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Historia de una paloma

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 02 de febrero de 2025
Dedicado a un profesor, D. José Báez Naranjo, director del Centro de Infantil y Primaria
Esteban Navarro Sánchez, donde ejerció como tal hasta su jubilación. Por aquellos años
ochenta en que los sueños de cientos de niñas y niños del mencionado colegio, viajaban
a lomos de plantas, animales, yacimientos arqueológicos y espacios naturales.

Sorprendidos estaban Francisco y José Manuel, jóvenes docentes del colegio de El Calero, cuando, desde las ramas de un laurel, eran observados por dos extrañas y tímidas palomas.
Historia de una paloma
Extrañas porque nunca habían visto palomas tan singulares. Sus cuerpos, cubiertos de un plumaje de coloración gris pizarra, pecho ligeramente rojizo, con reflejos verdosos y rosáceos, picos rojizos, iris de los ojos de color amarillo, pupila negra, cola barreada en franjas grisáceo blanquecinas y negras, robustos y de envidiable tamaño para una columbiforme, nada tenían que ver con el de las palomas a las que estaban acostumbrados a observar en sus tierras natales -palomas bravías, zuritas y torcaces-, Francisco procedente de León, José Manuel, de la provincia de Lugo.

Habían llegado hasta allí con la idea de recorrer la isla a pie. ¡Ingenua ocurrencia de dos peninsulares que, sin pensar más que en ir a caminar, desconocían la difícil y exigente orografía de la isla bonita!

No bien descendieron del barco que les había llevado desde Tenerife, comenzaron a caminar por la vieja carretera en dirección norte, alejándose de la capital, Santa Cruz de La Palma, en busca de los bosques ancestrales en los que la lluvia y la humedad eran habituales una buena parte del año. Precisamente eran esas las fortalezas y razones esenciales que favorecían la existencia de aquellos bosques de lauráceas, la conocida como laurisilva canaria.

No fueron necesarios muchos kilómetros para que las mochilas de ambos senderistas les recordaran que llevaban peso de más, que cargar con una tienda de campaña de las de antes: una tela fina interior, una tela más gruesa e impermeable exterior -que sólo era impermeable si no llovía con cierta insistencia-, plástico protector para evitar la humedad del suelo, mástiles, vientos, martillo y clavos, era una tortura que se traducía en dolores en los hombros y la espalda y un malestar muscular generalizado. Reforzaban esta sensación los sacos de dormir de aquella época, amplios, pesados y voluminosos, y toda la intendencia propia de quien va a prepararse algo para comer, calentar la leche o hacerse un café. Resumiendo, el camping gas, la lámpara de gas y los pequeños cartuchos, el menaje de cocina y productos básicos para tres o cuatro días. Era fácil de entender que quince o veinte kilos a la espalda suponía un peso que, más pronto que tarde, se tornaría difícil de soportar.

Las cinchas de las mochilas militares de camuflaje -no era extraño en aquella época disponer de una de ellas, adquiridas en tiendas de segunda mano, pues no abundaban las tiendas especializadas ni existían grandes almacenes comerciales dedicados al deporte -eso era así, al menos en las pequeñas ciudades-, se clavaban en los hombros, afectando la circulación sanguínea y machacando literalmente los músculos del mismo. Para amortiguar su presión, ante rutas largas, disponíamos bajo las correas alguna prenda de ropa, una toalla, un jersey o una chaqueta de lana. Recuerdo que no existían prendas polares, ni mantas térmicas, ni microtoallas, ni sacos con ínfimo peso y escaso volumen, ni frontales, ni… ¡tantas cosas esenciales hoy en día!

Es de justicia reconocer que, medio siglo atrás, la acampada era una actividad tan gratificante como sacrificada y sufrida, si para llevarla a cabo recorríamos a pie decenas de kilómetros por los espacios transitados.

Pero ahí estábamos, en el cauce del barranco del Agua, buscando un suelo carente de humedad -estéril búsqueda pues nos había acompañado un chipi-chipi constante desde mucho antes de abordar el barranco de Los Gomeros-, donde pasar la noche para continuar al día siguiente.

Como neófitos que éramos en senderismo por tierras canarias, desconocíamos o mejor, no imaginábamos que, en orientación norte, la influencia de los alisios y la amplia cobertura arbórea, nos haría la travesía incómoda y difícil.

El grueso plástico negro que nos acompañaba -sujeto a la parte inferior de la mochila con apretadas correas envolvía el saco de dormir para evitar la humedad-, evitó que la humedad de la tierra llegara directamente a nuestros riñones y nuestra espalda, pero al día siguiente, la tienda hubo que desmontarla empapapada y continuar el periplo cargando sobre nuestros cuerpos más peso aún que el día anterior, hecho que hizo del periplo una tortura mayor.

Los ascensos y descensos por aquellas sendas eran contínuos y pronto supimos que el abandono estaba próximo y que una guagua nos devolvería a Santa Cruz de la Palma. La aventura quedaría pendiente para un momento más propicio.

Pero éramos jóvenes y los cuerpos podían forzarse hasta límites insospechados. Abandonamos el periplo una vez alcanzamos Las Tricias, en el municipio de Garafía. Fue una decisión conjunta, queríamos disfrutar con las imágenes de unos curiosos dragos, algunos centenarios, que surgían ramificados desde sus bases y tal singularidad no era habitual en ejemplares de Dracaena draco, presentes en otras islas.

Fue durante la parada obligatoria cuando fuimos conscientes de cómo se encontraban de cargadas las piernas, de cómo dolían los hombros y los brazos y cómo los cardenales comenzaban a mostrar una tonalidad amoratada en nuestras espaldas.

Allí, en el municipio de Los Sauces, dimos fin a la aventura de circunvalar a pie la isla de La Palma. Habría que preparar mejor la próxima visita a la isla, pues su verdor y belleza nos habían cautivado.

Cierto es que, visto cuatro décadas más tarde, en la actualidad existen Grandes Recorridos -GR-, con sendas bien definidas, conservadas y bien señalizadas. El GR – 130 nos permite ahora circunvalar la isla bonita en siete etapas. Es exigente, pero está bien señalizado. En aquel entonces, mediados los años setenta, poco más había que algunas rutas por el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, y si existían, nosotros las desconocíamos.
Quedé cautivado por aquellos dos colúmbidas y a mi regreso a Gran Canaria quise saber algo más de tan bellas palomas. Supe así que pertenecían a una especie endémica, propia de los montes de la laurisilva y que habían estado presentes en el pasado en las islas de Gran Canaria, Tenerife, La Palma, El Hierro y La Gomera pero que, en la actualidad -finales de los setenta-, hacía tiempo que no se citaba para la isla de Gran Canaria. Desaparecidos los grandes bosques de lauráceas en esta isla, las palomas endémicas turqué y rabiche desaparecieron con ellos.

La tristeza inicial que sentí desapareció al punto bajo un manto de esperanza y la creencia en que en un futuro no tan lejano volverían a verse en la isla.

¿Por qué, elucubraba, no pueden recuperarse ambas especies si están en marcha intensas campañas de repoblación con pinos canarios en las cumbres de la isla y con especies de laurisilva y fayal-brezal en los montes de Medianías, donde extendía sus dominios la famosa selva de Doramas?

Y la paloma turqué se convirtió para mí en un símbolo. Me gustaba su nombre, pero también otro menos popular que había oído en La Palma para designarla igualmente: la paloma turcón.

Fue así como, al regreso de aquella fallida aventura senderista, surgió el nombre de un grupo de infantiles naturalistas en un colegio de la periferia de Telde. El centro de Infantil y Primaria se denominaba Esteban Navarro Sánchez. El nombre de aquel grupo, amante de la naturaleza y defensor de la misma: Turcón. Quedaba así bautizado un colectivo de estudiantes y su maestro, y su nombre unido al de una especie endémica columbiforme extinta en la isla donde se encontraba aquel colegio, Gran Canaria.

Es esta la historia de una paloma. Es este el origen del nombre de un Colectivo.

Cuarenta y tres años después -cuarenta y cinco si contamos los escarceos ambientalistas iniciados en El Calero en mil novecientos ochenta, sin tener aún en mente la legalización del Colectivo-, Turcón es un referente esencial en la lucha, defensa y divulgación del patrimonio natural y cultural canario.

Historia de una paloma

Las imágenes que acompañan este artículo forman parte de la historia del Colectivo. Cuarenta años hay entre la de aquellos niños que pintaban un mural en una de las paredes frontales de su colegio y la de estos niños, ya adultos, pintando el mismo mural en la fachada de la sede del Colectivo Turcón.

El mural ya era en si una declaración de intenciones. La silueta de una paloma turqué, un niño plantando un árbol. Una palmera junto al puente de los Siete Ojos, emblemático puente sobre el barranco Real de Telde que nos recuerda la existencia de un maravilloso palmeral que ya en aquel entonces comenzaba a perder sus palmeras más emblemáticas.

Pero hay algo por encima de todo lo observado. Son las miradas de sus protagonistas.

Niños entonces, ahora adultos, sus miradas conservan la ilusión de aquel momento, la bonhomía, la entrega a los demás y a una causa, el altruismo propio de personas que saben que sin la defensa y conservación de la naturaleza, el ser humano tendrá enormes dificultades para afrontar una existencia con menor calidad de vida.

Parecía una quimera imposible y, en verdad aún no hemos conseguido que la paloma turcón o turqué regrese a los relictuales bosques de lauráceas y fayal-brezal de la isla, pero otra especie endémica, la paloma rabiche, prospera ya desde hace varios años y sus poblaciones no han dejado de crecer.

Esperemos que con la celebración del medio siglo de existencia del Colectivo Turcón en el año dos mil treinta y dos, la paloma turqué -reintroducida-, comparta con la paloma rabiche los bosques húmedos de Gran Canaria.

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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