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Una siempreviva y cinco versos

Espiño Meilán, José Manuel - domingo, 26 de enero de 2025
A un hombre azul.

Fue en mi último viaje, tan reciente que termina hoy, cuando visité el Parque Nacional de Doñana. Recuerdo que tú lo disfutaste hace muchos años. En aquellas fechas acábabamos de presentar a los medios de comunicación y a la sociedad canaria, el Parque Marítimo de Jinámar. Hablando con el corazón en la mano, se trataba de un verdadero cuento de hadas que siempre creimos gozaría del eco e impulso necesario para convertirse en realidad.
Una siempreviva y cinco versos
Sin embargo, aquel sueño que habíamos ideado se trocó en tristeza y decepción. Las triquiñuelas del poder político, muy a menudo mezquino y servilista, y las artimañas del gran capital, capaces de doblegar el pulso a la gente corriente y a la justicia, cambiaron el uso del espacio en cuestión. De espacio donde primaría la naturaleza, la cultura y un paisaje singular a un nuevo e innecesario parque comercial. Una más en una isla abonada a los centros comerciales y al consumismo. Hubo lucha ecologista desde el primer momento, y sentencias favorables a la paralización de la alternativa comercial por ilegal, carecer de licencia y extralimitarse en la ocupación de superficie y altura. A pesar de ello, estéril resulta la lucha cuando la ambición reina. Una vez más, se ratificaba la letrilla que don Francisco de Quevedo había escrito hace cuatrocientos años: “Poderoso caballero es don Dinero”.
Cierto es, amigo mío, que Andalucía atrae. Me llaman sus marismas y sus montañas, sus inviernos y la presencia de las aves migratorias. Es un tiempo propicio para disfrutar de la autenticidad de sus gentes, de sus costumbres, de su folklore y de su cocina, lejos de la marabunta turística de las restantes épocas del año. También de sus espacios naturales, de la vida que albergan y de los silencios de sus paisajes. Pronto esbozaré un artículo registrando mis impresiones gaditanas y onubenses como en su momento lo hice con Málaga provincia, sus espacios naturales y sus encantadores pueblos de montaña.
Ahora toca hablar de la siempreviva, mejor dicho, de una siempreviva en exclusiva, aquella que crece y prospera al amparo de unos versos tuyos, tal vez alimentada por el espíritu encerrado en la encendida piedra volcánica donde, en cierto modo, están esculpidos -digo en cierto modo porque así, grabados y eternos, los interpreta y percibe mi corazón-.
“Sobre la costa hundida
arde una estatua de salitre
para los pájaros pacíficos
que me piden palabras
con su aleteo humilde”.

Es este Limonium una curiosa y singular planta. No se trata de una siempreviva marina -tal vez la más pequeña de las siemprevivas que podemos observar, nativa, en los cercanos riscos de El Castellano-, pero al prosperar entre el picón que se encuentran al pie del volcánico monolito, próximo a la marea, diríase que se comporta como tal.
Pensé yo, en su momento, que no sería la maresía ni el pulverulento e inhóspito suelo donde tiene ancladas sus raíces, condiciones idóneas para su supervivencia -de hecho, de media docena de ejemplares plantadas cuando se inauguró el monolito, sólo pervive la que estamos observando-, pero, hela ahí, ufana y orgullosa, demostrando con su verdor que no sólo de sol, agua y minerales se nutre, sino de las emociones surgidas de las palabras que componen cada uno de tus versos.
A veces pienso, te parecerá una locura, que durante la noche, a esas horas donde el ser humano dormita sus alegrías, ilusiones y miserias, del bufadero surge una sirena oceánica enviada por Neptuno y recita esa estrofa con vocablos de agua -¡Cómo sonarán de cristalinas sus palabras!-. Y entonces, como si esperaran tal momento las hojas de la planta, se ahuecan en el tallo, cual orejas de un elefante liliputiense, y la siempreviva escucha…
¡Cómo pasa el tiempo, querido amigo! Mañana lunes, día veintisiete de enero, hará un lustro que dejaste tu cuerpo físico para acompañarnos en tus poemas, narraciones y recuerdos.
Un lustro que multiplicado por nueve es el período cronológico en que daban sus primeros balbuceos dos grupos, uno de niños, el otro de jóvenes. El de jóvenes se hacía llamar Movimiento ecologista La Garita Azul -MEGA-, surgido en la playa del mismo nombre, el otro, de infantiles miembros, bautizado como Grupo Naturalista Turcón, surgido en un colegio del barrio teldense de El Calero. Ambos harían del conocimiento, la educación y el activismo, estrategias capaces de combatir la ignorancia medioambiental y Una siempreviva y cinco versoscultural de aquellos tiempos -poco ha cambiado en cuestión de respeto y defensa al medio natural-, y la miseria y los daños que provocan la pasividad y la desidia ciudadana y política ante imágenes de barrancos convertidos en vertederos, océanos en cloacas nauseabundas y nuestros hitos geográficos y mediambientes, que imprimen identidad y orgullo a todos los canarios, en espacios mancillados día y noche por una inacabable legión de turistas que destrozan con su paso su flora, su geología, sus ritmos naturales y todos aquellos valores inherentes a dichos espacios, pues su tránsito obedece a un consumo de lugares, a la insensatez de querer añadir a las estancias en la isla espacios de moda que revelan las redes sociales, últimos lugares que conservaban los últimos vestigios de una naturaleza menos alterada.
Y allí estábamos tú y yo, al frente de una ilusión común, esperanzados en un futuro más verde, más azul, más saludable, más nuestro. Fue conocernos en la convocatoria de cadena humana que tu colectivo programó en la misma playa, para denunciar los vertidos fecales en la playa de La Garita y en otras playas del municipio, fundirnos en un sincero y entrañable abrazo que siempre supimos sería eterno. El abrazo de un hombre verde -mis raíces siempre conservaron la humedad de las fuentes y el verdor del musgo y los helechos de mi tierra natal-, y un hombre azul -tus raíces siempre embebidas en la humedad del océano, ese océnao sonoro que arrastra callaos en la costa de San Cristóbal, arrullándote y velando tu sueño, al pie de la ventana de tu dormitorio-.
Celebrando estas cuatro décadas y media del Colectivo Turcón -cuarenta y tres oficiales en este año, más dos de balbuceos iniciáticos (repoblaciones, jardines, salidas al entorno, circulares informativas, de denuncia…), miembros del mismo aunaron esfuerzos para hacer un compendio de tan larga acción y comprimiso ambiental. No fue en vano. Una publicación de tan arduo como intenso trabajo sale ahora a la luz. Más de trescientas páginas donde, esquematizadas, se recogen un sinfin de campañas, actividades, luchas y proyectos. En suma, la ilusión, tenacidad y entrega de cientos de personas comprometidas con el medioambiente durante tantos años.
Fue en este dossier, revisándolo detenidamente, donde encontré esta foto, una singular foto en blanco y negro donde destacan cuatro miradas, cuatro cuerpos llenos de juventud, cuatro espíritus ansiosos de mostrar y defender las bellezas y valores de nuestra tierra.
Siempre admiré tu fortaleza física -pienso que alguna vez llegué a verte como un hermano mayor-, y ahí estábamos, en la instantánea realizada, en atenta escucha, concientes de la importancia de aquello que estábamos defendiendo.
Hoy, día ventisiete de enero, estoy regresando de Sevilla, la ciudad que te acogió durante tus estudios universitarios y que forjó en ti el afán investigador y la excelencia. Esfuerzo, honestidad y entrega fueron valores personales que te definieron siempre, desde la humildad, sin hacer jactancia de ello.
Mañana martes regresaré al paseo matutino y siguiendo el trazado del Paseo Marítimo, llegaré hasta la Garita. Me detendré un momento junto a la siempreviva, aliviaré su sed con un buche de agua, leeré tus versos y observaré la planta.
Desviaré luego la vista al mar del bufadero,
al mar del Corral de las Yeguas,
al mar del Charco del Cura,
al mar eterno.
Y dejaré un libro mío junto a tus versos,
por si te apetece leerlo.
Está dedicado a ti, en el paseo costero,
pero habrá en él otra dedicatoria,
escrita a mano, no en material impreso,
para el solitario caminante
que a diario recorre tan singular paseo.
Y cuando observe en su portada,
de los vuelvepiedras, su singular vuelo,
entenderá el dibujo que mi querido Jaime,
Jaime Checa Gimeno,
plasmó en su contraportada:
dos amigos, ajenos a lo ajeno
observando la playa de Los Palos,
la arena rubia, acantilado y cielo,
conscientes de que el momento es ahora
y sólo ahora es el momento,
de gozar del paso de la vida,
de ponerle alas y ponerle celo,
pues el disfrute de ese instante,
de la comunicación verbal y del silencio,
es en verdad un camino, tal vez el único,
de sentirse pleno, de sentirse eterno.


José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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