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Soltando amarras (1): Hasta acá llegué.

Garrido, Juan Antonio - miércoles, 29 de enero de 2025
El expresidente uruguayo Pepe Mújica, de 89 años, anunció este jueves que el cáncer de esófago que padece se ha extendido al hígado y aseguró que no está dispuesto a recibir más tratamientos. “Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso". "Hasta acá llegué. Lo que pido es que me dejen tranquilo". Sus palabras recientes transmitidas por los medios de comunicación nos colocan ante una persona que considera el proceso de morir como parte de la vida y que valora lo que hay de vida en el proceso de muerte.

Ya admiraba a Mújica por su ejemplo en un ámbito profesional, la política, y en concreto el ejercicio del poder, en el que desgraciadamente no es fácil encontrar ejemplaridad. Si tuviera que destacar alguna de sus virtudes me quedaría con la humildad y con la coherencia entre sus propuestas y su estilo de vida, como base de su lucha por la pobreza y la desigualdad, la falta de justicia y las libertades quebrantadas. Esta forma de enfrentarse al final de su vida ha reforzado mi admiración por él.

Su posicionamiento al final de su vida me ha recordado el debate e inquietud que generaron, al menos dentro del mundo de la bioética, en los años 80 del siglo XX las reflexiones y escritos de Daniel Callahan, fundador y director del prestigioso instituto de estudios bioéticos Hasting Center. Cuando tenía 56 años, y a los 82 cuando escribió su biografía se reafirmó en lo escrito 26 años antes, escribió una de las obras más polémicas en bioética: "Poner límites" (se puede encontrar traducida al castellano en 2004 en la editorial Triacastela). El libro analiza los problemas asistenciales, económicos y éticos provocados por el acelerado envejecimiento de la población en las sociedades desarrolladas. En sus conclusiones, tan valientes como discutidas, mantiene que la edad del paciente debe ser uno de los criterios que influyan en la distribución de recursos sanitarios limitados, ya que es imposible ofrecerle todo a todos. Lógicamente es imposible abarcar aquí los muchos y cuidadosos argumentos que utiliza en su revolucionaria tesis, pero resalto algunos como orientación: "No podemos hablar de autonomía al final de la vida sin pensar antes qué es una buena vida. No podemos hablar de justicia en la asistencia sanitaria sin pensar qué tipo de sistema sanitario puede procurarla. Un sistema basado en la idea del progreso médico sin límites con costes cada vez más elevados seguro que no es el camino para conseguir un sistema justo... No podemos pensar sobre la asistencia sanitaria a las personas mayores sin entender antes el fenómeno del envejecimiento y su lugar en la sociedad y la vida de las personas". "Una buena sociedad tiene la obligación de intentar que la mayoría de los ciudadanos lleguen a ancianos, pero no tiene la obligación de procurarles la tecnología necesaria para que sean indefinidamente ancianos". Insistía en la incorporación no de la edad cronológica como estándar médico pronóstico sino como estándar centrado en la persona mediante el concepto de edad biográfica. Añado también como clarificadora una crítica de aquellos años aparecida en The New York Times que afirmaba: "Callahan afronta los problemas del envejecimiento de una forma clara, amplia, sensible y compasiva".

Sus propuestas no tienen nada que ver con el juicio sobre el valor social de la vida, criterio inaceptable para la toma de decisiones clínicas. Tampoco se pueden enmarcar en la crítica de actuaciones consideradas como edadismo, concepto utilizado para identificar una discriminación negativa por la edad. Sus argumentos pretendían contribuir a una reflexión no sólo sanitaria sino social, ciudadana, que permitiera que las personas fueran considerando este criterio, la satisfacción con la vida vivida, con unos fines cumplidos, para demandar de forma autónoma poner límites a su atención médica. Y en que esas decisiones sean autónomas, o mejor dicho actualmente decisiones compartidas, está la diferencia con una decisión discriminadora por edad. Es decir, preparar a las personas para pensar en hasta donde desean llegar y a los profesionales a abrir esa posibilidad y a aceptar las peticiones de los pacientes.
Aunque no han sido incorporadas sus propuestas en la evolución posterior de la Medicina sí que han contribuido a reflexionar sobre los excesos de la tecnología. Han ayudado a que vayamos entendiendo que la respuesta sanitaria no se debe centrar en la supervivencia de órganos o sistemas sino en las necesidades de la persona. Se trata de identificar si satisfacer requerimientos funcionales de los órganos responde o no a las demandas de la persona en su conjunto, ya que las posibilidades que actualmente tiene la Medicina de preservar la función de los órganos puede estar completamente separada del bienestar global del paciente. Recordando la mención que hacía en un reciente artículo de opinión (“Los inocentes y el cuidado de la vida") a Juan Masiá, experto bioeticista, yo sustituiría su expresión "cuidar la vida" que utilizaba para explicar de forma sintética lo que significa la bioética, por "cuidar a las personas", para hacer énfasis en la atención integral y no en la vida biológica.

La decisión de Mújica, o al menos lo que me ha llegado por los medios, la enmarco en este progreso al que Callahan ha contribuido. Ser consciente de tu edad biográfica te permite percibir que nuevas acciones sobre tu biología, tus órganos, no aportan nada a tu bienestar, en el que está incluida la percepción de esa vida vivida, en el caso de Mújica con percepción de plenitud.

Pero principalmente traigo aquí las manifestaciones de Mújica para señalar que su caso no es excepcional. Y lo haré recordando aquellas personas anónimas para los medios, no para mí, que me enseñaron, en mi caminar profesional, tanto o más que Mújica sobre cómo enfrentar ese proceso de final de la vida. Con esas personas he aprendido también como esa sensación de plenitud en la percepción de lo vivido puede tenerse desde las vidas sencillas, como la simple satisfacción de haber formado una familia, sin impacto mediático. Les presentaré a algunas de ellas, anonimizadas en nombre y otras características, por si su ejemplo les ayuda, no ya como profesionales sino como ciudadanos, a ir orientando sus propias decisiones en el avanzar de la vida. Pero eso será en un próximo artículo.

Juan Antonio Garrido, médico y especialista en bioética.
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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