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Cádiz, marismas y naranjas

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 16 de febrero de 2025
Al agua que la vuelve hermosa, al agua que la vuelve frágil, a la belleza
de sus espacios infinitos, a la paz y el amor que aún se respira en muchos de ellos.

El artículo anterior titulado: "Cádiz, dragos y caminos jacobeos", nos acercaba la realidad de una ciudad y una provincia orgullosa de sus árboles y espacios ajardinados, también de su religiosidad.
Pero Cádiz es, además, el corazón de un organismo acuático. Ese organismo tiene nombre y está protegido con una pomposa figura: Parque Natural Bahía de Cádiz. Más de diez mil hectáreas de playas, dunas, lagunas, marismas, salinas, esteros, bosquetes de pinos piñoneros. Cádiz, marismas y naranjas
Este organismo acuático se encuntra rebosante de vida vegetal y animal. Una gran diversidad de ecosistemas favorecen la presencia de una multitud de animales que, no por habituales en este Parque Natural, son abundantes en otros lugares.
Es así como me he visto sorprendido con la presencia de cientos de gaviotas sobrevolando la costa y los paseos de Cádiz, posándose sobre sus espigones y baluartes, escuchándose sus graznidos en cualquier recorrido a pie por la ciudad. Tal explosión de vida te reconforta, permite sentirte bien, satisfecho del ser humano que conjuga su inclusión en el territorio con el respeto a los seres vivos que lo habitan.
A las gaviotas patiamarillas, las más abundantes, se les unen en las observaciones realizadas, gaviotas sombrías, gaviotas reidoras, gaviotas de Audouin y gaviotas cabecinegras. Sólo se necesita interés y paciencia para observarlas, bien desarrollando sus vuelos sobre el mar, bien meciéndose sobre sus ondas.
Cádiz, marismas y naranjasEl largo paseo que, adentrándose en el mar, nos lleva hasta el castillo de San Sebastián es una atalaya privilegiada para el observador de aves. No sólo cautivarán las gaviotas nuestra atención sino los numerosos ejemplares de cormorán grande, oteando sobre el agua sus entrañas marinas para, sin aviso previo, iniciar una de sus habituales inmersiones en busca de alimento. Acción similar ejecutan los charranes comunes -charrancitos le dicen aquí-, desde el aire. Este paseo, donde el oleaje de estos días finales de enero bañaba el suelo del espigón al golpearlo con furia por ambos lados, permite observar decenas de vuelvepiedras sorteando con gracia y destreza el alcance de las olas. En su librea, toda la evolución posible del plumaje, desde los barreados, manchados, crípticos en resumen, de los ejemplares más jóvenes hasta la pureza de los colores blancos, negros y leonados que definen el plumaje de los adultos.
Cualquier salida de la ciudad de Cádiz hacia Puerto Real, Puerto de Santa María, San Fernando o Chiclana, es discurrir sobre la bahía, sobre territorio del Parque Natural. Es disfrutar con la visión de centenares de flamencos sobre sus zonas inundables. Junto a ellos decenas de garcetas grandes, garcetas bueyeras, abundantes garzas reales, espátulas, garzas reales, avocetas, cigüeñuelas...
No es difícil observar la silueta recortada de un cernícalo vulgar o la de un ratonero común, como tampoco es raro observar la bellísima e inconfundible imagen del águila pescadora.
Frecuentes son, en el aire, las siluetas de los milanos negros, casi siempre aislados o en parejas pero también pueden verse en gran grupo como he constatado sobrevolando las dehesas camino de la sierra de Aracena, donde las ganaderías de toros bravos ocupan decenas de miles de hectáreas.
Esta riqueza ornitológica, es capaz de provocar mayores emociones si nos encuentra observando aves al atardecer. Es el momento de los vuelos en gran grupo, estimo que en busca de sus lugares de pernocta. Es fácil distinguir las bandadas de flamancos, cigueñas comunes, gaviotas. Otras especies, no acostumbrado a verlas, mis reducidos conocimientos ornotológicos y mi ocasional presencia en estos espacios inundables, convierten en imposible una mayor concreción a la hora de identificarlas.
Lo cierto es que la pulsión de la vida se siente en cada rincón de Cádiz. Está presente en cada humedal, en cada plaza, en cada barrio. Muchos son los paseriformes observados y pocos los identificados. No obstante, gorriones comunes, lavanderas blancas, colirrojo tizón, mirlo común, vencejos, aviones, golondrinas, herrerillo común, petirrojo, pinzón vulgar, carbonero común, lavandera blanca, estornino negro, curruca capirotada, verdecillos..., son habituales en los parques, jardines y cielos de la ciudad.
Sin verlos, sorprende saber de la existencia de camaleones en pinares de la periferia y de tortugas y galápagos en los humedales. Y digo que me sorprende porque estas especies no forman parte de la herpetofauna a la que estoy acostumbrado en mi isla de Gran Canaria.
¿Y qué hay de las naranjas? se preguntarán ustedes. No me he olvidado de ellas. En estas fechas, finales de enero, principios de febrero, los árboles se encuentran cargados de tan preciado fruto. Su color señorea plazas y avenidas -las fotos de este artículo así lo manifiestan-. Uno sabe que se trata de naranjas amargas aunque jamás ha probado alguna. Es este cítrico, en Andalucía, un elemento identitario. De todo el mundo es conocido que la primavera envuelve esta tierra con el aroma del azahar que desprende la floración de los cítricos urbanos.
Me resulta curioso el trabajo de los mantenedores de jardines recolectando en cestas de mimbre o capazos, miles de kilos de naranjas amargas (Citrus aurantium). Por cientos se cuentan las toneladas que producen tantos árboles -sólo en la ciudad de Málaga se recogen cada año setecientos mil kilos de este fruto, seis millones de kilos en la ciudad de Sevilla- y pequeños camiones cargan sin cesar la aromática fruta. Es entonces cuando uno piensa en su destino y la pregunta consiguiente demanda una respuesta.
Detiene su labor un jardinero y entramos en conversación unos minutos. Sé así que pueden extraerse aceites esenciales de su corteza para la fabricación de aromas y jabones, también que se han utilizado en la elaboración de pienso animal y como ingrediente en la fabricación de productos de limpieza. Hay mucha verdad en su utilización en el pasado para la elaboración de mermelada de naranja amarga, pero lo cierto es que hay una controversia actual sobre tal uso cuando su procedencia corresponde a frutos urbanos.
Según la Asociación para la Defensa de la Naranja Amarga, existe un problema serio en todas estas ciudades. La polución provocada por los gases y productos tóxicos de los coches es absorbida a través de la piel de los cítricos. Se ha analizado la fruta confirmándose la presencia de tóxicos diversos y metales pesados. Así pues, se opta por retirarlos de los árboles -indispensable para garantizar la salud de las plantas, su limpieza y mantenimiento, la poda y la seguridad ciudadana-, y depositarlos con el resto de residuos biológicos urbanos -hojarasca, hierbas, restos varios, materia seca..., para su tratamiento conjunto en la elaboración de compostaje y biogás. Su finalidad es devolverlas a los jardines y al suelo transformadas en fertilizante y abono natural.
Lo cierto es que la imagen que provoca tal cantidad de frutos en los árboles produce bienestar emocional, asociado tal vez a la abundancia, o puede que sea la belleza que estos árboles proporcionan a calles y jardines o, quien sabe, tal vez sea la promesa de una nueva primavera, un deseo y una esperanza que nos recuerda que en esos meses floridos la ciudad de Cádiz, como el resto de ciudades andaluzas, sólo huele a azahar.

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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