa de Melenara, en la placa podemos leer:
1962-2016. Una vida de compromiso social y mediambiental. Agente de Medioambiente del Gobierno de Canarias y del Cabildo de La Palma. Murió en acto de servicio defendiendo la naturaleza en voraz incendio en La Palma (agosto 2016). En cumplimiento del acuerdo plenario unánime del M I. Ayuntamiento de Telde (27 de julio de 2018)
31 de marzo de 2023
El sábado, primero de abril de ese mismo año, se inauguraba la escultura y el mirador. No es difícil encontrar referencias escritas de las palabras que políticos, familiares, compañeros y amigos le dedicaron en dicho acto.
Yo me detengo ahora, justo dos años después, a observar la escultura. Protegida tras una cadena metálica – tristemente debe ejercer de barrera disuasoria ante aquellos que, desde la ignorancia y su falta de civismo, no respetan el patrimonio de todos-, observo la figura de un agente de medioambiente presto para la acción, con la vestimenta propia de quien va a enfrentarse a las llamas de un incendio. Curiosa es una salvedad, sus manos no portan una manguera ni herramientas contraincendios. Sus manos sostienen un libro abierto, la cabeza inclinada y su mirada nos confirman que su mente está inmersa en su lectura.
Esta escultura de un agente forestal sentado, absorto en la lectura de un libro se encuentra en el vértice delantero izquierdo de la plaza, justo al lado de la placa antes reseñada. El artista representa a Fran inmerso en una de sus grandes pasiones: la lectura. Se encuentra sentado en lo que semeja el tocón de un árbol recortado precisamente con la forma de un asiento vegetal dotado de un cómodo respaldo. Sugerente es el uso de la naturaleza como escenario idóneo para el disfrute del placer de la lectura, de formarse bajo su amparo, de conocerla profundamente, de saberla, de ser.
Pero hay más. Javier Gazapo García da vida al árbol y convierte a Fran en un ser tan cercano a los animales que protege y defiende, que un lagarto de La Palma, se encuentra junto a su pierna derecha y aventuraría yo que, más que observar a Fran, le escucha. Sobre la cabeza reclinada del agente observamos un canario de monte. Se encuentra entre ramas y hojas de plantas propias de sus bosques queridos, ramas que también prosperan bajo su cuerpo, surgiendo del suelo. No se puede negar que el conjunto escultórico es una clara alegoría a una vida plena, en comunión con la naturaleza.
Merece la pena observar con detenimiento la escultura ideada por el artista. Este escultor y pintor cubano, autor de otras interesantes esculturas en el municipio teldense, ha sido capaz de dotar esta escultura de vida.
Uno se acerca un poco más y respeta su silencio y la concentración observada en el escultórico lector. Mientras, en las casuarinas, escucha tras él los trinos de un pequeño grupo de linaceros que se encuentran alimentándose con sus semillas.
Es tal la comunión entre el personaje sedente y la naturaleza que lo envuelve que me siento a horcajadas y dejo volar mi mente. Observo ahora el cuerpo con detalle, los conseguidos pliegues de la ropa, la perfecta definición del casco que protege su cabeza, su rostro sereno.
Una tórtola turca permanece posada sobre su cabeza. Está ahí desde mi llegada. Sólo cuando me levanto para retirarme, inicia su vuelo -es curioso que siempre que me he acercado al mirador y observado la escultura, una tórtola, a veces dos, permanece posada sobre su casco-.
Sigo su derrotero con la mirada. Vuela hacia el mar, elevándose progresivamente hacia el cielo. No sé si es un problema de la vista, consecuencia de la edad o fruto de la imaginación que, de cuando en cuando, me engaña tornando en real aquello que sólo es imaginario pero, juraría que en lontananza, un rayo de luz, tal vez un efímero fogonazo me cegó un instante. Tras recuperar la visión, la tórtola había desaparecido.
José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICIDAD
HOMENAXES EGERIA
PUBLICACIONES