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La apostilla (7)

Montesanto, Andrés - jueves, 23 de enero de 2025
La 'casi' guerra con Chile

Durante ese año, 1978, fue creciendo la tensión entre Argentina y Chile debido a la resolución de un laudo sobre el conflicto de límites del extremo sur de los dos países, que Argentina no aceptaba. La disputa era sobre el estrecho de Magallanes (costas y aguas chilenas), el canal de Beagle, que permitía el acceso a Ushuaia (ciudad argentina), y la Antártida, una zona como una porción de pizza que ambas naciones se atribuían utilizando los mismos criterios.
Parecía absurdo que dos países con las mismas necesidades se estuvieran peleando por unas hectáreas de desierto, unos mares embravecidos y un territorio de hielo que ya las Naciones Unidas habían declarado internacional, libre de explotación y de militarización. Lo lógico sería que estos países en vías de un mejor desarrollo y que compartían una extensa frontera, aunaran esfuerzos y potenciaran conjuntamente esas inhóspitas regiones. Siempre y cuando estuvieran gobernados por personas sensatas, que no era el caso. Lamentablemente, la lógica brilló por su ausencia en estas relaciones bilaterales. Los nacionalismos, agitando banderas, invocando la Patria y llamando a defender con la sangre la integridad del país, siempre se imponen. Como si la Patria se defendiera únicamente con la bayoneta y no con la educación, la integración de zonas o sectores marginales, la colaboración entre los pueblos vecinos y el respeto mutuo, entre las personas y entre los La apostilla (7)países. Esto no enciende pasiones.
Antonio, desde pequeño, debía dibujar el mapa de Argentina con las islas Malvinas y la porción de pizza de la Antártida Argentina, cuyos kilómetros cuadrados se sumaban a los continentales para inflar una irreal extensión del país y subir un renglón en el ranking de las naciones más extensas. Si el mundo estuviera gobernado por mujeres no sería así, pero ya se sabe como les gusta a los hombres alardear de tamaño. Y en esos años, los dos países más australes de América estaban gobernados por sendas juntas militares encabezadas por Videla y Pinochet. ¡Madre mía, qué dúo!
En las escuelas siempre se enseñó la Antártida Argentina como una zona legal y reconocida, parte integrante del territorio nacional, igual que Tierra del Fuego. Y había que marcar en el mapa todas las bases que el ejército y la marina poseían para defender la soberanía argentina.
Era ya un avanzado estudiante universitario cuando en una tarde de ocio, mientras paseaba por el centro, entró a descansar en la biblioteca del ICANA (Instituto Cultural Argentino Norteamericano) y se puso a hojear un atlas estadounidense. Lo que vio le dolió más que cuando se enteró que los reyes eran los padres. Lo habían engañado toda la vida. En el mapa de toda la Antártida, la pizza entera, se dibujaban unas porciones con líneas de puntos de las distintas zonas "reclamadas" por diferentes países.
La argentina y la chilena, salvo un mordisco en cada extremo, coincidían totalmente. Pero también había zonas reclamadas por otras naciones. Los australianos se habían pedido casi media pizza (la que tenía anchoas seguramente), Nueva Zelanda se conformaba con una porción, y hasta Noruega, Reino Unido y Francia habían pedido una porción cada uno. Y estaban todas las bases internacionales, bases científicas y no militares como se daba a entender en los textos argentinos. Y comprobó que en la porción argentina había bases norteamericanas, británicas, soviéticas y varias chilenas, realidad que los libros que tenían como función educar, ocultaban.
La apostilla (7)También había recitado innumerables veces poemas a la bandera y a su creador, que se había inspirado en el azul del cielo y el blanco de las nubes, cuando en un viaje por España vio en el museo del Prado a Carlos III con la banda argentina cruzada en el pecho, como los presidentes cuando asumen el mando. Preguntó y le respondieron que era la bandera borbónica. Evidentemente es preferible disponer de una masa ignorante que sueñe con defender las fronteras contra una supuesta invasión, y no vea que los verdaderos saqueadores están sentados en despachos de Buenos Aires.
El doctor también había acompañado a sus hijos pequeños a que cortaran pasto para los camellos y llenaran un cacharro con agua la víspera del día de Reyes. Los niños disfrutan mucho con esas fantasías. Quizás todos los argentinos fueran niños que nunca madurarían ni tampoco se cuestionarían los dogmas. O por lo menos eso creían los dirigentes. Es más fácil creer en los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar, que asumir que son los pobres padres los que compran los juguetes en la tienda del barrio y los ponen junto al árbol de Navidad, montando un show a veces verdaderamente ingenioso.
Pero volviendo al tema de este capítulo, otra vez más los chilenos nos querían robar la Patagonia. O eso decían. Y para eso estaban las fuerzas armadas, para defender la Patria. Se enteró por los periódicos que los lugares patagónicos donde habían vivido unos años atrás momentos tan felices, se preparaban para el conflicto. Se pintaron unas grandes cruces rojas en los techos de los hospitales, se apagaban los alumbrados de las ciudades y los faros de los coches para no guiar los posibles bombardeos nocturnos y se acondicionaron trozos rectos de carretera para ser usados como pistas de aterrizajes. Un clima de futura guerra.
Mientras tanto la opinión pública era azuzada con publicaciones que llamaban al heroísmo y a la defensa de la Patria que los belicosos vecinos ponían en peligro. Videla y Pinochet llegaron a entrevistarse personalmente para ver si se podía evitar el conflicto, pero no se pusieron de acuerdo en quién la tenía más grande. Y así llegó, unos días antes de esa Navidad de 1978 y a escasas horas de que el Ejército y la Marina argentina iniciaran la invasión, el ofrecimiento del Papa como mediador "in extremis".
Envió a un cardenal representante que, viendo cómo se había enmarañado el litigio, centró su mediación en tres islotes deshabitados que se encontraban al este de Ushuaia y que, afirmaban los analistas expertos, podrían influir en la futura posesión del Atlántico Sur y la Antártida. Ilusos. Para algunos pocos ignorantes, como el doctor, eran tres islotes que no servían para nada y no valían la vida de un solo soldado argentino o chileno.
Las nutridas delegaciones de los dos países alojadas en Roma se pasaron dos años de sesudas discusiones reuniéndose en el Vaticano. Su eminencia comunicó el fallo. Los islotes serían chilenos pero las aguas argentinas. Lo que viene a decir que si algún futuro habitante chileno se quisiera dar un chapuzón en el mar, debería llevar el pasaporte encima.

Andrés Montesanto. Fragmento de "La Apostilla".
Montesanto, Andrés
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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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