La banalidad del mal
Garrido, Juan Antonio - viernes, 07 de febrero de 2025
Hanna Arendt habló de la banalización del mal en sus escritos sobre lo ocurrido durante el nazismo para referirse a la colaboración de muchas personas en los crímenes llevados a cabo escudándose en su obligación/necesidad de obedecer órdenes, eludiendo reflexionar sobre lo que la ejecución de dichas órdenes suponía y, por tanto, no buscar mecanismos para evitar su cumplimiento. Muy recomendable ver la película así titulada: Hanna Arendt. Se centra en un momento clave de la vida de la filósofa: su cobertura del juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén. Ella plantea que Eichmann no era exactamente un hombre malvado, sino que no tenía motivos para hacer el bien porque dejó de preguntarse dónde estaba el bien. Esto altera completamente la función de la ética que es discernir lo que mejor, distinguir el bien o el mal en las acciones concretas. A través de su análisis, Arendt desarrolló su controvertido concepto de la 'banalidad del mal', que describe cómo personas comunes, al cumplir órdenes, pueden participar en atrocidades sin cuestionar su moralidad.
Mi memoria ha rescatado este concepto y recordado esta película al asistir a las decisiones tomadas por el presidente Trump en sus primeros días de mandato. Varias de esas decisiones cuestionan los derechos e incluso la dignidad de muchas personas. Y no digo colectivos o poblaciones porque las medidas tomadas contra colectivos se convierten en daños a personas concretas con nombre y apellidos. Ante esta realidad se me ocurre que la única defensa, el único mecanismo de resistencia, es contribuir a evitar la banalización del mal. La esperanza son los mecanismos compensadores legales de EEUU, los contrapoderes legislativos y judiciales. Pero, tan importante como ellos son las instituciones y personas concretas capaces de mantener viva la REFLEXIÓN sobre los daños que las decisiones ejecutivas y su cumplimiento provocan a las personas.
Y en esta esperanza de resistencia a la banalización del mal voy a detenerme como ejemplo en el discurso de la obispa Mariann Edgar Budd en la celebración religiosa a la que asistió Trump al día siguiente de su toma de posesión y que ya mencioné en el artículo anterior ("La frialdad y trascendencia de unas firmas"). Se han difundido palabras de sus últimos párrafos, valientes y oportunas, pero estaban precedidas por otras que creo no tienen desperdicio. Una llamada de atención sobre este contenido es el que quiero traer aquí por ser una reflexión generalizable, estando el contenido completo accesible en los medios para los que deseen leerlo. Habla de la importancia del respeto a la diversidad, de la capacidad de perdonar, de que algunos, por la situación de desigualdad de partida, pierden siempre más si no se tienen en cuenta estas diferencias, de honestidad y búsqueda de la verdad, de la humildad necesaria para reconocer que podemos estar equivocados y, en definitiva, del respeto a la dignidad inherente a todas las personas.
Cuando estoy terminando este escrito resuenan las palabras de los supervivientes en la conmemoración del 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, que no puedo dejar de amplificar aquí, que nos recuerdan que el origen de tragedias como aquella está en el "trato inhumano a las personas". Dicho de otra manera, en no considerar que todas personas tienen dignidad solo por el hecho de serlo.
Desde la bioética práctica he aprendido lo importante que es, una vez tomada una decisión revisando los principios y valores y tras la oportuna deliberación, antes de ejecutarla, evaluar las posibles consecuencias. También desde esta mirada bioética no puedo dejar de referirme a lo que el trabajo de Hannah Arendt supone desde este punto de vista. Lo hago trasladándoles las palabras del profesor de filosofía moral Tomás Domingo Moratalla en un artículo en que reflexiona sobre el significado de la autonomía moral a partir de la película mencionada: "La bioética nace como respuesta a las reivindicaciones de autonomía en el mundo moderno y al mismo tiempo defiende el desarrollo de un comportamiento autónomo y responsable del personal sanitario, de pacientes, de instituciones, etc... Pues bien, sin lo que esta película muestra, es decir, sin lo que el pensamiento de Arendt puso de relieve, no sabríamos muy bien qué es esto de la autonomía moral que defendemos en bioética".
Y respecto a la mirada con sensibilidad penitenciaria, me pregunto si no existe también banalidad del mal en la aplicación automática de normas sin la debida individualización y consideración de situaciones desencadenantes como atenuantes y susceptibles de corrección o paliación. Siempre entendiendo que no siempre las circunstancias del ámbito judicial y penitenciario lo permiten.
En esencia Hannah Arendt nos enseñó que el mal no siempre proviene de la maldad pura, sino de la falta de pensamiento y juicio crítico. Reflexionar sobre estas ideas nos puede ayudar a construir sociedades más éticas, justas y responsables.

Garrido, Juan Antonio
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