Requiem por D. Emilio
Timiraos, Ricardo - lunes, 24 de febrero de 2025
La vida no me dotó de pentagramas ni demás cualidades musicales que requiere un réquiem, pero si de la gratitud precisa para acariciar con mi mejor sensibilidad la figura de D. Emilio Prado Piñón, capellán de la Residencia de Betania de Viveiro.
Los que llevamos con legítimo orgullo haber pasado por el Seminario de Mondoñedo, sabemos lo importante que para la formación de la vida fueron aquellos nuestros profesores y demás sacerdotes que a lo largo de la vida hemos conocido; y si bien somos conscientes de que todo lo que huela a cura no está de moda, el reconocimiento y la gratitud no caducan, y aquí estamos ahora para reivindicarlos por sus méritos. Todos fueron hombres como nosotros, pero ellos, aquellos curiñas tan humildes como sabios, son los mejores faros para los que sabemos que vivimos en las tinieblas.
Hablar de D. Emilio es describir a un hombre con un aura de sencillez, humildad, fraternidad... que abarcaba toda su hombría. Es reconocer a un hombre cariñoso y bonachón en el mejor sentido del término. Jamás le noté ninguna ínfula intelectual ni soberbia que le pudiera deparar su cultura, muy al contrario, disculpaba cualquier carencia restándole importancia. Era lo que hoy llamamos un hombre superempático.
Quien lo conocía no podía por menos de reparar en aquel hombre que tan raudo se entregaba a la amistad y se convertía en un servicial compañero. Nos tocó conocernos ya de mayores ambos, pero, créanme que fue un feliz hallazgo y gratísimo encuentro del que surgió una sincera amistad. Y para describirlo mejor, permítanme sólo dar dos pinceladas de su calidad humana y religiosa:
La primera tuvo lugar el verano pasado cuando solicitó mi colaboración para echar una mano ante un grave problema económico del Asilo de ancianos de Viveiro ( Residencia Betania). Se trata de la imperiosa necesidad de comprar una caldera para combatir el frio; pero, como resulta obvio, la inversión,dado el tamaño de la residencia, requiere mucho dinero. Mi carta salió publicada, pero, desgraciadamente, tuvo poquísimo eco. Desde aquellos tiempos en que las penurias eran tantas y la solidadidad para con los necesitados era tan ejemplar para muchos de nosotros hemos mejorado las economías familiares, pero parece que nos ha medrado el egoísmo y las consecuencias pueden ser graves. Mientras, nuestros ancianos siguen necesitando la calefacción. Pues bien, D. Emilio, me decía: Mis recursos son muy escasos. Y eso me llevó a pensar: Quien vive toda la vida para la generosidad acaba cumpliendo lo que decía Machado: ligero de equipaje. Y así se fue D. Emilio, aprendiendo de mi admirado maestro a irse con la maleta vacía.
La segunda anécdota es la siguiente: El año pasado había caído como consecuencia de los problemas que nuestro bienquerido amigo iba sufriendo debido a la edad, y se hallaba muy dolorido. Ante ello, traté de ayudarle hablándole de relajantes musculares y remedios que se me ocurrían. Él, con esa filosofía personal que a mi me pareció heroica, y totalmente coherente con su fe religiosa, me contestó: Mucho más padeció Jesús por nosotros, amigo Ricardo. Mis dolores se los ofrezco a Él.
Ahí van sólo dos pinceladas de un hombre que se hizo cura para servir a Dios y con ello a los hombres. Un hombre que no precisó otra cosa en la vida que tener personas a las que ayudar con la fuerza de su fe y la ayuda de otros como Él. Un hombre que echaba una partida en el Asilo para complacer a otros que lo necesitaban. Eso también es caridad. ¡Cuánto consuelo no habrá repartido allí donde viven nuestros hermanos desamparados! Y derecho tenía también a disfrutar de sus ratos de dicha y lo feliz que se sentía cada vez que nos reuníamos en las Xuntanzas de antiguos ex- seminaristas.
Sin duda D. Emilio, ha vivido con la generosidad como bandera, con la alegría de sentirse amigo, con la luz de la sencillez para acoger y reconfortar necesitados. ¡Qué grandeza, Amigo!
Así, D. Emilio, hay pocos hombres. Así que no tenía usted ninguna prisa para irse y dejarnos huerfanos de su ejemplo, como le decía ayer a sor Rosa. Y también es justo y necesario, esa frase tan religiosa, que descanse en la Tierra que Dios tiene reservada para quien con tanto amor lo sirvió. Personalmente, le rezaré, porque sé con certeza cual es su sitio. Un eterno abrazo, D. Emilio, y paz y amor para sus deudos.

Timiraos, Ricardo