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La apostilla (6)

Montesanto, Andrés - jueves, 16 de enero de 2025
El agricultor y ganadero

Cuando el Brigadier a cargo de la intendencia de la ciudad de Buenos Aires decidió construir unas horribles autopistas que cruzan toda la ciudad, le fue expropiado al doctor un apartamento que tenía en la zona afectada. Con el dinero recibido se compró un estudio en la calle Lavalle, muy bien ubicado, como inversión. Formalizada la escritura, le pidió a la agencia que le buscara un inquilino.
Un día citaron al propietario para firmar el contrato de alquiler. El candidato, un joven griego que llevaba varios años en Argentina, estaba casado y tenía un bebé. Como garantía había presentado la escritura de una vivienda en el área del conurbano. El dueño de la inmobiliaria le aseguró haber comprobado la propiedad y la solvencia del inquilino.
La apostilla (6)Pagó dos meses bien, pero el tercero se demoró. En un viaje a Buenos Aires lo fue a ver y lo recibió la esposa, ella no sabía cuando volvía el marido. Después de varias visitas dio con él. Comenzó con una promesa que no cumplió nunca, "Si me espera unos días le liquido todo lo que le debo". Comprobado que Zorba no pensaba pagar, el doctor contactó con un abogado para que se ocupara del asunto.
Lo primero que hizo fue buscar la propiedad en garantía. Era un terreno baldío. Localizó al propietario, que no tenía nada que ver con Pericles. Típico. Se da un dinero al empleado de una notaría, el que realiza una escritura trucha, que servirá para que un personaje pueda vivir gratis unos cuantos años. El doctor leería en los periódicos, décadas después, que un vicepresidente electo de la República Argentina tenía su domicilio fiscal en el médano de una playa bonaerense. Se habrá copiado del griego.
Cuando meses después el juzgado exige la inmediata desocupación de la vivienda, el ateniense promete y jura ante el juez que el 28 de diciembre entregará las llaves en el juzgado. "Usted sabe, mi esposa con el niño..." El viernes 28 de diciembre era el día de los inocentes. Obviamente el oriundo del Peloponeso no compareció, y el lunes siguiente, 31, festivo, comenzaba la feria judicial que se prolongaría hasta principios de febrero, en que se personó el agente judicial para tomar posesión del apartamento.
El hijo de mala madre no se conformó con vivir gratis unos cuantos meses, había roto con un martillo todos los sanitarios del baño. Enceguecido de furia el propietario recordó conocer un comisario de Policía, lo fue a ver y le contó lo sucedido.
- Mirá, yo te puedo recomendar a un tipo para que le de un susto. Pero no vas a lograr nada. Porque seguro que él está en una red de malandras, y vos sos más fácil de ubicar que este guacho. Vos tenés familia, te conocen en el pueblo, tenés mucho más para perder que este delincuente. Tomalo como lo que te hicieron, un presente griego.
Desanimado con este nuevo fracaso y aceptando que la inversión en la Capital era muy complicada de gestionar, cambió los artefactos rotos, pintó y decidió vender la propiedad e invertir el dinero en algo que pudiera controlar más. Quizás unas hectáreas cerca de su pueblo.

El agricultor

Escriturada la venta del apartamento buscó un pequeño campo próximo para invertir. Lo único que encontró fue un lote de veinte hectáreas en condominio, parte de una parcela mayor indivisible, que un vecino del pueblo necesitaba vender. La había empeñado para pagar a los abogados porque se había metido en un gran lío. La propiedad estaba embargada y saldría a subasta próximamente, pero existía la posibilidad de comprarla directamente en el juzgado por la suma adeudada, cosa que satisfacía a todas las partes.
Al convertirse en un pequeño chacarero de bolsillo, notó que su relación con la comunidad donde vivía se ampliaba enormemente. No había ni uno de sus pacientes o conocidos del campo que no le brindara consejo y ofreciera su orientación desinteresadamente, como a uno más de su cofradía.
Se dejó guiar por los expertos, se gastó un dineral en la semilla más cara, un híbrido de Cargill, arregló con un pequeño contratista y sembró girasol.
Con el gobierno militar de Videla y la apertura a los mercados internacionales, las multinacionales norteamericanas del agro se hicieron con gran parte del negocio. Impusieron sus semillas híbridas, con más rendimiento pero muy delicadas, que exigían la utilización de agroquímicos y de fertilizantes tóxicos, y nuevas maquinarias importadas cada vez más caras y complejas, todo con precios en dólares. Estas empresas cada vez se quedaban con un mayor porcentaje de la cosecha, y entre los insumos y las retenciones gubernamentales, el productor veía reducida su porción.
Por aquellos años no había satélites meteorológicos, ni hombre del tiempo en la tele, ni se había inventado la App para predecir el tiempo. A los tres días de terminar la siembra, cuando las semillas estaban abiertas lanzando frágiles tallos hacia la superficie, cayó una lluvia de cientos de litros que, con el fuerte sol de los días siguientes formó una costra de barro seco más duro que el cemento. Cuando se pudo volver a transitar por el camino a su campo, el nuevo agricultor casi se pone a llorar. Unas pequeñas y verdes hojitas solitarias que habían encontrado una grieta en el suelo cerámico, recordaban que ahí había un sembrado. Preguntó, pidió consejo, hasta se llevó en el coche a un chacarero senior para una inspección visual. El fallo fue categórico.
- Le haría una mínima labranza y volvería a sembrar con otra semilla más barata, Negro Belloc. No dará tan buenos rindes pero es mucho más resistente.
Esta semilla, digamos normal, se cosechaba en la zona. No exigía gran tecnología ni agroquímicos, y era más barata, ecológica y segura.
Enjuagadas las lágrimas, siguió las indicaciones y periódicamente inspeccionaba el nuevo sembrado fotografiando el proceso, lo que provocaba sonrisas en los experimentados agricultores que pasaban por delante del campo. Una mañana al salir del banco se le acercó un piloto del pueblo, un auténtico personaje al que le atendía los hijos.
- Doctor, sobrevolé su campo y vi que la isoca le estaba haciendo estragos, así que pegué unas pasadas y le fumigué todo el girasol. Me daré una vuelta en unos días por si quedó algo.
- Gracias Negro, decime cuánto te debo.
- Nada. El producto y la nafta se lo cargaré a alguna estancia.
Y llegó por fin el día de la primera cosecha, que siguió con mucha emoción subido a la máquina cosechadora. Al terminar lo festejó con el asado correspondiente. Por consejo del contratista, otro de sus pacientes, que como tenía una salud de fierro solo pasaba por su consultorio para prestarle una herramienta o regalarle un jamón, entregó la producción a un nuevo acopiador local.

Andrés Montesanto. Fragmento de "La Apostilla".
Montesanto, Andrés
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