Los inocentes y el cuidado de la vida
Garrido, Juan Antonio - lunes, 20 de enero de 2025
Acabamos de celebrar, el 28 de diciembre, el que conocemos como día de los inocentes. Sin pretender descalificar la tradición pagana posterior de hacer bromas o engañar a otros como forma de entretenimiento o diversión, quisiera recordar el origen religioso de la celebración y algunas consideraciones cercanas a mis conocimientos en medicina y bioética que la celebración me ha evocado siguiendo ese encadenamiento de conceptos y experiencias con el que nuestro cerebro funciona al que me he referido en artículos previos.
Respecto a la tradición de las bromas vinculadas a ese día, cuyo origen desconozco, recordar que se basan en la capacidad que mantenemos las personas, unas más que otras, de confiar en los otros, en personas y medios que nos merecen credibilidad. Por tanto, un término, inocente, y un valor, la confianza entre las personas, que en algunas ocasiones menospreciamos con esa exclamación final (¡¡Inocente, inocente!!) con la que terminamos tras desvelarse el engaño.
Y esa necesidad de confianza me evoca el recuerdo y rescate de la confianza como principio esencial de la relación médico-paciente. Confianza y veracidad que da sentido al fin último de esa relación que es resolver los problemas del paciente y que se ejemplifica bien en frases que he escuchado con frecuencia, al hablar de medidas pactadas de cambio de hábitos de vida o cumplimiento de tratamiento con fármacos: "para que le voy a engañar doctor diciéndole que sí lo he hecho ya que el primer perjudicado sería yo". Y confianza también esencial en el desarrollo de nuestra acción profesional puesto que los diagnósticos se construyen a partir de una entrevista profesional basada en confiar en las respuestas obtenidas.
Y en mi cerebro, con el término "inocentes" se desencadena de nuevo el tema de la verdad, comentado en artículo previo, y la confianza entre las personas. No deja de ser sorprendente la reiteración con la que, rodeados por tantas noticias judiciales en los últimos meses, hablamos de que el ir citado como testigo implica obligación de decir la verdad ¿No debería ser este un presupuesto de nuestras relaciones?
Juan Masiá Clavel, al que considero uno de los mis maestros en bioética, sintetizaba el concepto de bioética en "cuidar la vida". Ya hace años Masiá escribía que "nunca hemos tenido tantas posibilidades de cuidarla como en la actualidad, refiriéndose a aspectos relacionados con multitud de factores: higiene, sanidad, ginecología, pediatría, geriatría, trasplantes, paliativos, transgénicos... Pero nunca antes la vida se había encontrado tan amenazada como hoy en día: guerras, violencia, reparto injusto de los bienes, desigualdad, abusos de la tecnología, destrucción del entorno
". Y yo añado, desde la experiencia bioética de años de ejercicio, que cuando hablamos de vida no nos referimos sólo a vida biológica, introduciendo una reflexión que profundizaré en artículos futuros.
Con esto vuelvo al origen de la tradición religiosa con el que empezaba. Se encuentra en el relato evangélico de la matanza de niños inocentes nacidos en Belén ordenada por el rey Herodes como forma de que así muriera también Jesús de Nazaret. Recordad también que este hecho está vinculado a la huida a Egipto de María, José y el Niño, otra de las imágenes de nuestra iconografía tradicional religiosa, que me evoca los desplazamientos poblacionales contemporáneos motivados por los conflictos y la violencia.
No pretendo hacer comparaciones ni que se deduzca que unas muertes están más justificadas que otras en los conflictos bélicos que se repiten en nuestro mundo "civilizado" del siglo XXI. Sin embargo, sí quiero utilizar esta reciente conmemoración, los santos inocentes, para manifestar mi sorpresa porque no hayamos aprovechado, tanto desde la sociedad civil como desde el ámbito religioso, para reflexionar sobre el origen de ese día y sobre las matanzas de inocentes en nuestro mundo contemporáneo. Si así lo hubiéramos hecho no habríamos podido, al tiempo que participábamos como receptores o generadores de las tradicionales "inocentadas", dejar de sentirnos interpelados por la matanza de inocentes en Gaza. No es tarde, aunque haya pasado el día 28 de diciembre, para interpelarnos y conmovernos ante esta vergüenza de nuestra historia contemporánea. Pero, además, recordar que la compasión, virtud ya afortunadamente desligada del ámbito confesional, incluye no solo reconocimiento del sufrimiento sino acciones, para procurar aliviarlo. En este caso, para que la reflexión no quede en un simple "buenismo" criticado por algunos ante artículos como éste (yo creo que sí tiene sentido el mantener vivas estas inquietudes que por su prolongación en el tiempo acaban cayendo en el olvido, aunque no hagamos nada aparentemente), se me ocurren dos tipos de acciones. Por un lado, seguir presionando a nuestros dirigentes políticos a tomar decisiones de mayor riesgo en denuncia y medidas que dificulten mantener las acciones bélicas que están propiciando las matanzas de inocentes. Y, por otro, más en nuestra mano, estar "atentos" (¡qué gran contenido el de esta palabra!) para evitar el daño poco consciente que en nuestro entorno cercano producimos a los más inocentes y cuidar a esos inocentes que nos rodean.

Garrido, Juan Antonio