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La ataraxia de la Navidad

Begontina - domingo, 05 de enero de 2025
A todas las familias que han sufrido pérdidas
y las han superado con la fuerza de la esperanza.
Una vez más a mamá.


LA ATARAXIA DE LA NAVIDAD

El tiempo es un arma poderosa pero no lo cura todo si no existe voluntad. El inexorable reloj de la vida facilita que el dolor y la pena se difuminen. Las heridas que hacen tiritar al corazón van perdiendo fuerza como si del descenso de una pleamar se tratase. La convulsión y la intensidad del movimiento de ese poderoso órgano que nos da vida se va aplacando dando paso al mar en calma de un cálido atardecer.

¿Ayuda el tiempo? Si. Pero... y las huellas de ese daño, el sin sabor causado por las ausencias irreemplazables, el recuerdo de algo único y hermoso que se anuda en la garganta sin dejarte respirar, el quebranto de las pérdidas en los huesos.

Unos padres que lloran la pérdida de sus progenitores, la mirada desolada de un hijo que sufre al tener que hacer frente a las lágrimas de esos padres.

Para el sentimiento y el dolor, los años también se dividen en meses, se fraccionan en estaciones y luego está la Navidad...

Navidad, tiempo de deseos, de esperanza, de familias reunidas alrededor de una mesa al calor del hogar. Tiempo de música y de sueños; de abrazos y cálidos reencuentros. Momentos en los que idealizamos todo. Hacemos un paréntesis de amor en nuestras vidas y observamos nuestro propio mundo y el ajeno a través de un cristal quasi mágico que nos sumerge en un brillante halo de felicidad continua y desbordante.

Pero ese cristal de manera repentina se transfigura opaco y las sensaciones oníricas e hipnóticas dan paso a la abismal oscuridad.

Caminabas por sendas de nieve blanca y pura, entre abetos cubiertos de escarcha y acebo rojo y vivo cuando en el breve instante en el que el sol se desvanece sobre el horizonte del invierno, la magia palidece y se va. Te precipitas entonces por un agujero profundo y lóbrego donde la palabra felicidad ya no tiene significado.

La penumbra acude a ti haciéndote ver que no está presente la unión pasada. El eco de las risas se apaga y no queda ya la calidez de un abrazo o la espontaneidad de un beso. La música suena ahora como un lamento ahogado que reivindica el amor perdido que nunca parece poder regresar.

El barro que esculpía la hermosa palabra familia se te funde entre los dedos con una despiadada sensación de impotencia por no poder moldearlo nuevamente dándole la forma que tuvo antaño.

Aquellos que amabas se han ido y nadie se reúne a recordar el eco de sus risas, el sonido de su voz en las palabras, a sentir la presencia y el aroma de su calor ausente.

Durante un tiempo prolongado, más del que uno hubiera deseado jamás, esa tormenta se abraza a ti y en lugar de mitigarse crece provocando en lo más profundo del alma un estado de entropía que con la llegada de un nuevo diciembre inspira desolación y angustia.

Pero el amanecer de un nuevo día te despierta del letargo en que te hallabas sumergido.

En un rincón del desván se aparece ante ti la caja empolvada de adornos y luces. Huele a belén, huele a Begonte. La emoción te empaña la mirada. Tus manos acarician retazos de la vieja tela con la que madrina cosió el delantal de una hilandera, unos pinceles resecos conservan aun el rubor que dio vida a las mejillas del Niño y en el fondo, imperturbable la pequeña palloza con el tejado de paja levemente raída y sobre sus piedras impregnadas las huellas de su creador padre.

Una imagen en blanco y negro atrapada entra las páginas de un pequeño libro del belén te trae de nuevo esa estampa de antaño, tantas veces añorada. Y sujetándola entre tus manos llenas de esperanza entornas los ojos para sentirla henchida de vida. Resuena en tu cabeza una campanilla que te trae el sonido de aquel villancico que cantaba tu madre, las luces no te ciegan y resplandecen nuevamente.

Sientes entonces la ataraxia de la Navidad. Un deseo renovado en el que no hay cabida para el miedo ni la angustia, que se alejan, y la ilusión te desborda transformándose en nueva sabia sanadora. Te das cuenta de que en las pérdidas han habido otros permanentemente a tu lado. El compañero de vida caminando sobre tus pasos temblorosos, un hijo resiliente que ha ungido tus cicatrices con su amor, la amiga omnipresente que jugando con su risa hace brotar la tuya sobre tus labios.

De pie, ante el magnánimo nacimiento y observando ahora su grandeza descubro que no hay soledad en compañía de uno mismo y sus figuras.

Te instalas en el silencio de sus sonidos anticipándote a ellos con los que escribirás una nueva partitura de tu vida.

Y es que al igual que las mareas, la aflicción del corazón que golpea incesante el pecho, va y viene como las olas. Se aplaca como la lluvia de otoño, se torna en viento que cesa y la mano inmensa que abraza el belén en tiempo de adviento, y que siempre ha estado ahí, se tiende abierta hacia nosotros. Es de nuevo Navidad: sinónimo universal de Begonte.
Begontina
Begontina


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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