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Cosas de los pueblos

Timiraos, Ricardo - lunes, 10 de febrero de 2025
A los que se esfuerzan por el bien común.

Mi pueblo, uno de los miles de ellos que hay en España, no es diferente al tuyo, y muchas veces los que consideramos problemas singulares, son muy parecidos a los que se viven en otros lugares con distintos protagonistas. Preocuparse por el pueblo no es sólo una loable actitud cívica, que debería fomentarse en la escuela como una responsabilidad con el entorno, sino también una lección de generosidad para generaciones futuras. Es el fruto del altruismo de algunas personas que son capaces de sacrificarse por el bien común. Ahora bien, lo triste es lo contrario, vivir ajeno a cuanto sucede a nuestro alrededor y vivir sólo preocupado por uno mismo, aunque eso implique su propia familia. Denota un egoísmo atroz que habitúa ir acompañado de la peor e injusta crítica despectiva y que muestra la verdadera cara de la persona.
Sin duda la ciudadanía tiene su filosofía que habitúa basarse en la propia experiencia, y si ésta es desagradable, muchas veces aboca a la desconfianza, al desánimo, al pasotismo, a la apatía o la indiferencia. Se cae así en un nihilismo malsano que nada bueno reporta. De este modo las personas se convierten a en un tristes guiñapos sin sueños y deambulan como auténticos zombis. Resulta patético observarlos y que no sean conscientes del grado de degradación humana al que han llegado.
Sin embargo, hay otras personas con una filosofía más positiva y que sueñan con alegría en la vida, con el bienestar de los suyos y los ajenos, que se preocupan y sacrifican por todo aquello que sea preciso aportando su granito de arena para lo que sean requeridos, incluso con su pecunio particular. Al verdaderamente altruista habría que levantarle un monumento, porque su esfuerzo, sin otro aliciente que mejorar la vida de los demás, y con ello su pueblo, es ímprobo, constante, no desfallece, ni se deja llevar por las mezquindades de rencillas y envidias de los mediocres. Sabe que la envidia es el pan de los miserables. El generoso conoce su camino y el lugar donde es precisa su colaboración. Esta gente tiene espíritu de titanes y valor para enfrentarse a cualquier revés de la vida con la dignidad y la fe en si mismos para lo que sea menester. Y esas lecciones debiéramos de aprenderlas todos, y sobre todo practicarlas, con el espejo de esa generosidad. Ellos son los que nos quitan siempre las castañas del fuego.
Y como lo bueno gusta, también, ocurre a veces, aparecen algunos hipócritas que se revisten con estas virtudes tratando de engatusar al personal, pero que en realidad son flautistas de Hamelin que usan todos los resortes posibles para su beneficio personal y reclaman su cuota de gratitud en homenajes y otras vanidades; sin embargo, esos jamás reciben el verdadero cariño del pueblo, si acaso la cuota de mezquindad de sus súbditos. Habitúan a "venderse" como conseguidores, enchufes incluidos, y hasta puede ser que gestionen bien algunas cosas, pero lo habitual es que que no den puntada sin hilo y detrás de todo subyazca el patrimonio adquirido de esta guisa. Y haberlos, hailos.
Hay muchos factores que concurren en los servidores públicos de los pueblos: los antecedentes familiares, el nivel económico -nuevos ricos incluidos-, la citada envidia, la educación y cultura, el ascenso social, las caídas en desgracia, las compañías y, por supuesto, la afiliación política. Pero, en realidad, quienes gobiernan en los pueblos son las castas, los clanes familiares, sus redes clientelares y esa amalgama que forman las clases dominantes. Hay clientelismo de amistades y miserables que adulan a los poderosos. Hay caciques -recuerden que son fruto de la miseria ajena- que ejercen y mangonean... y hasta hay útiles, que no tienen porque ser también tontos, que se prestan a la injusticia y al cambalache porque no saben, o no quieren saber más, y se acomodan. Pero también hay unas minorías, muy minoritarias, de gentes sutiles, inteligentes, quizás esquivas y retraídas, poco dadas a camarillas y componendas, con exquisito espíritu crítico ajenas a ideologías.
El servicio público es muy ingrato. A quien se ofrece a trabajar por el bien común se le machaca desde el primer momento y se le abre un expediente completo que abarca a la familia, la ideología, las aspiraciones y se le fiscaliza hasta con quien toma café. Evidentemente, se le niega cualquier esfuerzo y por la mínima se le insulta. Ojo, mucho ojo, a ver en qué partido milita éste, porque vivimos en un mundo donde lo nuestro es lo bueno y todavía se mantiene aquello de odio eterno a los romanos en versión ideológica. A la oposición se le niega el pan y la sal y se usan todas las armas, a veces hasta las ilegales, para defenestrarlos y hundirlos. También hay quienes usan toda su artillería contra aquellos que no les aplauden o que incluso ponen en solfa su trabajo. La crítica, aunque sea constructiva, se lleva muy mal y paga su factura. Hay gente tan cerril que no sabe reconocer el mérito ajeno, así como hay trepas advenedizos que se suben en el caballo ganador y no siempre todos son sanos y limpios en sus aspiraciones.
Por supuesto, no es fácil gobernar, y mucho menos ser siempre la diana de los dardos. Hay que ser muy fuerte y poner la sensibilidad a bien recaudo acorazándose, o bien tener una jeta muy dura, que también puede ocurrir, para soportar todos los improperios que se reciben. Quien haya pasado por alguna palestra sabe los volubles que son parabienes y aplausos, las falsedades que encierran muchos besos y los puñales que esconden algunos abrazos. Bueno es siempre reconocer las limitaciones propias y buscar el consejo de los verdaderos amigos. Conviene no cantar para no perder el queso de la fábula y ser receptivo al pensamiento ajeno. No, no es cierto que siempre tu partido sea defendible y comprendido y tampoco es cierto que la oposición siempre se equivoque. Y, por supuesto, requiere ser de muy miserables atribuirse los éxitos ajenos. Y ha ocurrido más de una vez. En política ser tonto es una posibilidad, pero la obcecación no deja de ser un problema de miopía mental.
Pocos reparan en que siempre fue muy difícil encontrar personas dispuestas a trabajar por el bien común y, sin embargo, en los pueblos vemos gentes preparadas y con ideas que no se prestan a formar parte de ninguna lista electoral. ¿Qué les ocurre?. Digámoslo claramente: desconfianza. La persona seria requiere coherencia y el lenguaje político que nos presentan nada tiene que ver con las conversaciones de la gente de la calle. Vivimos con tal incertidumbre y desazón que mañana podemos encontrarnos con San Puigdemont, virgen y mártir, y Santa Isabel de Ayuso y de Hacienda. Y eso requiere mucha agua para tragárselo. Pero todo se andará. A mi me hacen falta pasantías de IA para empezar a entender algo. Y me imagino que a esas personas, para entrar en política, también. Siempre se requiere coherencia.
Les preguntaba porque mucha gente de valía no se mete en este lodazal y ya ven, porque es un lodazal. Y de ahí sólo se sale rico con cuentas en los paraísos fiscales o embarrado y lo último no apetece.
Así que lo que preciso y urgente es la formación cívica y corregir muchísimas cosas que nos acechan. Es preciso sonreír, implicar a los ciudadanos en la vida cívica local y nacional, utilizar esa coherencia de la que hablaba antes, convertir los ayuntamientos y parlamentos en lugares donde la sinceridad, la honradez y la valentía sean patrimonio de nuestros representantes. Es preciso poner por divisa la solidaridad, el respeto, la justicia social y parapetarnos, con educación y cultura, ante las hordas de extremismo que nos acecha y que nos recuerdan la caída de Roma y el Nazismo.
Mientras, en los pueblos seguiremos con nuestras dificultades de todo tipo y para arreglarlas es preciso coger el toro por los cuernos y ser solidarios como algunos vecinos que nos lo enseñan. Tenemos muchos problemas y todos somos necesarios.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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