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Identidad y creatividad sin disfraces

Alén, Pilar - lunes, 03 de marzo de 2025
«Foi unha persoa revolucionaria en como cambiar o noso punto de vista occidental sobre o Outro, evidenciando que non é inferior senón distinto. Fixoo nun momento de expansión colonial europea e mentalidade recista, pero recusando estes estereotipos». Son palabras que condensan y retratan el perfil de alguien con mente abierta que podrían (deberían) reflejar el sentir de cualquiera de nosotros si viviésemos mejor comprometidos con nuestros iguales y el bien de los pueblos. Si continuamos leyendo el resto del texto se va perfilando más al personaje sobre quien recaen: «Posiblemente, este enfoque veulle da súa condición de galego, desas orixes celtas e fisterrás, onde as tradicións precristiás aínda sobreviven: un mundo de espíritos e supersticións que gardan unha próxima relación coa terra». Vamos acotando el círculo con lo que sigue: «Admiraba as súas habilidades manuais, o seu amor polo baile e pola música. Precisamente esta última dimensión foi parte da clave do seu acerto pois a música serviulle para empatizar con esas comunidades». Pongo fin a esta cita de Ramón Villares que prologa un libro de Rosendo Salvado y Rotea (Tui, 1814-Roma, 1900). Estamos en el 125 aniversario de la muerte de esta poliédrica figura que cabalgó entre dos mundos -el de los 'aborígenes' y el de los 'civilizados'- sin ocultar ser fervoroso religioso, ni músico de talento y diplomático ingenioso.

Rosendo enlaza culturas, mimetizándose con sus gentes y demostrando con el ejemplo y la palabra cómo asumirlas como propias sin alterarlas. Él destaca sus bondades. No se reviste de misionero para extender la fe cristiana; ni de científico para analizar lo que tiene delante; ni de maestro brillante de lenguas que él fue dominando de tanto hablarlas; ni de músico aficionado para ganarse a humildes y poderosos. Por el contrario, en su generosa labor no se impuso a nada ni a nadie, pese a que, en el campo musical, por ej., tuvo formación suficiente como para sacar a sus 'salvajes' de la ignorancia, dando muestra de unos conocimientos de primer rango. No bailó al ritmo del «Carnaval, carnaval» de Giorgie Dann, ni utilizó máscaras ni trajes pintorescos. Eso sí, nos legó un relato que recomiendo: «Memorie storiche dell’Australia particolarmente della Missione Benedettina di Nouva Norcia e degli usi costumi degli australiani». Es fuente de primera mano que da cuenta de su trabajo a la vez que expone lo genuino de una civilización que, por entonces, vivía ajena al considerado primer mundo.

En Tui pudo escuchar cantos de iglesia, canciones de la tierra, valses, arias de óperas y fragmentos de zarzuelas. Dentro del monasterio de S. Martín Pinario, donde se formó, se respiraba más o menos lo mismo. Le siguieron un período italiano -país melómano por excelencia- y otro australiano con idas y venidas a Galicia y a otras ciudades de España. Dicen que murió cantando en la cama.

Coetáneo de Alfredo Brañas (Carballo, 1859-Santiago, 1900), al que también recordamos estos días, el 'Bispo das barbas' quizás podría suscribir -sin conocerse- lo que este intelectual dejó impreso: «(...) las costumbres celtas y muchas de las gallegas que hoy existen, siquiera se vayan adulterando por las influencias extrañas, las corrientes de la emigración y la ausencia de patriotismo y espíritu regional, se parecen tanto entre sí, que no es posible negar lógicamente su filiación y parentesco».

No sé si nos distingue la llamada 'música celta', pero creo -en parte- que perdura lo que ambos nos transmiten. A mayores, como diría Xurxo Souto, al que veremos hoy con otros colegas que lidian con sones tradicionales: «Seguimos a ser un país creativo, con identidade».
Alén, Pilar
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