Proyecto FICOS - III
Ávila Soto, Federico - lunes, 03 de marzo de 2025
¡Nunca más una guerra!
Debiéramos decir, afirmar y conseguir todos los hombres y mujeres que nacemos y venimos a la vida, que pasamos en tránsito por ella, desde la no existencia hasta dejar de existir físicamente. Porque precisamente, es la inteligencia la que nos distingue del ser animal, y es esa inteligencia deshumanizada, la que nos lleva a convertir al ser humano en algo infinitamente peor que todos los animales juntos, y la guerra, todas las guerras, nos convierten a todos, en salvajes deshumanizados, porque es, la muestra palpable, de las incapacidades humanas de arreglar todos los asuntos que afectan a todas las sociedades, con formas y maneras propias de seres inteligentes, y humanos...
Para llegar a esa situación de "nunca más una guerra", es estrictamente necesario, romper con los moldes vivenciales, en los que fuimos asentados en la mecánica hereditaria, es decir: eses moldes de unas clases privilegiadas que tienen acceso a todos los placeres, a todos los poderes, y a jugar, con el destino de generaciones enteras de personas, de animales y naturaleza, que son vitales para la calidad de vida de las futuras generaciones. Eses poderes ensombrecen la existencia, causan terror, aniquilan la vida de seres iguales, la naturaleza y la cultura, e intencionadamente, confunden los conceptos existenciales, sumiendo a grandes masas de individuos, a lo más profundo de las pasiones, de las creencias divinas, y de las miserias de todo tipo, en un peregrinar penoso existencial. Toda la fuerza cualitativa posible de desenvolver de esas masas, pasa sin pena ni gloria, por la Historia de los "sin voz", de los "calladitos".
Para todas las fuerzas de la naturaleza, -rayos, maremotos, terremotos, ciclones, vendavales, volcanes en erupción, etc., todos los seres vivos, no gozan de distinción alguna, forman parte de esa naturaleza, somos parte de ella. Pero, resulta, que en el avance de los ciclos existenciales humanos, esta especie animal, capaz de humanizarse, le quiere poner barreras y placas de propiedad a los mares, a las tierras, a los cielos, a los pensamientos, a todo, y dejarlo en herencia, solo a unos supuestos descendientes. Lo que dejan, o lo que estamos a recibir en herencia, son las armas para hacer la guerra, para provocar todas las guerras posibles.
Porque, si la naturaleza no distingue entre los seres vivos, ¿por qué nosotros, seres dotados de valores inteligentes y humanos, tenemos que distinguir entre unos que nacen privilegiados, y otros que nacemos ya condenados? Ahí se encuentra el "virus" que alimentará todas las guerras.
Todo ser que nace a la vida, es mereciente a la igualdad, con todos y cada uno que como el vienen a la vida. La sociedad inteligente y humana que rodea a estas nuevas vidas, es la que tiene que disponer las cosas, para que eso suceda así, no para seguir en los moldes avariciosos y ególatras, que solo benefician a unos pocos, y que provocan toda clase de confrontaciones y degeneraciones.
La vida nace, de los componentes necesarios en existencia, o sea: "vivos". Y esto es así en el conjunto viviente del planeta Tierra, y no sabemos más, o muy poco, de los mundos de las galaxias que nos rodean. El ser humano es uno más en el conjunto de esa existencia, diferenciándose sobre todos los demás, en la capacidad inteligente que a través de siglos y en herencia, hace uso. Esa capacidad inteligente, está alojada en el cerebro de un ser de condición animal, por tanto, en el proceso futuro de crecimiento, son estas dos condiciones -animal e inteligencia- las que determinarán el grado de "humano" que consiga, a través de una lenta convivencia en sociedad.
Lo primero que necesita el nuevo ser "vivo" al nacer es el alimento, que por ley natural ya recibe de la madre. El alimento es la base principal de la nueva vida en existencia, tanto de la criatura acabada de nacer, como de la adulta. La procura y seguridad del alimento, es el eje principal del comportamiento humano. No resuelto este aspecto en el plano individual o comunitario, la persona está presa, y sujeta a toda clase de comportamientos, limitando sus capacidades a la lucha por la subsistencia, desenvolviendo capacidades corrosivas, en la convivencia en familia y en sociedad, si no ve satisfecha, esta primordial necesidad existencial.

Ávila Soto, Federico