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La apostilla (5)

Montesanto, Andrés - jueves, 09 de enero de 2025
Los Militares

La Junta Militar que derrocó el gobierno de la viuda de Perón, en marzo de 1976, inició lo que llamaron el Proceso de Reorganización Nacional. Lo único que organizó fue el Mundial de Fútbol del 78.
El país estaba expectante por la inauguración, ya que era el primero que se disputaría en Argentina. Mientras se jugaban los partidos seguirían desapareciendo personas. La maquinaria militar torturaría y eliminaría sin interrupción mientras se gritaban los goles.La apostilla (5)
El campeonato iba a ser utilizado por la Junta Militar para lavar su imagen, que comenzaba a ser cuestionada en el resto del mundo. Cada vez más organizaciones internacionales denunciaban la violación de los derechos humanos. Internamente se puso en marcha una campaña para neutralizar esas noticias que llegaban del exterior. Un banco tuvo la original idea de repartir unas pegatinas celestes con letras blancas que decían "Los argentinos somos derechos y humanos", lucidas en los parabrisas de muchos coches.
Salvo los que conocían a algún desaparecido o se mantenían bien informados, para la mayoría de la población ese problema no existía. Los medios de difusión estaban muy controlados y fuera de todo marco legal. El gobierno recurría a prácticas mafiosas si era necesario, más efectivas y sin tanta vuelta. El país estaba en guerra, decían.
El estadio principal, el Monumental, donde se jugó la inauguración y la final, se encontraba a poca distancia de la ESMA, el mayor centro de detención y tortura. Pero la inmensa mayoría de los argentinos ignoraba esto, como los alemanes ignoraron los campos de concentración durante la segunda guerra mundial.
El equipo argentino andaba a los tropezones en la segunda fase y si ganaba el último partido empataría el primer puesto con Brasil, que tenía más goles de diferencia. Para clasificarse y poder disputar la final, Argentina debía ganar con una gran diferencia de goles el último partido del grupo. Le ganó 6 a 0 a Perú. Dicen que el gobierno argentino le pagó al peruano cincuenta millones de dólares para que se dejaran meter la media docena de goles. No hay pruebas, pero tampoco se investigó. En la final, algún jugador holandés confesó que tenían miedo de ganar porque se veían demasiadas metralletas rodeando a los jugadores.
¡Hasta dónde llegó la esquizofrenia argentina! Los torturadores vieron los partidos y festejaron los goles junto a sus prisioneros, muchos de los cuales desaparecerían poco después. Y hasta fueron capaces de subir a unos cuantos en un coche y pasearlos entre una multitud enloquecida festejando el triunfo. A nadie importaban esos presos, a nadie importaba que la dictadura recibiera una buena bocanada de oxígeno, a nadie le importaba el país. Solo importaba que Argentina había ganado, quizás con trampas, el mundial de fútbol. Y la épica infló el pecho de la mayoría. Y el país fue feliz.
Argentina se consagró Campeón del Mundo y la alegría inundó las calles. Se oían por la radio y la televisión prestigiosas voces que afirmaban que el país iba a ser distinto a partir de ese momento. Un partido de fútbol iba a importar más que el desarrollo o la prosperidad económica. Muchos años más tarde, en pleno confinamiento por la pandemia del coronavirus, Maradona sería llorado por multitudes y velado en la Casa de Gobierno. Mientras cientos de sanitarios morían olvidados tratando de salvar vidas.

Andrés Montesanto. Fragmento de "La Apostilla".
Montesanto, Andrés
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